Murió Laclau: ¿quién fue?
Con 78 años de edad, murió ayer Ernesto Laclau, el filósofo posmarxista que reivindicó académicamente el populismo y, por consiguiente, que se constituyó en el intelectual orgánico más importante del kirchnerismo.
Laclau vivió en Argentina hasta 1969, fecha en la que migró rumbo a Londres, donde fue residente y trabajó como profesor universitario en Essex hasta sus últimos días. Es curioso advertir un patrón constante en los intelectuales de izquierda: jamás eligen para vivir su propia vida en lugares donde sus ideas configuran el sistema de organización social vigente. Pareciera que, al contrario, sus elucubraciones intelectuales están destinadas exclusivamente a prescribir cómo los demás deberían vivir, pues aquéllos mismos, cuando deben decidir sobre su propio destino, indefectiblemente optan por el capitalismo.
Es dable efectuar una pequeña digresión al respecto. El intelectual es un tipo social que, en la mayoría de los casos, se rebela contra el sistema social que le dio la más amplia libertad que jamás en su historia pudo gozar: el capitalismo. El ataque del intelectual es unilateral, puesto que mientras éste arremete contra el sistema, el sistema no puede arremeter contra el intelectual en virtud de sus propios fundamentos. Schumpeter decía: “En las modernas circunstancias solamente un gobierno socialista o un gobierno fascista tiene fuerza suficiente para disciplinar a los intelectuales”. ¿Cuál es entonces la salida? Estimular el surgimiento de una nueva clase de intelectual comprometido con los valores de la libertad individual que salgan a la palestra a combatir contra los intelectuales orgánicos del colectivismo.
Pero sería propio de un artículo de chimentos si nos quedáramos con los datos biográficos de Laclau. Lo verdaderamente relevante no es eso para nosotros, sino su producción intelectual y los efectos concretos por ésta generados.
Las dos obras más relevantes de Laclau son Hegemonía y estrategia socialista (1985) y La razón populista (2005), escritas desde el confort londinense. Ambas están unidas por un denominador común: sus esfuerzos por proponer un renovado marxismo plausible para las luchas ideológicas propias del nuevo milenio y sus nuevas formas de conflicto.
En virtud de su último libro, La razón populista, Ernesto Laclau fue denominado como el “filósofo del populismo” por los medios de comunicación. En resumidas cuentas, el trabajo del fallecido intelectual en esta obra se propone hacer una defensa teórica del populismo en función de una mezcolanza de posmarxismo, posestructuralismo y psicoanálisis lacaniano.
La tesis central de La razón populista es que “el populismo es, simplemente, un modo de construir lo político”.[1] Si esto es así, entonces el populismo subsume una específica manera de otorgar identidad a un grupo político, y esto es lo que interesa a Laclau, quien postula que el populismo comienza a gestarse cuando grupos con demandas de hecho diferentes e insatisfechas, empiezan a articularse de modo tal que configuran entre sí una dimensión equivalente que les otorga una subjetividad social más amplia. En palabras de Laclau: “Tenemos dos formas de construcción de lo social: o bien mediante la afirmación de la particularidad (…), cuyos únicos lazos con otras particularidades son de una naturaleza diferencial, o bien mediante una claudicación parcial de la particularidad, destacando lo que todas las particularidades tienen, equivalentemente, en común. La segunda manera de construcción de lo social implica el trazado de una frontera antagónica; la primera, no”.[2] Arribamos así, a un punto clave: la lógica populista –lógica equivalencial en términos laclaunianos– es una lógica dicotomizante: la constitución del sujeto “pueblo” como depositario de todas las virtudes cívicas sólo es posible a partir de la constitución del “antipueblo”.
Bajo la luz de este pensamiento estructurado a partir de la concepción de la política como amigo/enemigo del jurista nacional-socialista Carl Schmitt, podemos comprender cuando Laclau afirmaba en los medios de comunicación que “el kirchnersmo todavía no ha logrado crear una frontera interna en la sociedad argentina que divida al campo popular del otro campo”, y peticionaba en este sentido. En efecto, para el filósofo K, la fractura social en la Argentina que él miraba desde Inglaterra no era suficiente como para lograr su tan deseada plenitud populista.
