No arranca: pese al esfuerzo oficial para «encender» el consumo, los argentinos siguen con la mente «en off»
Aumentos salariales, una fuerte inyección de dinero para planes sociales y el arribo del aguinaldo. Con todo esto se preveía que el Gobierno iba a poder festejar un “mini boom” consumista. Apeló a la receta de otros años, pero esta vez la fórmula no está funcionando. Analistas explican por qué
Parecía que los planetas se alineaban para que el consumo volviera a funcionar a todo vapor.
Tras largas y complejas negociaciones, la mayoría de los gremios finalmente llegaron a un acuerdo y, entre mayo y junio, los asalariados de varias ramas de actividad cobraron con aumento.
Además, muchos de ellos recibieron incrementos retroactivos desde comienzos de año y ya tienen en vista el medio aguinaldo.
Más aun. Comenzaron a regir los aumentos de varios programas de asistencia social que Cristina Kirchner había anunciado en mayo.
Así, la Asignación Universal por Hijo empezó a percibirse con un alza del 35%, mientras que las asignaciones familiares -dependiendo de sus categorías- incluyeron subas del 22 y 35%.
En aquel momento, la Presidenta había destacado que estas mejoras implicaban un esfuerzo fiscal adicional de $16.800 millones, que ayudaría a reactivar el consumo.
Todo esto ocurre en un contexto en el que -mal que bien- sigue vigente el efecto del congelamiento de precios, que no ayudó a freezarlos, y menos a bajarlos, pero al menos sí a mantener el índice estabilizado en un nivel de 1,5% mensual.
Con este cuadro, se había generado la expectativa oficial de que -luego de un comienzo de año más bien frío en las góndolas- las estadísticas de ventas iban a dar cuenta de una reversión de su tendencia declinante.
A fin y al cabo, a lo largo de los últimos años, cada vez que el Ejecutivo había «puesto billetera», se había producido un notorio repunte en los supermercados, shopping centers y cadenas de electrodomésticos.
Pero esta vez la billetera oficial parece no estar funcionando. Más bien, las primeras cifras están reportando que los argentinos siguen con sus mentes consumistas en «off».
La encuesta de la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME), una de las más consultadas por los analistas, marcó nuevamente un registro negativo.
En junio, pese a la masiva inyección de dinero, las ventas volvieron a caer un 1,8% respecto del mismo mes del año pasado.
Y el acumulado del primer semestre indica un descenso del 3,4%. El comparativo es más preocupante si se considera que el período anterior (contra el cual se efectúa la comparación) había sido también flojo.
Es cierto que el promedio está afectado por el rubro inmobiliario, que sigue en situación crítica, con una caída interanual de 14,5%. Pero aun si se depura este efecto, los números distan de ser positivos.
En junio, rubros que en otros momentos lideraron el boom consumista, como el de los electrodomésticos, los textiles o el mobiliario, muestran cifras modestas, que no se condicen con el esfuerzo oficial y las subas salariales.
El comunicado de CAME reconoce que el ambiente favorable -que incluye aumentos en las remuneraciones- «no fue suficiente para marcar un quiebre de tendencia, porque las familias se mantienen demasiado expectantes de la evolución económica».
Esta entidad empresarial observa que «continúa prevaleciendo bastante prudencia en las decisiones de gasto que se notó, sobre todo, en la compra de aquellos bienes menos básicos y necesarios que componen la canasta familiar».
Además, la entidad parece percibir un obstáculo por el lado del financiamiento bancario.
El sondeo indica que es cada vez menor la cantidad de comercios que ofrece planes de pago con tarjeta sin recargo. Hoy día, es raro encontrar propuestas que superen las tres cuotas sin costo adicional.
¿Fin de la fuga al consumo? Si todo parecía jugar a favor de un gran rebote en el consumo, ¿qué fue lo que falló?
Hay una tendencia natural a mirar la inflación para buscar una respuesta, pero lo cierto es que en los últimos años se han registrado récords de ventas incluso con índices superiores al actual.
Así había ocurrido en 2010, por ejemplo, cuando se vivió un verdadero boom de consumo en rubros como electrodomésticos y textiles, al mismo tiempo que la suba general de precios saltaba del 15% al 25% anual.
Fue en aquel momento en el que se acuñó la expresión «fuga al consumo» para calificar el fenómeno por el cual la gente se protegía de la depreciación de la moneda por la vía de transformarla en mercaderías.
Claro que no todos consideraban que ese tipo de consumo fuera digno de festejo. «No hay economías sanas que ahorren consumiendo», sostiene Guillermo Oliveto, director de la consultora W.
Por otra parte, varios ya habían pronosticado cierta saturación en la capacidad de crecimiento para algunos rubros.
«Cuando venís de un boom de compras, en algún momento eso se desacelera. Y esto se ve principalmente en los bienes durables, porque llega un momento en el que no podes, por ejemplo, poner una TV Led en el baño», ironiza Gastón Rossi, economista de la consultora LCG.
