Meditaciones sobre el control de armas
Una vez más surge el debate sobre el control de armas a raíz de las tragedias ocurridas principalmente en Estados Unidos en colegios debido a que allí se impone la zona donde no se permiten armas
(gun-free zones) por lo que los asesinos seriales se sienten seguros para cometer sus horrendos crímenes, en lugar de permitir que los adultos encargados de custodiar los colegios estén debidamente entrenados en el uso de armas, además de la policía regular del área. Como se ha dicho, es absurdo custodiar las joyerías y no los colegios como si lo primero fuera más importante que lo segundo. Proponer insistentemente como en el primer momento lo hizo Trump, a raíz de la masacre en el colegio Marjory Stoneman Douglas High School de Parkeland en Florida, que se armen y entrenen las maestras y maestros en los colegios me parece otra de sus conocidas irresponsabilidades y exabruptos.
Desde luego que un tiroteo en un colegio resulta un espanto pero muchísimo peor es la masacre sin posibilidad de defensa a la espera del arribo de la policía cuando ya se ha consumado el crimen serial.
Todo comienza con la idea que se tenga de lo que es un gobierno. La visión original en Estados Unidos plasmada en la Constitución defiende la portación y tenencia de armas porque considera sumamente peligroso desarmarse frente a los aparatos estatales, de igual manera que sería riesgoso entregar todas las armas a guardianes contratados para defender viviendas. Incluso, como apunta Leonard Read: “Hay razones para lamentar que nosotros en Norteamérica hayamos adoptado la palabra gobierno. Hemos recurrido a una palabra antigua con todas las connotaciones que tiene ´el gobernar´, ´el mandar´ en su sentido amplio. El gobierno con la intención de dirigir, controlar y guiar no es lo que realmente pretendimos. No pretendimos que nuestra agencia de defensa común nos debiera ´gobernar´ del mismo modo que no se pretende que el guardián de una fábrica actúe como el gerente general de la empresa” (Government: An Ideal Concept).
No es de extrañar que las primeras medidas de los Stalin, Mao, Hitler, Castro y los Kin Jung-un del planeta sea el desarme de la población civil al efecto de someterlos con mayor facilidad. En esta línea argumental es de interés recordar que Suiza tiene una mayor proporción sobre los habitantes de personas armadas que en Estados Unidos, razón por la cual capitostes del ejército alemán han reconocido que no se atrevieron a invadir aquel país en ninguna de las dos guerras. Como es sabido, Suiza además no cuenta con ejército regular, son los ciudadanos que se constituyen en milicia armada y, dicho sea de paso, conviene destacar que ese país cuenta con el índice más bajo de criminalidad del mundo.
Es de suma importancia recordar también que según ponen de manifiesto los documentos originales, en Estados Unidos, luego de los sucesos revolucionarios, se enfatizó y reiteró el peligro de mantener ejércitos regulares (standing army), lo cual fue luego modificado. Y es del caso traer a colación que en el discurso de despedida de la presidencia de Estados Unidos, el general Dwight Eisenhower destacó que “el mayor peligro para las libertades del pueblo es el complejo militar-industrial”.
A diferencia del Norte donde los colonos escapaban de la intolerancia y los atropellos a sus derechos, en Sudamérica prevalecieron los conquistadores y las “guerras santas” que salvo personalidades como Fray Bartolomé de las Casas eran posiciones generalizadas en el contexto de denominaciones al aparato de la fuerza como “excelentísimos”, “reverendísimos” y dislates serviles de esa naturaleza desconocidos en Estados Unidos. Es por eso que en general la mentalidad latina estima que la portación y tenencia de armas hará que todos estén a los tiros.
Por supuesto que igual que con el registro automotor o el consumo de alcohol, la entrega de armas se hace con los permisos correspondientes. Pero siempre hay que tener presente que cuando se exhibe un poster con la ingenua idea prohibir el uso de armas con la cara de un monstruo y se consigna al pie una leyenda que dice “¿Usted le entregaría un arma a este sujeto?”, debe tenerse siempre presente que precisamente ese sujeto es el que tendrá el arma al efecto de victimizar a personas desarmadas e inocentes.
Cesare Beccaria el pionero en el derecho penal, en su célebre texto On Crimes and Punishments escribe que prohibir la portación de armas “sería lo mismo que prohibir el uso del fuego porque quema o del agua porque ahoga […] Las leyes que prohíben el uso de armas son de la misma naturaleza: desarman a quienes no están inclinados a cometer crímenes […] Leyes de ese tipo hacen las cosas mas difíciles para los asaltados y más fáciles para los asaltantes, sirven para estimular el homicidio en lugar de prevenirlo ya que un hombre desarmado puede ser asaltado con más seguridad por el asaltante”.
Es de gran importancia tener presente algunos personajes que a través de la historia fundamentaron extensamente sobre el derecho irrenunciable a la tenencia y portación de armas de los ciudadanos: Cicerón, Ulpiano, Hugo Grotius, Algeron Sidney, Locke, Montesquieu, Edward Coke, Blakstone, George Washington, George Mason, Adams, Patrik Henry, Thomas Jefferson, Jellinek, Thomas Paine y tantos otros en la actualidad.
