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jueves 24 de noviembre de 2005

¿Para qué servía la escuela?

Agobiada por tareas y responsabilidades que exceden –y en algunos casos, hasta contrarían– las prácticas de la enseñanza y de la transmisión de conocimientos, la institución educativa ha perdido el rumbo.

Quizá dentro de pocos años los estudiantes se hagan esta pregunta. Quizá en los complejos educacionales del futuro se estudie qué era la escuela actual en la materia Historia de la Educación. Pero la realidad de hoy es que si uno se pone a hacer una lista medianamente exhaustiva de aquellas responsabilidades que la escuela ha asumido –ya sea porque la sociedad o la familia se las delegó, ya sea porque nadie las asume– terminará preguntándose lo que se señala en el título.

Por la mañana, en general, la maestra que está de turno en la puerta deberá ocuparse de que los chicos se aten los cordones, se peinen al menos con los dedos, se pongan la camisa dentro del pantalón, se abrochen –si es que queda alguno– los botones del delantal, que las mujeres se suban la pollera para que no se les vea la bombacha (cuando yo iba al colegio, la “lucha” era para que la bajaran, hoy la moda impone lo contrario) e, incluso en algunos casos, también habrá de preguntar por qué vienen sin ningún elemento didáctico.

Ya dentro del colegio, en muchos casos hay que tomarse varios minutos para controlar la pediculosis: pocas personas más entrenadas para descubrir piojos y liendres que las maestras. Una vez que toca el timbre, siempre se pierden varios minutos para lograr silencio, que los chicos o chicas estén bien parados, con las manos fuera de los bolsillos y mirando hacia delante para izar la enseña nacional. Pasado este patriótico momento, hay que intentar que se dirijan hacia las aulas con un mediano orden.

En el aula, nuevamente unos minutos para que tomen asiento y, seguramente, habrá que hacer alguna actividad grupal porque a Fulanito lo discriminan porque no le gusta el fútbol y a Menganita ahora la dejan de lado porque, a pesar de la prohibición que le impuso Zutanita (“si jugás con Mirufita no sos más mi amiga”), osó jugar con ella. Media mañana, entonces, haciendo un taller sobre la amistad, la discriminación y nuestras diferencias.

En el recreo nos enteramos de que una madre entró en el colegio y le pegó a la vicedirectora porque ésta le puso un 4 a un alumno que –realmente y bajo cualquier punto de vista– se merecía un 4,50. Así que tenemos que darle un poco de contención a nuestra colega y cuidar del 4to A mientras la respectiva maestra (que fue testigo del hecho) y la directora van a la comisaría a hacer la denuncia.

En las últimas dos horas, viene un experto en educación vial para hablarle a los niños de la importancia de cumplir con las leyes de tránsito (comentario al margen: seguro que el experto estacionó en el espacio reservado a los transportes escolares). A continuación, el especialista propone hacer un concurso de afiches sobre el tema en cuestión, que se lleva a cabo durante dos mañanas en el mes de agosto.

Llega la hora de comer. A algún alumno siempre hay que cortarle la comida, es preciso asegurarse de que todos coman, que no se tiren el pan, que no se escupan el vaso de agua, que los más grandes no le roben la comida a los más chiquitos. Y, de paso, enseñarles a usar los cubiertos.

Al día siguiente, desde la primera hora vendrá un grupo de psicólogas a hablar sobre bulimia y anorexia, para mostrar lo malo que es ser como las modelos que triunfan y son famosas y que vemos por todas partes en afiches, revistas y la TV. Es una actividad que, por su importancia para la salud, requiere de toda la jornada escolar.

La jornada posterior no cuenta, pues hay suspensión de la actividad de los alumnos ya que los docentes debemos juntarnos para reflexionar sobre la importancia de cumplir con un mínimo de 180 días anuales de clases.

Un día más tarde, varios chicos de cada curso se van a participar de los torneos bonaerenses de ajedrez (materia que esa escuela jamás enseñó, por lo cual los que saben jugar es porque tienen un abuelo ajedrecista), así que con los restantes no podemos dictar nada nuevo para que los que se fueron no se atrasen. Por lo tanto, se arma un campeonato de batalla naval.

Ya en la siguiente semana, los días transcurren entre clases especiales sobre “La noche de los lápices”, “Fuera Bush” y el festejo intra escolar de Halloween, sin olvidar que un día viene gente de una conocida marca de dentífrico para enseñarles a los chicos a lavarse los dientes.

Otra semana, varias horas se van en el ensayo del festejo del día de la tradición, ya que vendrá la inspectora a ver el trabajo de los chicos.

También, varias veces por día, se “les dan las horas” para que practiquen los “pasos de baile” para “Feliz Domingo” y las mujeres hagan pesas para empujar el Fiat 600 de “El último pasajero”.

Asimismo, durante toda una mañana se recibe la visita de la inspectora, que va aula por aula viendo las actividades que los chicos están haciendo y los felicita por los lindísimos dibujos que hicieron para el día del animal, que están expuestos en los pasillos gracias al enorme trabajo de 6to B, que se pasó dos semanas colgándolos ordenadamente.

En otra oportunidad, vienen del Registro Nacional de las Personas para renovar los documentos de los alumnos (cosa que realmente se agradece, a pesar de la pérdida del día de clase).

El lunes siguiente no hay clases, pues el colegio debe limpiarse ya que el domingo hubo elecciones.

Una semanita se destina para que los chicos de 6to año (terminan EPB), 9no (terminan ESB) y 3ero de Polimodal (estos terminan en serio la escolaridad) se vayan a sus respectivos “viajes de egresados”.

Como la cooperadora no recauda mucho, los chicos se pasan varios días poniendo su imaginación y sus habilidades manuales en la preparación de una kermés, que se hará un viernes, pues… ¿cómo vamos a hacer que los chicos vayan a la escuela un sábado, como si se tratase de un castigo?

No olvidemos las clases de educación sexual, donde los expertos les muestran “la pastilla del día después”, un DIU de óxido de cobre y otros elementos afines. Luego de esto, otro día de suspensión de clases para atender a los padres que se quejan de que a su hijo de 9 años le dieron un diafragma y a los medios de comunicación masiva que invaden la escuela con sus cámaras.

El día en que iban a hacer un resumen de historia hubo dos problemas: la mitad no tenía el libro y la otra mitad no tenía papel y birome. Entonces, la maestra prefirió darles una fotocopia.

Otra jornada de reflexión porque se maltratan entre ellos, asistidos por una socióloga, que previamente había invertido una mañana en cada curso en tomar los respectivos “sociogramas”, para enterarse cómo se conformaban los subgrupos.

Ya casi a fin de año hay que hacer “tomas” de las escuelas para quejarse del mal estado de las instalaciones, de las evaluaciones integradoras y del pago de la deuda externa, así que tampoco hay muchas horas de clase.

Y a esta altura, uno ya no recuerda para qué servía la escuela. © www.economiaparatodos.com.ar



Federico Johansen es docente, director general del Colegio Los Robles (Pilar) y profesor de Política Educativa en la Escuela de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la UCA (Universidad Católica Argentina).




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