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jueves 10 de abril de 2014

Opiniones que se bifurcan

Opiniones que se bifurcan

El análisis político y económico de Vicente Massot

En otras circunstancias —ciertamente distintas de las actuales— el gobernador bonaerense, siempre tan cauto y subordinado cuando se trata de lidiar con sus superiores jerárquicos, no hubiese osado anunciar —como acaba de hacerlo, flanqueado por todo su gabinete— un plan de seguridad cuyo núcleo duro está en las antípodas del kirchnerismo. Y si acaso, en un inusual arranque de valor y de independencia de criterio, se hubiera animado a dar ese paso, habría sido fulminado, inmediatamente y sin contemplaciones, por la presidente que él no se cansa de adular. Pero, claro, han cambiado los tiempos y mutado los humores sociales. El gobierno no se halla en condiciones de retar a nadie y Scioli es consciente de esa limitación. Aunque en el fondo de su corazón Cristina Fernández quisiera crucificarlo en público, ahora debe morderse la lengua y tolerar que el mandatario de La Plata diga lo que le viene en gana.

El ex–motonauta sabe perfectamente bien —porque lo padece a diario y no encuentra la forma de ponerle freno al problema— hasta dónde se extiende y qué tan grande es la ola de inseguridad que sacude a su provincia. Por eso no esperó más y se decidió a tomar el toro por las astas. Nadie podría adelantar un vaticinio serio respecto del éxito o del fracaso de las medidas vertebradas entre el viernes y el sábado pasados. A lo sumo cabría adelantar un juicio en punto a la oportunidad de haberlas tomado y a la naturaleza de las mismas. Nada más.

En cuanto hace al timing, el gobernador no tenía demasiado espacio para postergarlas. Los índices del crimen —cuatro por día en el curso de los últimos seis meses— resultan escalofriantes. Si a esto se le agrega la reacción popular que parece recorrer el país de arriba a abajo y se manifiesta en la práctica del linchamiento, el escenario queda completo. ¿Qué hacer, pues? —Una alternativa era seguir como hasta ahora, navegando a dos aguas con un discurso distinto del de la Casa Rosada pero, en definitiva, complaciente con el de Cristina Fernández. La otra era aprovechar el malestar social y el reclamo de mano dura de buena parte de la ciudadanía para ponerse a tono con la gente, aunque se malquistase con los kirchneristas de paladar negro.

Daniel Scioli no quemó las naves, ni mucho menos. Su propósito no busca tomar distancias de la dama de Olivos planteando, en un tema de tanta sensibilidad, una política para cortarse solo. De momento y casi con seguridad hasta el final de su mandato —que coincide con el de la viuda de Kirchner— el gobernador no puede darse el lujo de romper lanzas. Su objetivo es más modesto. Necesita el auxilio del Tesoro nacional y requiere mantenerse a flote en un momento en que todo parece jugarle en contra. Venía de sortear, no sin un costo importante, la huelga docente y hete aquí que, para asombro de todos y producto de la ausencia del Estado, grupos de vecinos actúan como en Fuenteovejuna. Si Scioli no hubiese reaccionado, el resultado podría haber sido catastrófico. Tomar el camino del realismo no le asegura nada, pero al menos demuestra que está vivo.

¿Qué hará la presidente? Debería descartarse la posibilidad de que imitase al mandatario provincial el cual, aun cascoteado por los cuatro costados, sigue manteniendo una intención de voto alta. También habría que dejar de lado la posibilidad de que reaccionase como su marido ante el fenómeno que, en su oportunidad, generó el asesinato del joven Blumberg. Cabe recordar que entonces el santacruceño —cierto que no por convicción sino por conveniencia— se montó al clamor popular y ordenó a sus bancadas que acompañaran la sanción de leyes duras en contra del delito. Pero Cristina Fernández podría, en atención a lo que piensa mayoritariamente la calle, llamarse a silencio y congelar, hasta mejor oportunidad, los proyectos de reforma de los códigos, Civil y Penal. No sería de extrañar que adoptase ese rumbo de acción, al menos en una primera etapa.

De todas maneras, Cristina Fernández debería saber, so pena de sufrir las consecuencias en carne propia, que ensayar de nuevo el relato de la sensación de inseguridad o tratar de pasar desapercibida frente a la cuestión que más le preocupa a la sociedad argentina, es hoy imposible si, al mismo tiempo, acaricia el sueño de llegar entera a 2015.

Algo de esto ha barruntado el secretario de Seguridad, Sergio Berni, quien de manera ostensible ha hecho suyo un discurso sobre el tema que nada tiene en común con el enarbolado por el jefe de gabinete, Jorge Capitanich, y por las principales usinas ideológicas del kirchnerismo. El chaqueño, para variar, culpó a los medios de instalar en la opinión pública una preocupación poco menos que ficticia. Berni, en cambio, se colocó más cerca de la posición de casi todo el arco opositor, que hizo hincapié en la ausencia del Estado.

Hay razones para preguntarse cuál de los dos —Capitanich o Berni, si acaso alguno— ha voceado la opinión de Cristina Fernández. Porque bien podría suceder que uno y otro hubieran actuado por su cuenta y riesgo, sin tomarse el trabajo de solicitar instrucciones de arriba. Antes, semejante proceder habría sido imposible de llevar a la práctica sin ser fulminado. Pero si un hombre como Scioli se ha animado a enhebrar y defender un libreto propio, cualquier otro funcionario de mayor o menor nivel está en condiciones de hacer lo mismo.

Sea de ello lo que fuese, el dato político de interés es la forma como —conforme transcurre el tiempo y se suceden los problemas— en el seno del oficialismo se ha astillado la verticalidad del mando. La presidente tiene la última palabra y reivindica un poder considerable en el Congreso Nacional —donde todavía no hay diáspora— y en la decisión sobre la estrategia económica a seguir. Pero al haber tomado conciencia el peronismo de que, en un año y medio, la señora se habrá ido a su casa, hay muchos temas sobre los cuales nadie parece dispuesto a comunicarse con Balcarce 50 antes de realizar declaraciones o implementar medidas.

Si uno se toma el trabajo de analizar con un mínimo de detenimiento de qué manera manejan sus contenidos los medios periodísticos del oficialismo, caerá en la cuenta de que la uniformidad de otrora brilla por su ausencia. Lo mismo sucede con los voceros habituales del gobierno. ¿Quién representa al kirchnerismo en punto a lo que ha sucedido con los linchamientos, Eugenio Zaffaroni o Sergio Berni? ¿Quién es el candidato para 2015: Daniel Scioli, Sergio Urribarri o Florencio Randazzo? Es notable como en estas y otras cuestiones difieren los pesos pesados de la política, del periodismo y de los cenáculos ideológicos del universo K.

En tren de buscarle al fenómeno una explicación plausible nos animaríamos a decir que tamaña libertad de acción y de discurso es un típico producto de final del ciclo. Hay, eso si, una excepción: el rumbo económico. Pueden disentir Carlos Kunkel y Diana Conti acerca de cuál es mejor candidato para 2015; Rossi y Berni en torno del narcotráfico; Verbitsky y Scioli en cuanto a la mano dura. Ninguno, en cambio, y tampoco los diarios y canales de la cadena K, ha objetado el ajuste puesto en marcha. En eso nadie abre la boca y todos tratan de convertir el viraje hacia una suerte de ortodoxia en un modelo de realismo progresista. La razón es sencilla: han entendido que con la economía no se jode. Hasta la próxima semana.

 

Fuente: Massot / Monteverde & Asoc.