Osadía no les falta
Sería ridículo suponer que a alguien en este planeta podría ocurrírsele llevar adelante una reforma electoral para perder en las urnas.Sorprenderse porque la ingeniería electoral que el partido gobernante amenaza convertir en ley lo beneficiará, al menos en teoría, es no entender que ningún oficialismo en el mundo, con mayoría en las dos cámaras —la de diputados y la de senadores, se entiende— imaginaría otorgarle el poder de votar a los jóvenes de 16 y 17 años y a los extranjeros con un mínimo de 24 meses de residencia en el país, si no creyese que su puesta en práctica redundaría en su favor.
Sería ridículo suponer que a alguien en este planeta podría ocurrírsele llevar adelante una reforma electoral para perder en las urnas. Generalmente lo que se hace, en semejantes casos, es maquillar el cambio con propuestas humanitarias y salvíficas —de esas que a nadie disgustan— y tratar de vender el producto sacando patente de democrático de estricta observancia.
Esto es cuanto busca el kirchnerismo que, una vez más, ha extraído de la galera del mago un anuncio cuya particularidad reside en dejar boquiabiertos a sus opositores, obligándolos a tomar partido, no necesariamente en contra del mismo. Ello supone que banderías opuestas en conciencia a este proyecto, por razones tácticas deban cerrar filas con un gobierno al cual detestan. ¿Podría el macrismo, por ejemplo, tan atento a as humores de la juventud, embestir de manera frontal el planteo de reducir la edad para votar? En petit comité sus dirigentes, salvando honrosas excepciones, se oponen a lo que consideran, no sin razón, una jugada tan oportunista como irresponsable de la Casa Rosada. Pero a la hora de fijar una posición en el Congreso, las convicciones ceden terreno y priman las conveniencias de carácter político. ¿Malquistarse con el millón y medio de nuevos votantes jóvenes? —Ni por asomo.
Que el propósito de Cristina Fernández es aumentar de manera significativa el padrón electoral para acortar la distancia que la separa de la reforma constitucional con reelección indefinida, no necesita ser explicado. Cualquiera conoce, a esta altura, y el oficialismo más que todos, dos cosas: 1) que el Frente para la Victoria carece de un candidato en condiciones de ganar en 2015 —salvo que pudiese competir la actual presidente— y 2) que hoy el oficialismo está lejos de los 2/3 imprescindibles para convocar a una Constituyente. Siendo así, han pensado sus valedores —de ordinario muy ingeniosos en la materia— dos tácticas que no se excluyen entre sí. Antes al contrario, se complementan mutuamente.
La primera ha sido poner en circulación, por distintos medios y de distintas maneras —según sea el vocero del que se trate y sus eventuales interlocutores— la necesidad de reformar el texto de inspiración alberdiana jurado en 1853. Como para dar tamaño paso no hay más remedio que conseguir los famosos 2/3 en el Congreso, el kirchnerismo —segunda táctica— ha exhumado una interpretación que, en su momento, hiciera del tema el ex–diputado de la Ucedé, Francisco Durañona, y la ha lanzado con cautela a la palestra. Se trata, nada más y nada menos, de una formulación que, si no reconociera precedentes en el siglo XIX, podría parecer capciosa. Lo que viene a decir es algo tan polémico como discutible, pero nunca disparatado: que los 2/3 de los cuales se habla son de los diputados y senadores presentes al momento de votar.
Todavía no parece existir en las tiendas kirchneristas un criterio uniforme respecto de cuándo dar la batalla de la reforma constitucional y con arreglo a qué base argumental avanzar en ese camino. De momento, las que despuntan en el horizonte son las tácticas mencionadas que semejan globos de ensayo para medir la reacción ciudadana y obrar en consecuencia. Por eso no hay un solo discurso y hasta algunos aliados incondicionales del kirchnerismo se permiten disentir en forma abierta con la idea de la re–reelección.
