Image Image Image Image Image Image Image Image Image Image
Scroll to top

Top

martes 13 de agosto de 2013

¿Podrá lograrlo de nuevo?: Cristina y sus chances de recuperarse como lo hizo tras la derrota de 2009

¿Podrá lograrlo de nuevo?: Cristina y sus chances de recuperarse como lo hizo tras la derrota de 2009

El paralelismo es inevitable. Años atrás, tuvo que remontar una  situación muy adversa, luego de que Néstor Kirchner perdiera con De Narváez. Dos  años después se alzó con el 54% de los votos. Pero hoy día las circunstancias son  otras. ¿Cuál es ahora el principal temor del oficialismo?

Hubo una tentación difícil de evitar para políticos, analistas y comentaristas en general en las horas siguientes al escrutinio de las elecciones primarias: la de «decretar» la desaparición del proyecto político kirchnerista, ese mismo que parecía imbatible aun en medio de cacerolazos, crisis económicas y denuncias por corrupción.
Tal vez sea un poco apresurado referirse a la decadencia irrevocable de la fuerza que gobierna el país desde hace una década. Sin embargo, hay ciertos elementos en esta elección que permiten vislumbrar un «fin de ciclo».

No se trata de la derrota electoral en sí. A fin de cuentas, en casi todos los países donde hay elecciones legislativas de mitad de mandato, la población retacea su apoyo al oficialismo y favorece a la oposición, sin que eso necesariamente implique que el Gobierno quede sin recuperación posible.
El ejemplo típico es el de Estados Unidos, donde ya es tradición que el partido gobernante pierda en las legislativas. Le pasó a Barack Obama, quien en 2010 sufrió una paliza electoral y luego resultó reelecto.
También en la Argentina el kirchnerismo supo de recuperaciones. En 2009 perdió las elecciones legislativas, pero retomó la iniciativa política y se terminó imponiendo dos años más tarde en las presidenciales.
Desde la vereda oficialista se está recordando esta situación, con la intención de establecer un paralelo entre ambos momentos. Además, se esgrimen números para demostrar que, en realidad, no habrá una pérdida de representación parlamentaria y, por lo tanto, no puede hablarse de un retroceso político.
¿Por qué esta vez, entonces, se instaló esa sensación de fin de ciclo? Tal vez la pista la haya dado la propia Cristina Kirchner: su discurso dejó en claro que el mayor temor del oficialismo no es tanto el avance de la oposición sino, más bien, el riesgo cierto de que se pueda producir un desbande de la propia tropa.
«No digo que se vaya a producir una estampida de intendentes kirchneristas tratando de pasarse al sector de Massa, pero es innegable que ahora empieza un proceso de reacomodamiento político. Las encuestas marcan que una mayoría de la gente quiere votar en contra del Gobierno y busca esas opciones», analiza Fabián Perechodnik, socio de la consultora Poliarquía.
Estos movimientos internos ya forman parte del folclore peronista, donde se afirma que los dirigentes poseen un olfato especial para percibir si hay debilidad electoral del líder y, de ser así, buscan realineamientos bajo un nuevo jefe.
El discurso de la Presidenta, lleno de alusiones sarcásticas hacia Francisco de Narváez, estuvo en realidad dirigido a su propia tropa: fue una forma de recordar que, así como quien en su momento parecía emerger como nueva figura y hoy cayó a un sitial de escasa relevancia, lo mismo podría ocurrir con otras novedades fulgurantes como Sergio Massa.
Lo cierto es que en el oficialismo no hay peor temor que la pérdida de la disciplina interna. Lo dejó claro el dirigente piquetero Luis D’Elía, quien tras conocerse los resultados comenzó una temprana caza de brujas.
