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lunes 12 de diciembre de 2005

Mediocres

La desconfianza y el maltrato presidencial a todos aquellos que piensan diferente y se atreven a expresarlo impide que los mejores y más idóneos se acerquen al gobierno y ocupen cargos públicos. El resultado es que los colaboradores de Kirchner sólo se destacan por su mediocridad.

Sobran los ejemplos que muestran a un presidente que no tolera el más mínimo disenso. Cualquiera que piense diferente a él pasa a ser objeto de sus diatribas públicas. Ahora bien, es fácil imaginar que si Kirchner no tolera que nadie fuera de su gobierno opine diferente a lo que el piensa, cualquier funcionario público que emita una idea levemente diferente a la de Kirchner tiene que ser crucificado sin miramientos.

El vicepresidente Daniel Scioli debe haber sido uno de los primeros en sufrir los agravios de Kirchner, simplemente por emitir su opinión sobre las tarifas de los servicios públicos. La suerte de Scioli es que Kirchner no puede despedir a su vicepresidente. No puede echarlo del Congreso, obligarlo a asumir una embajada o a ser candidato en alguna de las listas oficialistas. Scioli podrá no ser recibido por el presidente, pero su cargo sigue vigente por más que a Kirchner no le guste.

No ocurre lo mismo con los ministros, secretarios y demás funcionarios públicos que no son electos por el voto de la gente. Estos funcionarios deben bajar la cabeza y decir que sí a cualquier disparate que salga de la boca de su amo, porque la alternativa es el destierro. Ahora bien, resulta claro, entonces, que, por definición, cualquier persona que tenga un mínimo de criterios propios no puede formar parte del gobierno de Kirchner. Y si alguien tiene sus ideas y las expresa, es despedido inmediatamente. ¿Cuál puede ser el resultado de este manejo de los recursos humanos? Que el equipo de personas que acompañan a Kirchner necesariamente tienen que ser mediocres.

Según la Real Academia Española, mediocre significa de poca calidad, tirando a malo. Y esto es lo que tenemos, porque el modelo de recursos humanos que utiliza el presidente determina que sólo los mediocres puedan acompañarlo, ya que la gente capaz e idónea no va a aceptar ser maltratada.

No debe sorprender, entonces, el cúmulo de ridiculeces que venimos viendo desde hace rato. Desde la inexistente avalancha de inversiones chinas, pasando por el festejo que hizo el gobierno por tener como aliado a un traidor político, hasta la payasada del canciller-embajador-diputado Bielsa, estamos viviendo, desde hace dos años y medio, en el medio del ridículo. Los argentinos estamos condenados, por un tiempo más, a ser los ridículos del mundo por obra y gracia de un gobierno mediocre.

A De la Rúa lo ridiculizaron hasta el cansancio cuando, por ejemplo, en el programa de Tinelli confundió la salida del estudio. También lo mostraban regando el bonsái como si estuviera perdido. Desde mi punto de vista, las ridiculeces que viene cometiendo el gobierno son mucho más graves que las torpezas que pudo haber cometido De la Rúa, a quien le armaron un golpe de Estado sacándole la gente a la calle bajo un supuesto ataque de hambre. En última instancia, es menos grave confundir la salida de un estudio de televisión que anunciar una inexistente avalancha de inversiones chinas o poner como primer candidato a Bielsa para después nombrarlo como embajador en Francia y que luego renuncie en la cara a ese cargo a las 48 horas. Lo grotesco del caso Bielsa es infinitamente peor a regar un bonsái.

Ni qué hablar de la supuestas coimas en el Senado. Álvarez renunció al cargo de vicepresidente por las supuestas denuncias de coimas, pero no tiene empacho en asumir un cargo en el gobierno de Kirchner justo cuando el Banco Mundial suspende el desembolso de un crédito por el manejo poco transparente de los Planes Jefes y Jefas de Hogar y tampoco se inmuta por las denuncias de sobreprecios en las obras públicas que formuló Lavagna antes de irse del gobierno.

Claro, se dirá que éstas son denuncias que hay que demostrar. Sin embargo, en la Argentina hemos caído tan bajo que hoy toda persona es culpable hasta que se demuestre lo contrario. Álvarez renunció a la vicepresidencia porque había denuncias de corrupción, pero no renuncia por las denuncias de malversación de fondos en los Planes Jefes y Jefas de Hogar o los sobreprecios en obras públicas. Y A Patti no lo dejan asumir como diputado porque se supone que es culpable, sin que la Justicia se haya expedido sobre sus casos.

En el caso Patti, sigo sin entender por qué no lo impugnaron antes de que fuera electo diputado. ¿Por qué causa nadie presentó una denuncia para que la Justicia impidiera que se presentara a las elecciones? Los diputados sostienen que ellos tienen que estudiar si las denuncias sobre Patti son ciertas (mientras que Borocotó, aliado del gobierno, pasó rápidamente a asumir como diputado con el apoyo de los diputados de Carrió, cuyos seguidores consideraron que cumple con los requisitos del contrato moral que esgrime el ARI). ¿Responde el comportamiento de los diputados, en el caso Patti, al funcionamiento de las instituciones o le pasaron por arriba? Y la pregunta no es menor, porque si entre la elección y el momento en que tenía que asumir Patti no hubo nada que lo invalidara para hacerlo, quiere decir que estaríamos en presencia de una violación de las instituciones. Como Patti no me gusta, le armo una impugnación e impido que el que piensa diferente pueda asumir, aunque tenga el voto de la gente.

De más está decir que quien impulsó la impugnación de Patti confesó públicamente que los montoneros se equivocaron al matar a Rucci porque tendrían que haber matado a López Rega. Si los diputados quieren ser creíbles, en el mismo momento en que deciden investigar a Patti deberían estar impulsando una investigación por apología del delito y expulsar de la cámara a quienes sostienen que tienen derecho a matar a todo aquel que no piensa como ellos o a utilizar las armas para llegar al poder como lo intentaron los terroristas en la década del 70.

Pero dejando de lado el triste espectáculo de la Cámara de Diputados y volviendo al tema del manejo de los recursos humanos de Kirchner, la pregunta es: si el presidente desconfía de la gente que no es de su riñón y, además, maltrata a quienes piensan diferente, ¿cómo hará para convocar a los mejores? La respuesta es que es imposible, por lo tanto, tendrá que conformarse con tener como colaboradores a los más mediocres. Y de un gobierno de mediocres no puede esperarse otra cosa que lo que tenemos: un país a la deriva, haciéndonos hacer el ridículo diariamente y, encima, en rumbo de colisión.© www.economiaparatodos.com.ar




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