Normandía 69
No siempre los hechos que conmemoramos también son celebrados. Sin embargo, las conmemoraciones del desembarco de Normandía son y seguirán siendo celebradas por lo que representan: el principio del fin del yugo nazi sobre Europa Occidental.
No siempre los hechos que conmemoramos también son celebrados. Sin embargo, las conmemoraciones del desembarco de Normandía son y seguirán siendo celebradas por lo que representan: el principio del fin del yugo nazi sobre Europa Occidental.
Los hechos son archiconocidos y quizá sólo haga falta recordar alguna cifra mareante de la mayor operación aerotransportada de la historia de la humanidad. La Operación Overlord (jefe supremo) consistió en crear una cabeza de playa en el continente europeo que sirviera de punta de lanza del ataque angloestadounidense contra el enemigo común alemán.
El desembarco de 150.000 soldados -y su correspondiente armamento y suministros- en el primer día de la invasión nos permite calibrar la envergadura de la operación. Todo ello sin contar con ningún puerto estable y bajo distintos grados de resistencia por parte del Ejército alemán. Los nombres en clave de las playas de desembargo han quedado grabadas en la memoria de muchos (con la inestimable ayuda de Hollywood): Utah, Omaha, Gold, Juno y Sword.
Pero, a 69 años de distancia, quizá sea más interesante reflexionar sobre lo que fue y lo que no fue Normandía. En primer lugar representó el mayor esfuerzo conjunto de los aliados angloestadounidenses de la guerra. Además, suponía el alivio del otro gran aliado, la Unión Soviética, con la apertura de un segundo frente, tan temido por Hitler.
Sin embargo lo que quizá no se ha contado tanto y es muy relevante, es la calma con la que los aliados occidentales se tomaron la apertura de un verdadero segundo frente (no las «distracciones» del norte de África o de Italia) para compartir el esfuerzo en bajas que representaba la lucha sin cuartel contra la poderosa Wehrmacht alemana. A pesar de que ésta llevaba tres años interminables desangrándose y congelándose en el interior de la URSS, todavía demostró fuerza y disciplina suficiente como para plantar cara a los anglosajones.
Otro elemento destacable, y cuyos detalles todavía están saliendo a la luz, es la guerra de desinformación previa a los desembarcos en sí. Y esa guerra también la ganaron los Aliados por mucho. Inventaron inexistentes ejércitos, contrataron los servicios de pintorescos espías y mantuvieron el engaño hasta el final para hacer creer a Hitler que la invasión se iba a producir en su lugar «natural» (es decir más próximo a Inglaterra): el Paso de Calais. Y aquí Hitler demostró la misma candidez y obcecación en negar las señales de la que había hecho gala Stalin en parecidas circunstancias en junio de 1941, cuando se desencadenó la Operación Barbarroja. En contra de las variadas señales quiso creer que la verdadera invasión estaba por llegar en Paso de Calais y eso detrajo importantes unidades que hubieran podido retrasar el avance aliado. Aunque no me gustan los contrafácticos he de decir que por muy bien que les hubiera ido a los alemanes, difícilmente habrían podido evitar el fatal desenlace.
Otra interesante reflexión tiene que ver con el concepto de «liberación» utilizado indistintamente para referirse a todos los pueblos y países de Europa, sin discriminar entre los ejércitos angloestadounidenses y el Ejército Rojo. Los primeros sí liberaron a los europeos occidentales (incluyendo a los alemanes) mientras que el segundo simplemente cambió un verdugo por otro. Sólo hay que ver las fotos de la época para comprobar que los «liberados» sabían quiénes eran unos y otros.
A propósito de esto, personalmente no deja de sorprenderme que una parte significativa de esos pueblos liberados del oeste de Europa hayan desarrollado un antiamericanismo tan visceral contra suslibertadores.
Mención aparte requiere la figura de Dwight D. Eisenhower, comandante Supremo Aliado desde las operaciones mediterráneas y hasta el final de la guerra. Un brillante militar que, por su condición, también tenía que ser «político» y que lidió con firmeza e inteligencia con sus subordinados, a algunos de los cuales se les podría haber juzgado en un consejo de guerra (Patton) o psicoanalizado en un diván (Montgomery). Como es sabido, una década más tarde se convirtió en presidente de Estados Unidos. A mi juicio uno de los más brillantes del siglo XX (al menos).
Se cuenta la anécdota (que a mí me hace gracia aunque quizá sea deformación por conocimiento) que cuando los soldados del Ejército Rojo, ateridos de frío, abrían las latas de carne que enviaba Estados Unidos a su aliado como contribución al esfuerzo de guerra, decían: «mira, hemos abierto el segundo frente».
Normandía simboliza muchas cosas, pero quizá más que ninguna otra, el principio del fin de la hegemonía europea en el mundo y el principio, todavía sin fin, de la supremacía de Estados Unidos en ese mismo mundo.
Fuente: www.libertaddigital.com