¿Por qué no? Impuestos con límite legal, seguro y gratuito como el aborto
Los ciudadanos honestos -que son la inmensa mayoría no bulliciosa- también tienen el derecho humano elemental de pedir un amplio debate sobre el sistema impositivo
Los que claman por despenalizar el aborto, aún de buena fe, generalmente están involucrados en lo que los españoles denominan “un follón” es decir una situación de engaño, desorden y confusión.
- Engaño, porque gracias a los extraordinarios avances tecnológicos ya no tenemos dudas. Está científicamente demostrado que hay una vida humana real e independiente de la madre, inmediatamente después de la fecundización. Esto no es una cuestión de gustos, de opiniones o de dogmas: es una dura, tenaz e inflexible condición puesta por la Naturaleza.
- Desorden, porque si es moralmente correcta la defensa de los derechos humanos violentados por la tortura y la desaparición forzosa por parte de organizaciones terroristas o el Estado ¿cuál es la razón por la cual la tortura de un ser inocente antes de 14 semanas o su desaparición forzosa mediante maniobras de trituración y aspiración no lo sean?
- Confusión, porque el derecho a la vida no se circunscribe sólo a la mujer o el feto. Es un derecho esencial compartido, tanto por la madre que no desea el embarazo como por el niño inocente que habita en su seno hasta que el parto natural o la operación cesárea permitan el nacimiento.
El gobierno nacional por medio de su presidente, acaba de declarar oficialmente que “Defiende el derecho a la vida del feto materno, pero que nunca obstaculizará el debate respetuoso y razonado sobre la despenalización del aborto”. De la misma manera y con idénticas razones obran aquellos que dicen “Defendemos el derecho a la vida de la mujer embarazada exigiendo sancionar la ley que garantice el aborto legal, seguro y gratuito”.
Si ambas posiciones fuesen sinceras y no falsas, es decir que no fingen sus sentimientos, ni ideas o propósitos contrarios a lo que dicen defender, entonces podemos sospechar que existe una hipocresía implícita si no hacen lo mismo en otras materias menos dramáticas que el aborto, como: los impuestos; la reforma laboral; la reestructuración del sistema jubilatorio; los seguros de salud en manos sindicales.
En el caso específico de los impuestos, hay una profunda grieta entre los habitantes que trabajan duramente pagando impuestos y los otros que viven parasitariamente a su costa sin sentirse obligados a ninguna contraprestación.
Los ciudadanos honestos son aquellos que cumplen con las leyes, aún las que contengan normas absurdas, injustas u opresivas; aquellos que respetan el proyecto de vida honesta de su prójimo; aquellos que son leales a las autoridades legítimamente elegidas; aquellos que cumplen con la promesa de su palabra empeñada; aquellos que respetan la propiedad pacífica de los bienes ajenos; y aquellos que realizan intercambios cotidianos sin fraudes, engaños ni prepotencias.
Pues bien, esos ciudadanos honestos -que son la inmensa mayoría no bulliciosa- también tienen el derecho humano elemental de pedir un amplio debate sobre el sistema impositivo, exigiendo que la multitud de 96 impuestos vigentes sea drásticamente reducida a sólo tres o cuatro impuestos con la condición de que exista un límite claro y preciso sobre la presión fiscal individual, sobre la razonabilidad de cada impuesto y sobre la contraprestación eficiente a que el Gobierno se obligue por cobrar esos impuestos.
Entonces correspondería solicitar, con todo respeto, que el presidente Mauricio Macri asuma respecto de los impuestos el mismo compromiso que tomó frente al aborto, diciendo: “Soy partidario de pocos y razonables impuestos para todos y con alícuotas bajas, por eso me comprometo a abrir el debate de una profunda reforma impositiva en todos los niveles nacional, provincial y municipal para que el pueblo argentino tenga una vida digna de ser vivida y pueda alcanzar el máximo desarrollo de sus potencialidades, en orden y libertad”.
Esperamos ansiosos este nuevo compromiso. No sólo será justicia. También permitirá recuperar la confianza en nuestros gobernantes porque Dios y la Patria así lo demandan.