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jueves 31 de mayo de 2007

Matriz

Aunque el Gobierno se empeñe en echarle la culpa a los privados, el origen de escándalos como el de Skanska es el sistema creado por esta administración para elegir, contratar, licitar y pagar las inversiones de obra pública.

El presidente Néstor Kirchner tiene una tendencia llamativa a conceder reportajes “exclusivos” a los medios en coincidencia con la cercanía electoral. Ya lo había hecho con dos o tres periodistas en 2005, antes de las elecciones legislativas, y ahora vuelve a hacerlo cuando entramos en la recta final hacia la elección presidencial de este año. El tiempo intermedio, que transcurre entre las dos conveniencias, Kirchner lo dedica al insulto y a la diatriba. En ese lapso los periodistas no le sirven, le molestan.

En una entrevista concedida a Magdalena Ruiz Guiñazú, la semana pasada, el presidente se refirió al caso Skanska y volvió a insistir en su insostenible teoría del “caso de corrupción entre privados”.

En primer lugar, no puede dejar de decirse que las palabras “corrupción” y “privados” son incompatibles. El código penal no contiene ningún delito que se llame “corrupción” (salvo la de menores, que claramente se refiere a otra cosa). “Corrupción” es una palabra del lenguaje coloquial que tiene un significado muy preciso y cuya utilización revela rápidamente lo que se quiere decir. Para ser claros y no andar con rodeos, existe “corrupción” cuando funcionarios públicos se quedan con fondos públicos a partir de operaciones en la que participan personas o empresas privadas. La connivencia público/privado es imprescindible para que haya corrupción, tal como la entendemos todos. Entre privados solos puede haber robo, cohecho, deslealtades, estafas, pero no corrupción. La corrupción implica la existencia de funcionarios y fondos públicos.

En segundo lugar, de las declaraciones del presidente se desprende que el señor Kirchner entiende el mundo como dividido entre lo privado y lo público, en donde todo lo público es bueno y todo lo privado es malo. Más allá de que la Historia parecería demostrar exactamente lo contrario y de que lo público es, en realidad, un sucedáneo de lo privado puesto que eso es lo que las personas naturalmente son, llama la atención que el primer funcionario de la República tenga un sistema de razonamiento tan poco elaborado y con tan escasa sofisticación.

Respecto del caso en sí, cuando la periodista le recordó el llamado a indagatoria de dos funcionarios públicos y la sospecha que recae sobre otros muchos, el presidente aclaró que cuando él dice que se trata de un caso de corrupción entre privados lo que quiere decir es que la “matriz” del tema es privada.

La palabra “matriz” obviamente deriva de “madre” y tiene el clarísimo significado de remitir al origen de las cosas.

Muy bien, en este caso –ya que al presidente le gusta meterse en la maniquea división entre lo público y lo privado– la “matriz” del caso no puede ser más pública.

La madre del problema aquí es el sistema creado por esta administración para elegir, contratar, licitar y pagar las inversiones de obra pública. El engendro del fideicomiso del Banco Nación y la concentración de las decisiones en el Ministerio de Planificación (léase, en el presidente), con sus agencias satélites que “controlan” y al mismo tiempo obligan a las partes en cada caso (léase el Enargas en el tema Skanska), abren las puertas de par en par a la posibilidad de actos corruptos. El sistema está armado, la mesa está puesta. Que haya comensales es sólo una cuestión de tiempo y oportunidad. Pero todos los cubiertos están preparados.

Ésa es la “matriz”, ésa es la madre, el origen del problema. Si el presidente quiere eliminar la sospecha social sobre corrupción en su gobierno debe cambiar esa “matriz”. En lugar de señalar hacia otro lugar, debería vigilar la legislación que posibilita las irregularidades.

Si su ceguera ideológica no le tapara la visión amplia y le nublara el entendimiento, Kirchner dejaría de reaccionar pateado la pelota hacia la “cancha de los privados” como si frente a la sociedad imparcial quisiera decir: “Son ellos, los malditos privados; nosotros los que creemos en lo público somos inmaculados”. Si de golpe accediera a una revelación que lo despertara de un sueño ideológico antiguo e inoperante, quizás advertiría que la génesis de la corrupción es la inversa de la que cree: ella se halla en la ley, hecha a la medida del robo, y en funcionarios que utilizan esas facilidades para cooptar privados que entran en el juego, para aprovecharse también de él o para no morir y seguir trabajando. Es así de sencillo y así de viejo. Ni siquiera es novedoso. Chicos recién salidos del secundario podrían describir el procedimiento con pelos y señales. A nadie le es ajeno. Todos lo conocen. Sólo en la Argentina del INDEC de Guillermo Moreno y de las estadísticas de León Arslanian alguien podría creer por un momento en la teoría de la corrupción entre privados.

El primer paso para resolver un problema es admitirlo. El segundo es cambiar. La locura es aquel estado en el que uno cae cuando cree que haciendo las mismas cosas obtendrá resultados diferentes. Si el presidente cambiara la obcecación por el entendimiento, habría una posibilidad. Para ello sólo necesita grandeza, humildad y ganas de admitir la verdad. © www.economiaparatodos.com.ar

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