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jueves 23 de marzo de 2006

Miles de seres humanos siguen ambicionando vivir en EE.UU.

A pesar del odio que destila el imaginario popular contra los estadounidenses y su país, cada vez son más los latinoamericanos que desean emigrar hacia los Estados Unidos para tratar de cambiar su horizonte de vida.

En el curioso imaginario popular, los Estados Unidos son un país odioso. Muy particularmente para los argentinos, que de nuestra región somos, según las estadísticas, los más resentidos, circunstancia que Néstor Kirchner, con sus discursos y actitudes, se esfuerza singularmente por tratar de profundizar.

Pero los hechos, como veremos enseguida, sugieren que las cosas, más allá de las declamaciones, son probablemente distintas. Y que millones, si pudieran, vivirían encantados en el país del Norte. Más allá de su retórica.

Al escribir estas líneas no puedo evitar compartir con los lectores el texto de una leyenda mural que leí, hace algunos años. Estaba pintada, con gigantescas letras negras, en uno de los tantos cercos de la ciudad de Viedma, cerca de su aeropuerto, cuando el frustrado dirigente izquierdista radical, Raúl Alfonsín (que tanto daño le ha hecho a nuestra sociedad), todavía soñaba con trasladar la capital a la Patagonia.

Esto era, ciertamente, antes de que don Alfonsín tuviera que salir realmente disparado del gobierno, luego de haber fracasado y haber casi descerebrado a todo aquel que, en ese entonces, tenía que tomar decisiones económicas, lo que era prácticamente imposible. Y antes del dragado, producto del Pacto de Olivos.

La leyenda en cuestión decía: “¡Yanquis, go home, pero llévennos con ustedes!”.

Lo cierto es que el número de inmigrantes ilegales a los Estados Unidos crece sin parar. Cada año se quedan allí, de hecho y no de derecho, unas 500.000 personas adicionales.

Si, por ejemplo, en algún momento les abrieran las puertas a los cubanos, no quedaría nadie en el paraíso castrista. Quizás, ni siquiera Fidel.

Hay ya unos doce millones de ilegales que están residiendo, con toda suerte de dificultades, en el país del Norte. De ellos, unos ocho millones está trabajando. Esto es casi el cinco por ciento del total de la mano de obra norteamericana.

Una tercera parte de los ilegales trabaja en los servicios; una quinta parte, en la construcción; y un quince por ciento, en la producción. La actividad agrícola estacional, las tareas de limpieza, la propiedad inmueble y el sector alimenticio son los capítulos de la actividad económica norteamericana en los que la demanda de trabajo parece ser más intensa, a los que concurren preferentemente los inmigrantes ilegales. La razón es la creciente demanda interna de trabajo no especializado. Por esto, el veterano senador republicano Alan Specter trata de llevar adelante una propuesta de ley bien novedosa. La idea es que los ilegales puedan legalizarse a través de la obtención de visas de dos años de duración, renovables, de modo que les permitan “conchabarse”.

Esto blanquearía significativamente la situación de muchos. Particularmente cuando de requerir educación o salud se trata.

Pero la ola de demandantes que procuran ingresar en los Estados Unidos es cada vez más grande y no pierde altura. Alguna razón habrá. Más allá de don Néstor, o de don Hugo, o de don Fidel, o de don Evo. Es así. © www.economiaparatodos.com.ar




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