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jueves 9 de noviembre de 2006

Mala idea

Los empresarios argentinos, en su mayoría, parecen haber renunciado a cualquier papel que implique erigirse en defensores de las instituciones republicanas y prefieren jugar al golf antes que discutir con seriedad los problemas del país.

La reunión empresaria que con motivo del 42° Coloquio Anual del Instituto de Desarrollo Empresario Argentino (IDEA) se desarrolló en Mar del Plata entre el 1° y el 3 de noviembre pasado dejó una sensación francamente lamentable a los periodistas que asistimos y a una parte mayoritaria de los propios ejecutivos que participaron.

Todos esperábamos una reivindicación del triste espectáculo que la misma reunión entregó el año pasado, cuando su presidente, Alfredo Coto, era vapuleado en Buenos Aires por Kirchner, quien lo acusó de capitanear un foro que se reunía para diseñar planes de empobrecimiento y esquilma de los argentinos y de ser él mismo el responsable de la inflación en la Argentina.

La reacción de los colegas de Coto no pudo haber sido más pusilánime: lo dejaron solo y entregado a la firma, pocos días después, de acuerdos de precios en la Casa Rosada. En esa ocasión, un grupo de empresarios con algo de sentido común intentó –me consta– pilotear un comunicado de solidaridad, ni siquiera con la persona de Coto, sino con la dignidad, los principios y el respeto. Otros empresarios los frenaron en seco y prepararon el camino para que el mismísimo Enrique Pescarmona dijera en el escenario, frente al micrófono y dirigiéndose a cientos de ejecutivos y periodistas: “El problema con Kirchner lo tenés vos (dirigiéndose a Coto que estaba sentado enfrente de él), a mí el presidente me ayuda”.

Muchos esperaban que la reunión de este año borrara tanta bajeza. Pero fue apenas una ilusión. El escenario de este año fue tan vergonzoso como el del año pasado. O más.

Los paneles de discusión fueron preparados sobre temáticas insulsas incapaces de generar debate, diálogo, discusión fructífera de ideas, controversia. Todo estaba pensado para evitar la irritación oficial. A Enrique Pescarmona, como presidente del Coloquio, le pareció que las señales evidentes de sumisión podrían ser pocas y, en pleno discurso de inauguración, se quitó la corbata y el saco proclamando que aquella era una reunión informal, sin acartonamiento. Yo pregunto: ¿no será mucho?

La reunión anual del sector que se supone debe ser el más innovador, el más pensante, el que más propuestas de vivacidad le formule a la sociedad, ha pasado a ser un foro de centenares de temerosos que pispean los ventanales del Hotel Sheraton para ver si el clima les permite un poco de golf para huir de tanta impostura.

El clima estuvo excepcional en Mar del Plata esos tres días y hubo bastante golf. Pero, en esos partidos y en esos cafés informales del bar del hotel se dijo lo que no se quiere decir a viva voz. El último día, en una reunión a puertas cerradas, sin la presencia de periodistas, algunos empresarios se reunieron a solas para autocriticarse. “Hacemos una convención para hablar y nos quedamos callados”, se lo escucho decir al rabino Bergman, dando una vez más muestras de su inocultable lucidez.

Las fuerzas de reserva de la sociedad frente al atropello y la prepotencia han flaqueado en Mar del Plata. No ha existido un espíritu de cuerpo, ni una posición valiente que ponga en blanco sobre negro los problemas del país. Se le han encontrado frases alternativas a lo que el idioma castellano describe como “crisis energética”. En IDEA eso se llamó “adecuación de la oferta energética a los parámetros del crecimiento”. Se prohibió la difusión de encuestas y se amenazó con renuncias en caso de que el parecer anónimo de los empresarios se diera a conocer en los medios.

¿Cuál es el horizonte de sustentabilidad (incluso económica) de un país apresado por el miedo? ¿Qué nivel de reserva de ideas y de dignidad puede protagonizar la clase empresaria argentina que no se anima a ser libre ni aun después de la lección cívica que el pueblo misionero le dio a la República? ¿Qué queda, incluso para nosotros, los periodistas de opinión, quienes, por convicción, estamos dispuestos a defender un sistema de ideas, si los principales beneficiarios de ese sistema lo dejan morir a manos del apriete?

La imagen que entregaron los empresarios en Mar del Plata opacó incluso la inexplicable –por lo disparatada– alocución de Felipe Solá, cuyas palabras todavía deben estar pasando por algún aparato descifrador de ideas para extraer algo en limpio, que no sea su intención de presentarse nuevamente a elecciones en Buenos Aires. Solá dijo, en párrafos consecutivos, que se debía defender y abrazar la heterogeneidad de las ideas como fuente de progreso y que el pensamiento individual debía renunciarse en beneficio del mayoritario (¿?). Aquellos que no lo escucharon, imaginen el resto a partir de este dislate.

Resulta triste comprobar la bajeza de los que deberían estar en lo más alto. Aquellos que –no por elección popular, sino por tener la fortuna de ser los más educados, los más pudientes, los más preparados, los de más roce internacional, los más innovadores– deberían estar al frente de una representatividad social que lleve a los oídos de los argentinos temas diferentes al atropello, a la sinrazón, al grito barrabrava, no han estado a la altura de las circunstancias. Han dejado pasar, una vez más, una excelente oportunidad para demostrar que el país puede esperar de ellos una fortaleza moral tan grande como todas sus fortunas unidas. Pero parece que los empresarios han decidido dejar ese protagonismo a la gente de abajo, a la gente que con una increíble dignidad le dijo “no” al poder omnímodo en Misiones, le dijo “no” a la prebenda, a la ofensa y a la humillación.

Alguien podría suponer que la seguridad económica sirve para reafirmar los valores inmateriales de las personas. Tranquilizado el frente que tiene que ver con la satisfacción de las necesidades, uno espera que las personas dediquen su tiempo a la defensa de compromisos que, incluso, hagan posible el mantenimiento de sus fortunas, para que ellas no queden expuestas a la voluntad de un hombre. Lamentablemente, la cobardía muchas veces va atada al carro de la opulencia, mientras que la verdadera valentía surge allí donde no se sabe si mañana habrá un pan para mandar el hambre a descansar. © www.economiaparatodos.com.ar

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