¿Muchedumbre “aglomerada” o minoría exigente?
Se suele afirmar con ligereza que el hombre selecto y calificado es el petulante que se cree superior a los demás, sin advertir que es en realidad QUIEN SE EXIGE A SÍ MISMO MUCHO MÁS QUE A LOS OTROS, ya que aspira a lograr el progreso del medio en el que actúa.
El gobierno ha acusado estos años con acritud a quienes pensamos de este modo, “apilándonos” conceptualmente junto a los supuestos neoliberales del menemismo, una cuadrilla de impostores que representaron en su momento la flor y nata de otra casta de populistas “alternativos” -tan perversos como Néstor y Cristina-, que solo contribuyeron a nuestra actual decadencia social y cultural.
Por constituir el kirchnerismo el corazón de una “muchedumbre aglomerada”, no puede comprender en qué consiste la búsqueda de la excelencia. Su insistencia en ignorar QUE TODOS NACEMOS CON CAPACIDADES DIFERENTES, les ha impedido aceptar que la productividad y la igualdad no dependen de apotegmas bien intencionados que intenten sostener estructuras sociales y culturales ineficientes.
Hace un par de años, el periodista Andrés Oppenheimer relató detalles de un viaje de investigación periodística aplicado a estudiar los sistemas de educación en algunos países de Oriente. Allí entrevistó a padres de familia de hijos que no habían logrado reunir los requisitos necesarios para entrar a universidades de primer nivel académico, y que, por lo tanto, asistían a otras, supuestamente “menos calificadas”, que otorgan “expertise” en plomería, carpintería, electricidad o actividades de ese tipo. En dicha entrevista, les preguntó si no sentían que sus hijos eran discriminados al ofrecérseles estas carreras consideradas “menores”.
La respuesta llegó luego de un largo silencio de los entrevistados, que motivó que Oppenheimer pensara que su inglés no había resultado suficientemente fluido al formular la pregunta. Al repetirla entonces, dichos padres se mostraron sorprendidos y aseguraron al periodista que, por el contrario, estaban muy agradecidos al gobierno de su país por dar oportunidades a jóvenes de capacidad “diferente” que de otra manera jamás podrían cumplir un rol útil dentro de la sociedad.
En la Argentina, una mayoría de estudiantes sin capacidad natural ni inteligencia suficiente, careciendo muchas veces de estudios preparatorios apropiados, acceden a la universidad para cursar carreras que supuestamente “dan chapa”: abogados, médicos, economistas, escribanos, contadores, sin aceptar que nadie determine si tienen las condiciones personales para afrontarlas mediante una verificación de sus aptitudes y características personales.
Alternativas quizá más útiles y necesarias –que podrían ser desempeñadas con mucho éxito por ellos-, como técnicos en electrónica, en sanidad o en tornería mecánica (por dar ejemplos tomados al azar), jamás han sido aceptadas por nuestra sociedad como carreras “dignas” (¿).
Como producto de lo antedicho, puede observarse el avance preocupante de quienes, SIN PREPARACIÓN NI CONDICIÓN ALGUNA, han tomado por asalto la “sociedad cultural”. Una “masa” pretenciosa y demandante que en la Universidad de la Plata ha llegado a provocar que el 43% de los alumnos de algunas carreras “tradicionales” no apruebe más que ¡UNA MATERIA POR AÑO! después de recibir decenas de “bochazos”.
Ha quedado comprobado a través de la historia que dicha “masa” no se exige jamás nada especial, sino que se dedica a vivir cada instante de acuerdo con lo que es, sin realizar esfuerzo alguno por perfeccionarse PORQUE NO SABE CÓMO HACERLO y termina finalmente como boya a la deriva, insatisfecha y resentida. Es la que exige se le reconozcan de facto aptitudes que no tiene, e integra con el tiempo la base de organizaciones autodenominadas “progresistas”, que propugnan la “igualdad” sin matices de ningún tipo.
Terminan así asumiendo en forma prepotente y ambiciosa actividades que deberían estar en mejores manos, deleitándose con la soberbia de su ignorancia y esparciendo discursos “populares” plagados de axiomas y apotegmas carentes de significado alguno.
Si aspiramos a convocar a una Argentina diferente, que nos permita dejar de ser el furgón de cola del desarrollo imparable que ocurre en el mundo entero, debemos prestar urgente atención al sesgo “populista” que está tomando la cultura nacional: ¿Estamos dispuestos a aceptar que existen minorías exigentes dispuestas a perfeccionarse cada día un poco más, que deberían ser oídas o, al menos, respetadas? ¿O aspiramos a que se reconozca como válida la prepotencia de una muchedumbre ruidosa que discurre sobre asuntos que no comprende ni conoce e intenta llevarse todo por delante?
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