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jueves 21 de abril de 2005

Pelito para la vieja

Muchas expresiones de nuestro idioma ponen de relieve que aún no hemos abandonado del todo una cultura que legitima lo que va en contra de la legalidad. Lamentablemente, esto no hace más que alejarnos de un mundo que avanza en otra dirección.

Las expresiones del idioma suelen entregar una instantánea gratuita de las sociedades. A partir de ellas el análisis del observador se simplifica y, conociéndolas, quien tiene por objeto el estudio de un pueblo puede evitar, si quiere, sofisticadas teorías para hallar explicaciones o respuestas a sus dilemas.

El “dialecto” argentino entrega, sin esfuerzo, andanadas de esas expresiones. Con sólo juntarlas en un listado arbitrario se podría tener una radiografía bastante aproximada de las costumbres, los hábitos y la visión del mundo que tienen los argentinos.

A este análisis, simple pero revelador, puede someterse el tema que ha ocupado toda la atención económica de la semana pasada y que, seguramente, la seguirá ocupando en las que vengan: esto es, qué hacer con los bonistas que no aceptaron el canje de bonos viejos por bonos nuevos.

Según parece, las negociaciones del ministro Lavagna en Washington han dirigido la apreciación del Gobierno respecto de esos acreedores hacia umbrales más racionales, pero no obstante, dada la fuerte pretensión que durante meses se apoderó del Gobierno y de la socieda –es decir, hacer como que el país no tenía más esa deuda–, me parece igualmente interesante unir esa, que fue una aspiración muy concreta del país durante todo este tiempo, a algunas expresiones muy nuestras que aportan una luz sobre cómo entendemos los argentinos ciertos temas.

Ya de chicos el barrio nos enseño la expresión “pelito para la vieja” como sumario simpático que, rápidamente, nos daba la idea de que alguien se había quedado con lo que en realidad pertenecía a otro. Ese tipo de apropiación (simplificado de un plumazo por el sólo hecho de decir “pelito para la vieja”) no constituía un robo clásico ni, estrictamente hablando, un desvalijamiento de la propiedad de otro por el uso de la fuerza. Eso, en todo caso, sería un “afano” (vocablo también muy sugestivo en el uso de los argentinos: por ejemplo cuando un equipo de fútbol juega mucho mejor que otro y gana el partido por gran diferencia, no usamos términos de connotación positiva para explicarlo, sencillamente decimos “fue un afano”).

El “pelito para la vieja” trasmite la idea de que el que se queda con lo que en principio no le correspondería ha “madrugado” (¡otra expresión!) al otro; en alguna medida lo ha enredado en algún tipo de leguleyería, aprovechó un descuido, planteó unas condiciones engañosas o inaceptables y, ante la negativa, del otro se apropió de lo que no es de él cantando a los cuatro vientos “pelito para la vieja…”

El “pelito para la vieja” conlleva, incluso, la pretensión de otorgarle al apropiador una suerte de título legal de aquello con lo que se queda. Algo así como “yo te avisé…”.

No importa que ningún análisis serio sobre el fondo de la propiedad de la cosa justifique la apropiación, el cantar “pelito para la vieja” automáticamente entrega un título de propiedad.

Algo así es lo que parece plantear la Argentina cuando dice que dejará a los titulares de bonos de la deuda vieja a la intemperie. Parecería que el Gobierno quiere dar a entender que esos 20.000 millones de dólares se desvanecieron en el aire, que no existen, que sus titulares ya no son acreedores del país.

El país debe entender que el mundo existe, que en el mundo no caben expresiones tales como “pelito para la vieja” y que más allá de las avivadas varias que en todos lados ocurren, los países civilizados honran sus deudas y esperan de los deudores una actitud honorable respecto de lo que deben.

¿Podíamos realmente suponer que esto iba a quedar así?, ¿realmente podíamos creer que nos íbamos a alzar con 20.000 millones de dólares que gente inocente o no (poco importa), le entregó al país cuando éste se la requirió emitiendo bonos de deuda bajo condiciones que el propio país estableció?, ¿podíamos dar por terminada una discusión unilateralmente por la vía de decir “pelito para la vieja”, “yo te avisé…”?

El otro argumento, el de que el país no puede reabrir el canje porque como dijo que no lo iba a hacer, hacerlo sería faltar a su palabra, es directamente una pieza cómica. Que la Argentina, probablemente el país más falluto del mundo en términos de prometer una cosa y hacer otra, se valga del argumento de la “seriedad” para embolsarse un dinero que no le pertenece, es directamente ofensivo para el resto del mundo.

De no haber existido la reciente negociación de Washington, el presidente podría cumplir periplos mundiales de visitas, recibir palmadas y sonrisas en público. Pero a la hora de creer en el país para que aquí lleguen las inversiones que se necesitan para crear trabajo y mejorar el nivel de vida de los argentinos, lo que hubiera pesado habría sido el recuerdo de una conducta cuasidelictiva que jamás podría constituirse en la base de confianza que el mundo le pide a la Argentina.

Por ello es muy saludable que una vez más el único ministro con, al menos, cierta racionalidad del gabinete, haya logrado convencer a quien debía de que aquella pretensión era inviable y que alguna respuesta debía darse a aquellos que habían confiado en la palabra nacional.

Sólo queda esperar que la sociedad sepa entender estos sistemas de conveniencias para el país y que olvide el cacareo y una especie de subcultura rayana en la delincuencia que muchas expresiones de nuestro dialecto cotidiano parecen recordarnos que aún existe en nuestro espíritu. © www.economiaparatodos.com.ar




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