El rubro que aparece como excepción es el automotor, que registra un alza del 8,3% en el primer semestre del año, alcanzando una marca histórica de casi medio millón de nuevos autos en las calles.
Para los economistas, esto ocurre porque para el segmento de la población con cierta capacidad de ahorro, el 0km ha pasado a ser visto como un refugio de valor, ante la falta de otras alternativas de inversión.
El salario empuja menos Pero, sobre todo, lo que los analistas apuntan es que, a la hora de buscar explicaciones, no hay que focalizarse tanto en la inflación sino en el salario real.
Y ahí reside una gran diferencia respecto de los últimos años: el enfriamiento de la economía y la nueva preocupación oficial por evitar una excesiva «puja distributiva» -que dispare la espiral de precios y salarios- llevó a poner un techo a las paritarias.
En consecuencia, la mayoría de las negociaciones salariales cerraron en un rango de entre 22% y 26%, una cifra que no permite, como antes, una recuperación del poder adquisitivo.
Como además se ha extendido la práctica de pagar los aumentos en dos o más cuotas anuales, esto lleva a que los bolsillos no sientan el mismo impacto.
«El ritmo de incremento de los salarios esta desacelerándose y ya no hay un crecimiento del ingreso real», argumenta Rossi, quien agrega que las subas otorgadas ahora van a un ritmo cercano al de la suba de precios.
En ese sentido, deflactado por inflación privada, el ingreso real del conjunto de los ocupados se encuentra apenas un 2,3% por encima de los niveles existentes en el cuarto trimestre de 2011.
La incidencia del factor empleo El salario, a pesar de ser importante, no es lo único que determina la propensión consumir.
En algunos rubros, como el de los de los electrodomésticos -que muchas veces no son una necesidad sino un «aspiracional»- existen otros factores que pesan en la decisión.
En este caso, entra a tallar el estado de ánimo de la población y su «olfato» sobre cómo continuará la economía.
Es ahí donde se está registrando un clima desfavorable, que los incrementos de bolsillo no logran revertir.
Esto puede verse claramente a través del Índice de Confianza del Consumidor, elaborado por la Universidad Di Tella, que actualmente registra niveles comparables con los de finales de 2009, cuando la Argentina todavía se encontraba en recesión.
La otra encuesta de referencia sobre el humor social, la que realiza la Universidad Católica, también arroja resultados reveladores.
El indicador, que mide la disposición a comprar bienes durables, ha caído un 4% en términos interanuales. Apenas dos de cada diez encuestados responden que es un buen momento como para hacer una adquisición de este tipo.
Y el descenso en este índice es inversamente proporcional a la percepción de inestabilidad en el empleo.
Ante la pregunta de si hay muchos o pocos puestos de trabajo, el 47% sostiene que es difícil conseguir empleo, bien por encima del 28% que se registraba a fines de 2011, cuando se vivía un boom de consumo.
Para los expertos, éste es un punto clave: por más que las estadísticas oficiales de gente sin trabajo sigan arrojando números relativamente buenos (7,9%), entre la población se corporiza la sensación de que aumenta el riesgo de perderlo y de no conseguir uno nuevo.
Ernesto Kritz, de la consultora Poliarquía, viene advirtiendo sobre este fenómeno de estancamiento en el consumo como consecuencia de la percepción de inestabilidad laboral.
Y pone la lupa en que, a pesar de que las cifras todavía no lo demuestren en toda su gravedad, en varias industrias está ocurriendo un recorte en la cantidad de horas trabajadas. Aunque técnicamente esto no implique desempleo, sí supone un motivo de alarma entre los asalariados.
En consecuencia, manifiesta sus dudas respecto de que el Gobierno pueda generar un shock de demanda: «Va a haber más pesos en la calle, a través de asignaciones sociales, jubilaciones y los recientes aumentos salariales, pero de todas formas eso va a estar lejos de generar un boom».
Por otra parte, Kritz cree que el efecto de las mejoras en los ingresos comenzará a diluirse en los próximos meses, como consecuencia de una aceleración de los precios.
En la misma línea, Oliveto señala que el empleo será el factor que determinará si el Gobierno puede cumplir con su propósito de estimular el consumo, en concordancia con el calendario electoral.
De todas formas, la expectativa entre los analistas es que el Ejecutivo, aun con las dificultades que está presentando la economía, seguirá poniendo «toda la carne en el asador» para que las góndolas estén activas en los próximos cuatro meses.
Lo que no está claro es si el panorama se parecerá al de 2011 -cuando el movimiento en los mostradores era funcional al de las urnas- o si estará más cercano al de 2009.
En principio -y al menos hasta ahora- la intención del Ejecutivo de «poner billetera» para inyectar más dinero parece no estar dando los resultados de otros años.
Fuente: www.iprofesional.com