Obras como That Every Man be Armed: The Evolution of a Constitutional Right de S.P. Halbrook y Gun Control de R. J. Kulkla muestran estadísticas y cuadros donde se pone de manifiesto como los asaltos se incrementan en proporción a las prohibiciones en diversos estados y condados puesto que los blancos resultan más atractivos para los delincuentes allí donde tiene lugar la prohibición.
En El federalista No. 46, James Madison, el autor principal de la Segunda
Enmienda, escribe con orgullo que “Los americanos [norteamericanos] tienen el derecho y la ventaja de estar armados […] a diferencia de los ciudadanos de otros países cuyos gobiernos tienen temor que la gente esté armada”.
Desde luego que en aquellos lugares donde se permite la tenencia y portación de armas, quienes amenacen o insinúen la utilización indebida son castigados severamente.
En otro orden de cosas, se han mostrado las abultadas estadísticas sobre la mortandad vinculadas a los automotores sea por accidentes en la vía pública o en reiterados asaltos por lo que, salvando las distancias, sería desatinado prohibir los autos del mismo modo que fue desatinado prohibir el alcohol con los resultados nefastos por todos conocidos.
Por su parte, en Writtings of Thomas Paine, este autor escribe que “indudablemente sería bueno que nadie usara armas contra su vecino y que todo conflicto se arreglara a través de negociaciones […] pero en nuestro mundo el desarme haría que la gente de bien fuera constantemente sobrepasada por los asaltantes si se les niega la posibilidad de usar los medios para la defensa propia”.
Entonces, en un campo más amplio la tenencia y portación de armas cumple con un doble propósito siempre unido a la defensa propia contra asaltantes ya sean delincuentes comunes o delincuentes legales contra los cuales en una situación extrema la población debe ejercer el derecho a la resistencia frente a gobiernos que recurren a la fuerza para avasallar derechos en lugar de protegerlos (tal como sucede hoy, por ejemplo, en el caso venezolano que dado el golpe de Estado de Maduro a las instituciones se hace imperioso el contragolpe).
El tres veces candidato a la presidencia de Estados Unidos y congresista Ron Paul declara en el The Boston Globe que “Muchos políticos, jueces y burócratas consideran que tienen el poder de desconocer nuestro derecho a poseer armas, a pesar de que la Segunda Enmienda explícitamente garantiza el derecho de la gente. Como los Padres Fundadores, creo que el derecho a tener armas es consubstancial a la sociedad libre”.
El Juez Andrew Napolitano en Constitutional Chaos sostiene con énfasis que “el cumplimiento de la Segunda Enmienda no solo permite la defensa propia contra asaltantes comunes sino que evita genocidios que en todas partes y siempre se han llevado a cabo contra poblaciones desarmadas”. Y en otro libro de este mismo Juez que lleva el título de una frase de Voltaire: It is Dangerous to be Right when the Government is Wrong, subraya que “Sin el derecho a la defensa propia, los individuos no podrían protegerse de los ladrones vulgares ni de los gobiernos tiránicos, [… esto último] porque como ha dicho Mao el poder político sale del cañón de un arma”.
Por último respecto a citas relevantes, David Boaz en The Libertarian Mind consigna que “Los ciudadanos respetuosos de la ley tienen un derecho natural y consitucional a poseer y transportar armas, no solo para caza sino como defensa propia y en último término para defender su libertad frente a gobiernos autoritarios”.
Hay distraídos que mantienen que, a diferencia de Suiza y Estados Unidos, no puede permitirse la tenencia de armas en pueblos latinos lo cual recuerda lo escrito por Friedrich Hayek respecto a la necesaria libertad para todos que sería inconveniente “antes de aprender a ser libres” que Hayek ilustra en cuanto a que “es lo mismo que los tilingos que sostienen que no puede permitirse que alguien ingrese a un natatorio antes que aprenda a nadar” (?).
En otros términos, como queda dicho, las personas pacíficas rechazan toda manifestación de violencia que estiman perversa, solo admiten el uso de la fuerza en defensa propia. Esas personas aceptan toda conducta que no lesione derechos de terceros aunque no la compartan, pero frente a ataques y amenazas con armas no les queda otro recurso que defenderse. Es ingenuo, contraproducente y sumamente peligroso sostener que deben prohibirse las armas de fuego en manos privadas porque con ello se facilita la tarea de criminales. Hasta los santos más destacados de la historia justifican la defensa propia frente a hechos de violencia manifiesta. Es sabido que si se pueden establecer medidas disuasivas, las personas pacíficas y de buen a voluntad las emplearán, para eso instalan alarmas, botón de pánico, cerraduras, llamados preventivos a la policía y demás resguardos. De más está decir que resulta esencial que las normas vigentes defiendan en todas sus instancias a la víctima de los ataques del victimario sea un criminal común o el desborde intolerable de aparatos estatales desbocados e imposibles de tolerar que arrasan con los derechos. Es por eso que en la Declaración de la Independencia estadounidense se lee que “Cuando cualquier forma de gobierno se torna destructiva de esos fines [la protección de derechos], es el derecho de la gente alterarlo o abolirlo e instituir un nuevo gobierno”.