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lunes 18 de octubre de 2010

No hay dos sin tres

El acto convocado por Hugo Moyano en el Monumental volvió a demostrar que el poderío sindical sigue siendo uno de los más importantes en la Argentina.

La semana pasó sin grandes novedades en el plano nacional, en rigor como pasan todas las semanas de un tiempo a esta parte. A no ser que alguien dudara dónde estaba y está el poder. El poder real o quizás, mejor dicho, aquel capaz de paralizar al país ya sea mediante estrategias clientelistas, aprietes, traslado de humanos como si fueran ganado, etcétera. Los medios no cuentan, el fin es la sagrada meta.

De ese modo, el acto organizado por Hugo Moyano ha puesto en evidencia quién tiene la última palabra cuando de negociaciones se trata. El matrimonio presidencial debió ceder ante una realidad de esas que no caben en el relato oficial: hay algo más amenazante que los mismísimos K.

El sindicalismo, más allá de sus escisiones y aparentes traspiés en lo judicial, sigue siendo el arma letal que amedrenta a cualquier gobierno nacional. Las banderas son pura anécdota, también las izquierdas y las derechas.

Mientras los funcionarios –ya sean ministros o legisladores del oficialismo– ni atinan a bajar la cabeza cuando la Presidenta esboza alguna barbaridad, el jeque de los camioneros se dio el gusto de replicar y gritarle en la cara quién manda acá. Lo demás son maneras, formalidades que poco cuentan a la hora de sumar votos y voluntad popular.

Véase que los dirigentes con mejor imagen no son aquellos que más hacen por la sociedad, sino quienes pasan desapercibidos y apenas trascienden –asombrosamente– por callar o balbucear la menor cantidad de sandeces. Si son capaces o no de mantener la gobernabilidad en medio del caos que hay y habrá es un tema que no se discute siquiera en los ámbitos donde la política aún parece importar.

Si bien es cierto que a Moyano se lo cerca cada tanto en intentos furtivos de establecer límites aunque más no sean decorativos, el sindicalismo no mengua en su afán de controlar las cajas de mayor peso y sumar a sus filas “soldados” que, de ser necesario, salgan a dar batalla hasta el final. Saben con certeza de qué manera hacerse notar.

En ese sentido es dable advertir que los argentinos estamos sometidos no sólo al capricho de la pareja que ocupa Balcarce 50, sino también al de aquellos capaces de paralizar la nación, sin que medie para el ciudadano común ningún tipo de explicación.

Desde luego que escucharlos hablar de lealtad y apoyo incondicional en un acto como el que se celebrara el pasado jueves en el Monumental es una broma pesada. Los discursos, las oratorias, son para la “gilada”. Lo que se dice será, paradójicamente, la antítesis de lo que se hará.

Si los Kirchner creen que su asistencia al evento, el abrazo “fraternal” y el cotillón desplegado para que la Jefa de Estado muestre sus dotes para concursar en “Bailando por un sueño” les garantiza fidelidad a la hora de votar, seguramente volverán a tropezar con la misma piedra una vez más.

Como sucede con la mayoría de las cosas en esta Argentina paradojal donde nos toca actuar, todo lo que se observa tiene un revés que muestra una faceta donde lo ideal brilla por su ausencia. Los gremios no representan cabalmente a los trabajadores, al menos no desde el punto de vista socio-laboral. Se han transformado en aglutinadores de hordas amorfas que responden a una determinada autoridad para cumplir fines sin que importen los medios que deban emplear.

La correspondencia del asalariado para con sus supuestos capataces tampoco es 100% real. Basta con darse cuenta “cuándo” tuvo lugar el acto sindical para conmemorar, alegóricamente, el Día de la Lealtad. No fue el mismísimo 17 de octubre como lo indica el calendario habitual.

Por más que la oferta de transporte, vino y choripán tiente en demasía, movilizar masas un día no laboral es un desafío que ni los más encumbrados líderes gremiales se atreven a encarar. Guste o no, todo tiene su vulnerabilidad…

En ese trance, como en otros que han pasado, y en alguno que probablemente vendrá, adelantar fechas suele ser una determinación sine qua non para que el resultado sea el esperado. El resto es parte indispensable del show al que ya estamos acostumbrados.

Lo cierto es que la relación de fuerzas entre la dupla presidencial y el jefe de la CGT se torna uno de los pilares básicos a la hora de establecer cómo seguirá el escenario social de aquí en más. Desde luego que un simple traspié de aquellos que suele cometer –gracias a su carácter entreverado– el ex mandatario puede tirar por la borda toda la “felicidad” que rodeaba a la pareja y al camionero horas atrás.

Nada está sellado cuando se trenzan la política con lo gremial.

Mientras estos avatares –que nada aportan a la cotidianeidad que debemos enfrentar– se suceden como demostraciones de infantes comparando quién tiene el juguete más promocionado en el aviso publicitario, países como Chile dan ejemplo de civilidad.

No hablemos de grandeza ni paraísos terrenales que no los hay, sino simplemente de compromiso y convivencia entre ciudadanos con distintos roles dentro de la sociedad.

Pero es verdad, ya no hay un San Martín que cruce Los Andes ni un O’Higgins que aguarde más allá… Lo que queda está a la vista: ambiciones personales, kioscos que atrapan hasta al más legal y una bolsa de gatos con las iniciales que se les antoje arriesgar de donde debe salir aquel que el próximo 17 de octubre, por ser lunes nada más, se abrace con el poder sindical que reina y reinará… © www.economiaparatodos.com.ar

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