«En Berazategui me asistió la razón: para diputado provincial 96.000 votos, para diputado nacional 76.000 votos. Esto es muy raro», escribió el dirigente, dando lugar a la sospecha sobre un incipiente movimiento de intendentes que pueden estar «jugando a dos puntas». Curiosamente, una discusión similar fue la que en 2009 provocó la ruptura entre Néstor Kirchner y Sergio Massa.
Relativizando la derrota La Presidenta se empeña en establecer el paralelismo con 2009, y ese fue el argumento preferido de la prensa y la «blogósfera» oficialista.
«Buena parte de los simpatizantes del Peronismo Opositor denarvaizta se corrió hacia el Frente Renovador, lo cual limita las posibilidades de crecimiento de Massa en lo que resta. En cambio, es posible que el mayor conocimiento de Insaurralde en los próximos 75 días acerque más su desempeño a los índices de aprobación de Cristina», advirtió Horacio Verbitsky, el periodista más influyente sobre el Gobierno.
Y Ricardo Forster, el intelectual más protagónico del colectivo Carta Abierta, también intentó restar dramatismo al marcar que el porcentaje de votos obtenidos por Massa fue similar al que en su momento había obtenido De Narváez.
«Algunos lo quieren ver como voto castigo, pero esto tiene mucho de voto suelto, no tan decisorio como una elección presidencial, y entonces el votante se siente más libre para plantear la corrección de un rumbo», afirma Forster.
Pero admite que para el oficialismo no se puede hablar de un resultado satisfactorio mientras el porcentaje de votos obtenido sea inferior al 35%.
Por su parte, el politólogo Nicolás Tereschuk hace foco en si el Gobierno estará dispuesto a poner la lupa más en la corrección de errores políticos que en la búsqueda de culpables dentro de la propia tropa.
«Cuando el resultado es tan contundente, no caben las explicaciones del tipo ‘tal intendente jugó mal’ o ‘tal gobernador no-se-qué’. Así como en 2009 había un problema económico-social que explicó el resultado más que la cuestión de ‘los traidores’, lo mismo ocurre en esta ocasión», afirma el analista.
E insinúa que el kirchnerismo de los últimos dos años no se ha contentado con fomentar el consumo sino que ha tomado medidas políticas que pueden explicar parte del rechazo electoral.
Por qué el 2013 no es el 2009 A pesar del esfuerzo retórico del Gobierno y sus propagandistas, hay diferencias entre la elección del domingo pasado y la del 2009.
Para empezar, los números: aquella derrota, que en su momento fue considerada dura, implicó para el kirchnerismo la obtención del 31% de los votos a nivel nacional. Una cfira que ya quisieran hoy tener los dirigentes oficialistas, luego de haber logrado un magro 26%.
«Se trata de la peor elección nacional del kirchnerismo desde que llegara al poder en 2003″, señala el analista Rosendo Fraga, quien afirma que otras derrotas de los oficialismos a mitad de término, como la de Raúl Alfonsín en 1987 o la de Carlos Menem en 1997, habían logrado niveles del 38% y 36%, respectivamente.
Por otra parte, el kirchnerismo tuvo en 2009 la ayuda de la gran recuperación económica iniciada en 2010 luego de un año recesivo. Ello permitió un inédito boom de consumo, en el que se batieron récords de ventas de autos, LCDs y electrodomésticos.
Ese momento hoy parece irrepetible, dado el contexto internacional desfavorable, el deterioro de los indicadores locales y que hoy no dispone de tanta caja como para fogonear tal recuperación.
Había, además, otro factor clave: tanto Néstor como Cristina Kirchner estaban en condiciones legales de postularse en las presidenciales, lo cual ayudaba a mantener la cohesión partidaria.
Y, finalmente, el inesperado hecho de la muerte de Kirchner determinó una ola de simpatía hacia Cristina, que inmediatamente subió 15 puntos en las encuestas de aprobación de gestión.
Ahora, en cambio, la economía juega en contray existen menos posibilidades de revertir esta situación.

