La genialidad del modeo de inclusión social es que la gente viva cada vez peor y hacerles creer que viven peor en defensa de los puestos de trabajo de los argentinos y de la defensa de la industria nacional.
Acosados por la fuga de capitales que genera la desconfianza en la política económica y los horrores de arbitrarias medidas, el gobierno, para esconder su espanto por el problema cambiario, ha frenado las importaciones bajo el argumento de defender el trabajo de los argentinos y la industria nacional.
Moreno en particular y el gobierno en general, me hacen acordar a Robinson Crusoe en su debate con Viernes, debate desarrollado por el magistral Bastiat, cuando un isleño vecino les propuso intercambiar carne por sus productos de la huerta.
El debate entre Crusoe y Viernes que nos cuenta Bastiat fue el siguiente:
“Cierto tiempo después, habiéndose encontrado Robinson con Viernes, ambos unieron su trabajo en una tarea común. De mañana cazaban seis horas y traían cuatro cestos de caza. De tarde trabajaban seis horas en el huerto y obtenían cuatro cestos de hortalizas.
Cierto día llegó a la isla una canoa. Desembarcó de ella un apuesto forastero y fue admitido a la mesa de nuestros dos reclusos. Este forastero probó la producción del huerto, la elogió mucho y antes de despedirse de sus anfitriones habló como sigue:
“Generosos isleños, habito un país donde la caza es mucho más abundante que aquí, pero donde la horticultura es completamente desconocida. Sería fácil traerles todas las tardes cuatro cestos de carne si vosotros me entregaseis a cambio dos cestos de hortalizas”.
Al escuchar estas palabras Robinson y Viernes se retiraron para consultar, y la discusión que tuvo lugar es demasiado interesante como
Para no consignarla íntegramente:
Viernes- ¿Qué le parece?
Robinson- Si aceptamos la proposición estamos arruinados.
V- ¿Está seguro? Considerémoslo
R- El caso es evidente. Aplastada por la competencia, nuestra caza como rama de la industria, quedará aniquilada.
V- ¿Pero eso qué importa, si tendremos los venados?
R –¡Teorías! Ya no serán el producto de nuestro trabajo.
V – Perdone, señor, porque para tener los venados tendremos que entregar hortalizas.
R- ¿Qué ganaremos entonces?
V – Los cuatro cestos de carne nos cuestan seis horas de trabajo. El extranjero nos los da a cambio de dos cestos de hortalizas, que solamente nos cuestan tres horas de trabajo. Esto nos deja tres horas libres.
R – Diga, más bien, que esas horas son restadas a nuestros esfuerzos. Ahí está la pérdida. El trabajo es riqueza, y si perdemos la cuarta parte de nuestro tiempo, seremos la cuarta parte menos ricos.
V – Usted está muy equivocado, mi querido amigo. Tendremos la misma cantidad de carne, la misma cantidad de hortalizas, y tres horas de más a nuestra disposición. Esto es progreso, ¿o eso no existe?
R – ¡Usted se pierde en generalidades! ¿Qué haremos con esas tres horas?
V- Haríamos alguna otra cosa.
R – ¡Ah! Comprendo. Usted no puede concretar. Alguna otra cosa, alguna otra cosa, eso es fácil decirlo.
V – Podemos pescar, adornar nuestra cabaña, leer la Biblia.
R – ¡Utopía! ¿Hay alguna certeza de que debamos hacer lo uno o lo otro?
V – Muy bien, si no tenemos ninguna necesidad que satisfacer, podemos descansar. ¿Acaso el descanso no es nada?
R – Pero mientras descansáramos nos moriríamos de hambre.
V – Mi querido amigo, usted se ha metido en un círculo vicioso. Hablo de un repose que no substraiga nada a nuestro abastecimiento de carne y hortalizas. Usted siempre olvida que mediante nuestro comercio exterior, nueve horas de trabajo nos proporcionarán la misma cantidad de provisiones que obtenemos en la actualidad con doce.
R – Es muy evidente, Viernes, que usted no ha sido educado en Europa y que usted nunca ha leído el Moniteur Industriel. Porque entonces habría aprendido que todo ahorro de tiempo es pérdida pura. Lo importante no es comer ni consumir, sino trabajar. De nada sirve lo que consumimos si no es el producto directo de nuestro trabajo. ¿No quiere saber si usted es rico? Nunca considere los goces que obtiene sino el trabajo que debe hacer. Esto es lo que el Moniteur Industriel le enseñaría. En cuanto a mí, no tengo pretensiones de teórico y sólo me preocupa la pérdida de nuestras actividades de caza.
V – ¡Qué manera de invertir las ideas! Pero…
R – Nada de peros. Además, hay razones políticas para rechazar las ofertas interesadas del pérfido extranjero.
V- ¡Razones políticas!
R – Sí, él sólo nos hace estas ofertas porque son ventajosas para él.
V – Tanto mejor, dado que también son ventajosas para nosotros.
R – Entonces con este tráfico nos colocaríamos en una situación de dependencia con respecto a él.
V – Y él se colocaría en situación de dependencia con respecto a nosotros. Nosotros necesitaremos su carne, él necesitará nuestras hortalizas y todos viviremos en términos de amistad.
R- ¡Sistema! ¿Quiere que le tape la boca?
V – Eso lo veremos. Todavía no he escuchado ninguna buena razón.
R – Supongamos que el extranjero aprende a cultivar un huerto y que su isla resulta ser más fértil que la nuestra. ¿No ve las consecuencias?
V – Sí, nuestras relaciones con el extranjero cesarían. Ya no se llevaría nuestras hortalizas, dado que podría tenerlas en su isla con menos trabajo. Ya no nos traería carne, dado que nada podríamos darle a cambio, y entonces nos encontraríamos precisamente en la situación en que usted nos quiere colocar ahora.
