Bajo el notorio semi-autoritarismo de Mahatir bin Mohammed, Malasia ordenó su economía y comenzó a crecer vigorosamente, mientras lamentablemente se cercenaban duramente las libertades civiles, se perseguía a la oposición política y se insultaba arbitraria y constantemente al capitalismo, a los “especuladores”, al Fondo Monetario Internacional y a Occidente en general. Cual acabado ejemplo oriental de una versión de una “patria pendenciera”, cuyo ejemplo parece haberse multiplicado.
Mahatir, no obstante –después de veintidós años en el poder– dejó de conducir a Malasia, hace casi un año ya.
Lo reemplazó, como premier, Abdullah Ahmad Badawi, cultor de un estilo diferente basado en el respeto, la transparencia, y la discreción. Bien distinto, por cierto.
El popular Bawadi resultó electo con una verdadera avalancha de votos. Tal era el deseo de cambio que flotaba en el ambiente.
A diferencia de su antecesor, Badawi insiste cada vez que se le presenta la oportunidad en que Malasia hace lo suyo, que no tiene lección alguna que predicar a los demás y que no pretende ser un “modelo” socioeconómico, dentro o fuera del mundo islámico. Esto porque su antecesor sugería, en cambio, que Malasia era, en rigor, “el rostro moderado del Islam”.
La economía malaya, con el saludable cambio de estilo, no ha dejado de crecer. Este año se proyecta una tasa anualizada de crecimiento del 5,2%.
Mahatir reservó para el Estado algunos sectores claves de la economía local, tales como la banca –donde, no obstante, hay una participación minoritaria de las entidades extranjeras–, la energía, los transportes y las telecomunicaciones.
Por esta razón, siete de las diez más grande empresas del país pertenecen al Estado. Entre ellas, la petrolera estatal Petronas. El control de todas esas empresas se hace a través de un gigantesco “holding” denominado “Khazanah”.
Bawadi quiere ahora cambiar ese enfoque, porque sostiene que la estructura productiva estatal le ha costado al Tesoro Nacional de su país la friolera de 12.000 millones de dólares, a lo largo de las últimas dos décadas, y ha generado, como es típico en el universo de esas empresas, una extendida cultura de patronazgo y corrupción.
De allí que no sorprenda que haya ya dos altos ex funcionarios de la anterior administración –nada menos que el ex ministro de la Tierra y del Desarrollo, Casita Gaddam, y el ex presidente de la empresa siderúrgica pública, Eric Chia– que están tras las rejas purgando sus crímenes económicos. Otras dos docenas de funcionarios están ya bajo la lupa y podrían, de pronto, enfrentar calvarios similares.
Para ratificar su vocación de cambio, Bawadi está reemplazando a casi todos quienes tenían a su cargo el gerenciamiento de las principales empresas del estado.
En la misma dirección, está abriendo las importaciones a la competencia externa. Esto genera –para algunos– dificultades comprensibles y la necesidad de adaptación. El caso paradigmático en esta transformación de un modelo cerrado en uno mucho más abierto es el de la empresa productora de automóviles Proton, que era exitosa al amparo de altísimas barreras arancelarias. Esa protección está –y seguirá– disminuyendo. En respuesta, Proton está activamente buscando asociarse con alguna fábrica extranjera.
Esto, hasta ayer era impensable, por razones ideológicas. Pero la competencia de China y la India, cuyas productividades crecen geométricamente, ha obligado a replantear las cosas en Malasia.
La economía ha comenzado entonces a abrirse. Y las alianzas a florecer en sectores que estaban hasta ahora absolutamente cerrados, casi por definición. Como el de las comunicaciones, donde inversores de Singapur acaban de poner un pie en condiciones minoritarias, adquiriendo una participación en el capital de Telecom Malasia.
En otra señal de cambio también evidente, Malasia está negociando activamente un acuerdo bilateral de libre comercio con el Japón y acaba de suscribir un protocolo para hacer lo propio con los Estados Unidos. Lo que era totalmente impensable en la “era” de Mahatir.
Como si eso fuera poco, Bawadi ha convocado asimismo a los europeos a discutir, en un gran foro a realizarse en Malasia en octubre próximo, la rápida profundización de las relaciones económicas con el Viejo Continente.
Para completar el cuadro de cambio de actitud, la justicia de Malasia acaba de dejar sorpresivamente en libertad al ex enemigo público de Mahatir. Me refiero a su ex vicepremier, Anwar Ibrahim, a quien se encarceló hace seis años, bajo extraños cargos de sodomía.
Lo cierto es que Mahatir veía a Ibrahim como rival y tenía con él un profundo desacuerdo acerca de cómo enfrentar en 1978 la crisis asiática. Por esto, Ibrahim pagó con sus huesos en el calabozo. Y con el serio deterioro de su salud, a punto tal que hoy está en silla de ruedas. Esta situación, recordamos, había deteriorado enormemente la relación con los Estados Unidos.
Para muchos, este fallo liberador tiene un enorme simbolismo. Se trata de la señal más evidente del deseo de volver a respetar, en Malasia, el principio –central en las democracias– de la separación de poderes, lo que no ocurre en los regímenes semi-autoritarios en los que los poderes Ejecutivo y Legislativo suelen tener relaciones de algún grado de intimidad con los jueces, lo que es siempre señal de un actuar judicial no independiente.
De allí que cuando vemos a funcionarios del Ejecutivo o a senadores o diputados concurrir a los despachos judiciales y ser recibidos en ellos, la señal es –por definición– absolutamente contraria a lo que debe ser el funcionamiento de una democracia republicana. Para no olvidar, porque este es un fenómeno a desterrar también entre nosotros. © www.economiaparatodos.com.ar
Emilio Cárdenas es ex Representante Permanente de la Argentina ante las Naciones Unidas. |