Asistimos a los momentos iniciales de una estrategia continuista que, sin lugar a dudas, tomará vuelo en el curso de los próximos meses. Sabemos que el oficialismo, a los efectos de prolongar la vigencia del modelo en el tiempo, requiere mantener el control del estado más allá de 2015. También conocemos los terrores —porque resultan mucho más que simples temores— de quienes rodean a Cristina Fernández de no encontrarle a ella un sucesor confiable, capaz de prolongar la existencia del kirchnerismo. En este orden, nadie ignora la trascendental importancia de los comicios legislativos del año venidero. Hasta aquí las certezas.
¿Cuáles son las incertidumbres? Por de pronto, en qué momento —si antes o después de esos comicios planeados para sustanciarse en octubre de 2013— el gobierno lanzará en el Congreso Nacional la convocatoria a una Convención Constituyente. En segunda instancia, si enarbolará la tesis Durañona —por llamarle de alguna manera— o se atendrá a la teoría clásica. No está demás recordar que, si optase por aquélla y la misma, como todo lo hace prever, fuese objetada por una parte del arco opositor, el kirchnerismo —si le conviniese— bien podría validarla administrativamente, dejando el litigio en manos de la Corte Suprema de Justicia. Algo similar pasó en el 2009 con las candidaturas testimoniales. El máximo tribunal de la Nación acaba de fallar —¡tres años después!— diciendo que se transformó en “una cuestión abstracta”. Por último, aún no hay criterio tomado respecto de cómo presentar el tema de la re–re.
Si la Casa Rosada intentase forzar una votación con anterioridad a octubre para la reforma predicha, correría el riesgo de no conseguir los 2/3; e inclusive si llegase a obtener ese número, no podría descartar nunca la posibilidad de que, en los comicios de constituyentes, los resultados le fuesen adversos. En una palabra, los riesgos serían inmensos porque aceptar el desafío y ser derrotados antes de las legislativas, clausuraría el ciclo kirchnerista. Todos asumirían, entonces, que Cristina Fernández no sería de la partida en las próximas elecciones presidenciales y su poder comenzaría a diluirse a medida que pasase el tiempo y el peronismo comenzase a prestarle atención y obediencia a otros candidatos.
Lo más probable, pues, es que la Casa Rosada analice con detenimiento los guarismos de octubre y recién después tome la decisión de seguir o no adelante. Aquí es donde cobra relevancia la ingeniería electoral de la que hablamos al comienzo. El Frente para la Victoria requiere algo así como 47 % de los sufragios para contar con los 2/3 necesarios. Hoy están lejos sus candidatos siquiera de acercarse a ese tope. Por lo tanto, sumar al padrón —como sea— 3,7 MM nuevos votantes, con la particular coincidencia de que, en cuanto a los extranjeros, admiten ser concientizados y convencidos de votar por el Frente para la Victoria, y en lo que respecta a los jóvenes el kirchnerismo ha calado hondo, parece una jugada tan osada como brillante.
La ley, quizá con algunas correcciones formales, será votada a la brevedad y el mérito recaerá enteramente en el Poder Ejecutivo Nacional, en razón de que el proyecto ha sido obra suya y no de los partidos opositores. Nadie está en condiciones de saber si la confianza que los operadores gubernamentales depositan en tantos bolivianos, paraguayos, chilenos y uruguayos, y en esos millones de jóvenes de 16 y 17 años, tendrá convalidación en las urnas. De creérsele a aquéllos, aseguran tener encuestas que indicarían un marcado clibaje de los nuevos votantes hacia las posiciones del FPV. Aun si esto fuese cierto, no está escrito qué pasará en lo que falta de este año y hasta octubre de 2013 —siempre y cuando no se adelante el calendario electoral— para apostar con seguridad a favor del kirchnerismo.
Las ingenierías sociales, como también las electorales, pueden estar debidamente pensadas, pero no sería la primera vez que un plan forjado con brillantez en una mesa de arena probase su endeblez en el campo de batalla. El gobierno, siempre temerario a la hora de imaginar escenarios en los que sus opugnadores jamás hubiesen siquiera pensado, y de manejar a su antojo la agenda política del país, no se andará con vueltas. Que triunfe en la maniobra es otra cosa. Hasta la próxima semana.