R – ¡Salvaje imprevisor! Usted no comprende que después de haber aniquilado nuestra caza inundándonos de carne, él aniquilaría nuestros huertos inundándonos de hortalizas.
V – Pero esto sólo duraría mientras estemos en condiciones de darle otra cosa, o sea mientras encontremos otra cosa que producir con economía de trabajo para nosotros mismos.
R – ¡Otra cosa, otra cosa! Usted siempre vuelve a lo mismo. Usted está en la luna, mi estimado amigo Viernes; sus opiniones no tienen sentido práctico.
El debate fue muy prolongado y, tal como sucede a menudo, cada cual siguió aferrado a su propia opinión. Pero como Robinson ejercía gran influencia sobre Viernes, su opinión prevaleció, y cuando llegó el extranjero para conocer la respuesta, Robinson le dijo:
“Mire, extranjero, para inducirnos a aceptar su proposición debe usted darnos dos seguridades: primero, que su isla no tiene mejores existencias de animales de caza que la nuestra, porque queremos pelear con armas iguales solamente. Segundo, que usted pierda en la operación. Porque, tal como sucede en todo intercambio, por fuerza hay una parte que gana y otra parte que pierde, y nosotros seríamos tontos si usted no perdiera. ¿Qué me dice?”.
“Nada”, respondió el extranjero, y echándose a reír volvió a subir a su canoa.
Moreno en particular y el gobierno en general creen que lo importante es trabajar y no trabajar eficientemente. Por ejemplo, en el razonamiento del gobierno, que es igual al de Robinson, habría que destruir los celulares y teléfonos y poner gente en las terrazas de los edificios transmitiendo mensaje con banderitas de diferentes colores es inclusión social. Para ellos lo importante es que la gente trabaje mucho sin importar su productividad.
Si tuvieran que elegir entre una máquina excavadora para hacer un pozo y una cucharita de té, le darían al obrero una cucharita de té porque eso generaría más trabajo. El gobierno, en su primitivo razonamiento, no piensa en la cantidad de bienes y servicios a los que puede acceder la gente, sino en la cantidad de trabajo que insuma producir un determinado bien. Por eso habla de defensa de los puestos de trabajo de los argentinos y no de su productividad y eficiencia.
Cuando el gobierno se pelea con Brasil por el intercambio comercial, lo que están diciendo es que solo el gobierno Argentino está dispuesto a intercambiar bienes con Brasil si los brasileños juran que están dispuestos a perder en el intercambio. Ellos creen, al igual que Robinson, que en un intercambio una de las partes pierde, cuando todo intercambio se realiza siempre y cuando ambas partes valoran más lo que reciben que lo que entregan. Desconocen la teoría del valor subjetiva por la cual amabas partes ganan en el intercambio.
Insisto, para ellos lo importante no es que la gente tenga trabajos de alta productividad, sino que trabajen mucho y por eso el pueblo argentino es cada vez más pobre, porque no se privilegia la productividad sino la cantidad de trabajo. Es decir, no privilegian la cantidad de bienes y servicios a los que puede acceder la gente mediante el intercambio sino que prefieren que tengan menos bienes y mucho trabajo, aunque este sea ineficiente y de baja productividad.
Siempre aparece algún ignorante diciendo que los chinos nos venden cosas que produce gente que es mantenida con un plato de arroz. Ese argumento, ya usado en la década del 90, se olvida que los chinos están sacando de la pobreza 40 millones de personas por año mientras que nosotros, gracias a vivir con lo nuestro, aumentamos año a año la legión de pobres e indigentes.
También razonan horrible cuando dicen que hay que defender los dólares que tenemos. En primer lugar los dólares de exportación no son del BCRA, o no deberían ser, sino que deberían ser de los que producen y exportan. Produzco algo, lo exporto y me pagan con divisas que son mías porque esas divisas las intercambié por el fruto de mi trabajo. Lo que hace el Estado cuando nos obliga a liquidar exportaciones es decirnos: a cambio del fruto de su trabajo Ud. no puede quedarse con dólares sino que debe quedarse con estos pesos que emite el Banco Central y se derriten día a día en su poder de compra. Ud. trabaje que yo me quedo con la buena moneda y lo obligo a Ud. a quedarse con la mala.
Para poder importar primero tengo que exportar. Es decir, tengo que producir algo que me compren en el exterior para que con los dólares que me entregan pueda importar. Es cierto que puedo tener déficit de balance comercial porque importo más de lo que exporto. En este caso alguien financia mi consumo desde el exterior. ¿Cómo ajusta el sistema? Con tipo de cambio flotante, el saldo negativo del comercio exterior hace subir el tipo de cambio, las importaciones se hacen más caras en pesos y disminuyen, equilibrando el salo de balance comercial.
Y aquí está la madre del borrego. Como el gobierno no quiere devaluar el peso por miedo a una crisis financiera y cambiaria, frena las importaciones bajo el argumento de la defensa del trabajo argentino y de la industria nacional. ¿Qué logra con esto? Deprimir el nivel de vida de la población, que no puede incrementar los bienes a los que puede acceder con su salario. Con el proteccionismo, la gente puede comprar menos bienes con su salario de los que podría comprar si el intercambio comercial fuera abierto. Para decirlo en términos de Crusoe: con sus ocho horas de trabajo, la gente puede comprar menos bienes en una economía cerrada que en una economía abierta. ¡Esta es la genialidad del modelo de inclusión social! Que la gente viva cada vez peor y hacerles creer que esa pérdida en el nivel de vida es en defensa de los trabajadores argentinos y de la industria nacional.