Lo cierto es que Laclau nos presenta al populismo como una lógica política radicalmente democrática, por cuanto incluiría sectores y demandas relegadas que, en forma aislada bajo una “lógica diferencial”, no pueden ser atendidas por un sistema institucionalista pero que, a partir de su articulación bajo una “lógica equivalencial” que crea el terreno de irrupción populista, sí puede ser absorbida por el populismo. Sin embargo, lo cierto es que la lógica populista es una lógica que tiende al totalitarismo y no a una democracia respetuosa de las libertades. En efecto, el propio Laclau termina admitiendo que el pueblo construido por el populismo “es algo menos que la totalidad de los miembros de la comunidad: es un componente parcial que aspira, sin embargo, a ser concebido como la única totalidad legítima”.[3]
La teoría se ve fácilmente en la práctica, con sólo observar algunos eslóganes kirchneristas. ¿Qué es aquello de “nacional y popular” sino una reducción del pueblo a la parcialidad kirchnerista? ¿Qué señalan los epítetos “destituyente”, “oligarca”, “gorila”, “cipayo”, etc. que son moneda corriente en el discurso kirchnerista, sino una construcción del antipueblo?
En Hegemonía y estrategia socialista, Laclau –que escribe esta obra junto a su mujer Chantal Mouffe– se propone ajustar la teoría marxista a un nuevo contexto bajo el cual, en su fase tradicional, el marxismo no podría operar con éxito. En la propia introducción, escrita cuando faltaba poco para que el comunismo implosionara, se admite que “el pensamiento de izquierda se encuentra hoy en una encrucijada”. Y lo que resulta central, empieza a advertir la importancia que para el marxismo deben tener otro tipo de luchas que no tienen que ver con las identidades de clase: “Un conjunto de fenómenos nuevos y positivos está también en la base de aquellas transformaciones que hacen imperiosa la tarea de recuestionamiento teórico: el surgimiento del nuevo feminismo, los movimientos contestatarios de las minorías étnicas, nacionales y sexuales, las luchas ecológicas y antiinstitucionales, así como las poblaciones marginales, el movimiento antinuclear, las formas atípicas que han acompañado a las luchas sociales en los países de la periferia capitalista, implican la extensión de la conflictividad social a una amplia variedad de terrenos”.[4]
El libro de marras ha sido, pues, fundacional para el llamado posmarxismo. En efecto, ha barrido con los pilares esenciales del marxismo clásico en aras de poder incorporar luchas sociales que no tienen que ver con la clase social. Así pues, se derribó el tradicional materialismo según el cual la identidad del sujeto revolucionario estaba dada por su posición en las relaciones de producción, y en su lugar se repensó la identidad de los sujetos en virtud del concepto de hegemonía, analizado desde Lenin hasta Gramsci. El término hegemonía, dice Laclau, le “provee de un anclaje a partir del cual las luchas sociales contemporáneas son pensables en su especificidad, a la vez que nos permite bosquejar una nueva política para la izquierda”.[5]
Nuevamente, las consecuencias prácticas están a la vista. ¿No ha hegemonizado la izquierda acaso estas luchas sociales mencionadas por Laclau en su lucha contra el capitalismo liberal? ¿Tal cosa no hubiera sido ciertamente imposible bajo la teoría y, por lo tanto, bajo la estrategia, del marxismo tradicional, estructurado en derredor de la idea de “luchas de clases”? Laclau y Mouffe afirman: “Si el obrero ya no es solamente el proletario, sino también el ciudadano, el consumidor, el participante en una pluralidad de posiciones dentro del aparato institucional y cultural de un país; y si, de otro lado, ese conjunto de posiciones ya no es unificado por ninguna ‘ley del progreso’ (ni tampoco, desde luego, por las ‘leyes necesarias’ de la ortodoxia marxista), entonces la relación entre las mismas pasa a ser una articulación abierta que nada nos garantiza a priori que adoptará una u otra forma determinada”.[6] Son, en otras palabras, identidades maleables y, en extremada síntesis, en la hegemonización de estas nuevas “posiciones de sujeto” se basa la estrategia que Laclau propone.
Como hemos intentado de mostrar en este necesariamente breve artículo, no sólo ha muerto el “filósofo kirchnerista” como lo presentan los grandes medios de comunicación. Ha muerto mucho más que eso: ha muerto una mente brillante al servicio del mal –sería estúpido no reconocer su relevancia intelectual– que ha pensado las bases teóricas tanto del populismo como del posmarxismo que hoy se presentan, parafraseando a Hayek, como el “camino a la servidumbre” del nuevo milenio.
(*) Agustín Laje dirige el Centro de Estudios Libertad y Responsabilidad, y es co-autor del libro “Cuando el relato es una FARSA”.
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Fuente: www.laprensapopular.com.ar