Mitos antiliberales
La mitología antiliberal es muy vasta y antigua, y también lo es así la literatura tejida en torno de ella. Los enemigos del liberalismo trabajan en campos muy diversos e, incluso, muchos militan dentro de sus propias filas
José Ortega y Gasset atribuía el antiliberalismo al espíritu de rebaño:
«La actitud del hombre frente a la libertad nos da la pauta del liberalismo. Ya decía José Ortega y Gasset en El Espectador: «Ahora, por lo visto, vuelven muchos hombres a sentir la nostalgia del rebaño. Se entregan con pasión a lo que en ellos había aún de ovejas. Quieren marchar por la vida bien juntos, en ruta colectiva, lana contra lana y la cabeza caída. Por eso, en muchos pueblos de Europa andan buscando un pastor y un mastín. El odio al liberalismo no procede de otra fuente. Porque el liberalismo, antes que una cuestión de más o menos en política, es una idea radical sobre la vida: es creer que cada ser humano debe quedar franco para henchir su individual e intransferible destino`. Y aplicando este concepto a un histórico caso concreto, opina: «A esto lleva el intervencionismo del Estado: el pueblo se convierte en carne y pasta que alimentan el mero artefacto y máquina que es el Estado. El esqueleto se come la carne en torno a él. El andamio se hace propietario e inquilino de la casa. Cuando se sabe esto, azora un poco oír que Mussolini pregona con ejemplar petulancia, como un prodigioso descubrimiento hecho ahora en Italia, la fórmula: todo por el Estado; nada fuera del Estado; nada contra el Estado. Bastaría esto para descubrir en el fascismo un típico movimiento de hombres masa. Mussolini se encontró con un Estado admirablemente construido no por él, sino precisamente por las fuerzas e ideas que él combate: por la democracia liberal. Él se limita a usarlo incontinentemente; y sin que yo me permita ahora juzgar el detalle de su obra, es indiscutible que los resultados obtenidos hasta el presente no pueden compararse a los logrados en la función política y administrativa por el Estado liberal. Si algo ha conseguido, es tan menudo, poco visible y nada sustantivo, que difícilmente equilibra la acumulación de poderes anormales que le consienten emplear aquella máquina en forma extrema».
Estas palabras de Ortega y Gasset escritas en 1931 asombran por su actualidad y vigencia, a la luz de los acontecimientos que se viven en el mundo de nuestros días y -en particular- en la Latinoamérica populista. Recordemos que en el año que el insigne filósofo español escribía estas palabras, Hitler aun no había ascendido al poder en Alemania, de quien se podrá decir otro tanto o peor que lo que escribía sobre Mussolini.
Hay pues en el antiliberalismo un trasfondo psicológico, por el cual el antiliberal teme a hacerse cargo de su propia vida y le aterra la idea de enfrentar y construir su propio destino. Para ello estima que debe servirse de otros por un lado y esclavizar al resto por el otro. O quizás mejor expresado, servirse de esos pastores y mastines de los que habla Ortega, para que estos -a su turno- obliguen a entrar en el rebaño a quienes se niegan a tener un destino de dóciles ovejas sometidas.
Indudablemente, en el antiliberalismo operan también otras negativas emociones humanas, tales como la envidia, el recelo al exitoso y la vanidad, entre otras, las que actúan todas emparentadas, para dar como triste fruto a la personalidad antiliberal. Estas características humanas tan lamentables, son infaltables en el perfil de todo dictador o aspirante a serlo.
«…para Carlos Sánchez Viamonte «el liberalismo no es otra cosa que el sistema jurídico institucional creado en el siglo XVIII y aplicado en el siglo XIX con el propósito de asegurar la libertad para el individuo humano, y así contemplado es evidente que no ha perdido su vigencia para nuestro tiempo. Desde nuestro punto de vista realista —decía B. Mirkine Gueizevich en 1935—, el derecho interno es la técnica de la libertad, y el derecho internacional, la técnica de la paz». Distingue el liberalismo político del liberalismo económico. «El término liberal y el concepto de liberalismo han tenido siempre dos aplicaciones distintas según se trate del liberalismo político o del liberalismo económico» es decir, según se refiera a los derechos de la personalidad humana o a las relaciones patrimoniales que suscita la convivencia. Solamente los juristas y economistas especializados en esta materia han hecho el distingo entre uno y otro liberalismo, y han comprendido a ambos en la denominación.»
En realidad, no estamos de acuerdo con esa distinción entre liberalismo «económico y político» ya sea como opuestos o como simplemente diferentes. El error –a nuestro juicio- cosiste en creer que existe una especie de divorcio entre esas «relaciones patrimoniales que suscita la convivencia» y «los derechos de la personalidad humana», cuando -en realidad- las primeras derivan de los segundos. Si se quiere mantener dicha artificial «separación» entre ambos, es admisible hacerlo teniendo en claro que se tratan de dos fases o etapas de un mismo proceso, ya que las llamadas «relaciones patrimoniales» no consisten en otra cosa, en última instancia, más que de transferencias de derechos de propiedad de las personas, sobre todo o parte de ese patrimonio que se menciona, de donde se deduce que no existe tal tajante «separación», más que la de un proceso temporal.
Por otro lado, también resulta un equívoco que se suponga que los «derechos de la personalidad humana» deriven de un proceso político, ya que sostenemos –siguiendo a otros autores- que los derechos de los individuos no son fruto ni creación de ningún proceso político, sino que son originarios y anteriores a cualquier proceso o fuente política. En todo caso, podrá hablarse (y con reservas) de liberalismo político para hacer mención al sistema que reconoce esos derechos.