 

Esto no sólo genera malestar de aquellos que temen por su estabilidad laboral o por el intervencionismo en el mercado de cambios sino que, además, potencia la intolerancia social ante situaciones de corrupción.
En este contexto, los analistas siembran sus dudas sobre la posibilidad de una recuperación kirchnerista -tal como se diera entre la derrota de 2009 y el contundente triunfo del 54% en 2011- si es que no existe reacción alguna, en el sentido de corregir medidas rechazadas por el electorado.
«Al oficialismo le toca advertir la necesidad de modificar sus políticas que hoy no tienen el respaldo de la ciudadanía. Ya no puede alegar el 54% de la reelección, sino asumir el 26% de las PASO. Pero la Presidenta seguramente redoblará la apuesta, como es su característica», afirma Fraga.
En la misma línea, el analista Jorge Asís argumenta que la Presidenta hace una interpretación equivocada del mensaje de las urnas.
«La Doctora también la erra cuando intenta el análisis político. Por la facilidad de comparar la calle cerrada de su derrota con la derrota del extinto en 2009, cuando todavía había espacio para la recuperación», afirma Asís, para quien «esta derrota de 2013 implica la representación exacta del final».
Massa no es De Narváez Cristina Kirchner avisó que el Gobierno intentará, en los dos meses y medio que restan para las legislativas, redoblar el esfuerzo para mejorar su representación. No dio pistas en el sentido de que pudiera buscar alianzas políticas, pero aun cuando esa fuera la intención, los analistas consideran que el contexto es poco favorable.
«Empieza a percibirse un clima de cierre de ciclo y, en ese marco, hay que ver cuáles son las posibilidades reales que tiene el Gobierno como para tejer alianzas», indica Perechodnik, de Poliarquía.
Pero, incluso cuando estos acuerdos pudieran lograrse, y aun cuando Cristina pudiera reafirmar su autoridad para evitar un desbande dentro de su fuerza política, surge un interrogante a la luz de los resultados: ¿realmente los aparatos partidarios mantienen el poder que los analistas les atribuyen?
El hecho de que el oficialismo haya perdido hasta 20 puntos de votos en partidos del conurbano bonaerense o en provincias tradicionalmente peronistas -como Corrientes, Jujuy, La Rioja, Catamarca o San Juan- ha puesto en duda hasta dónde los «punteros» mantienen el control del electorado.
Según Julio Burdman, socio de la consultora Analytica, un mérito de Massa fue haber logrado representar a un nuevo tipo de elector del conurbano bonaerense.
«La pequeña revolución electoral de Massa fue haber construido, en esta primera sección, un nuevo electorado subprovincial de clase media, capaz de ser la base de un triunfo electoral», observa Burdman.

«Así -agrega- rompió con la teoría de que la única forma de vencer en el principal distrito del país es respaldándose en los trabajadores y los pobres de la tercera sección, apelando al populismo o a una maquinaria clientelar».
Pero, especialmente, lo que ha quedado en claro es que la capacidad de recuperación también depende, en gran medida, del estilo del rival.
De Narváez era un adversario cómodo para el kirchnerismo, porque alimentaba la polarización en la cual Cristina se siente en una zona de confort.
A diferencia del «Colorado» -cuya victoria en 2009 había estado ligada al malestar por el conflicto del campo- Massa hizo un culto del estilo «no confrontativo».
Hasta ahora, la estrategia le ha rendido excelentes resultados. No sólo le ganó al Gobierno, sino que le restó votos a la oposición «dura» representada por De Narváez y hasta le «robó» el discurso al gobernador Daniel Scioli, cuyo futuro queda cuestionado.
El Gobierno intentará, en las próximas semanas, que Massa abandone su ambigüedad y se defina en temas espinosos, como la política cambiaria o las tarifas de los servicios públicos.
Sea cual fuere la interpretación de las PASO, si hay un punto en el que existe consenso es que la reelección de Cristina quedó definitivamente descartada. Lo cual implica que la Presidenta debe iniciar el complicado proceso de pensar en su sucesión.
Esa es, tal vez, la incógnita mayor: cómo internalizará la Presidenta el inexorable fin de su mandato y el posible triunfo de un opositor.

Y de ese proceso dependerá la economía de los próximos dos años.

Fuente: www.iprofesional.com