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lunes 19 de septiembre de 2011

Presos de la imagen, olvidamos el guión…

Solo por que nadie se queja no significa que todos los paracaídas son perfectos. 

No cabe duda que estamos en una época donde la primacía de la imagen, nos aparta sustancialmente de la reacción y hasta de lo realmente importante. Frente a las devastadoras filmaciones de tragedias, crímenes, etc., quedamos absortos. Un muerto en primer plano de la televisión atrae, pero simultáneamente alimenta la diferencia: a otros le sucede la cuestión. Uno es apenas mero espectador. Al mismo tiempo que nos separamos de lo observado, algún incierto mecanismo nos aleja también de la necesidad de involucrarnos. “Los otros sufren, nosotros miramos”, parece ser la ecuación. 
 
Es tal la magnificencia de lo observado, que logra que nos quedemos únicamente en la similitud del cuadro con alguna ficción. Tomemos como ejemplo, la última conmemoración de la caída de las Torres Gemelas. En estos pagos pudimos comprobar cómo el comportamiento individual y hasta social, no se inclina ni responde ya a lo verdaderamente trascendente: ¿Quiénes son los responsables? Y sobre todo: ¿Cómo evitar, en lo sucesivo, que se repita una ignominia semejante? El punto de análisis en Argentina se basó principalmente en la proyección del atentado terrorista: el avión penetrando el edificio, y frente a ello una mancomunada reflexión: “¡Parecía una escena de una película de ficción!
 
Quizás, esa simplificación explique de algún modo, el estar anestesiados frente al horror. Toda la adrenalina se evade por la retina, y así la reacción se aniquila. Hacemos catarsis frente a la televisión. Incluso ahora pareciera que la verdadera atención radica en poder observar los hechos en alta definición, pausarlos y repetirlos hasta el cansancio. O el hartazgo, esa es la mejor expresión. Cuánto más se asemeje lo mostrado a la ficción, menor posibilidad de generar alguna conducta consecuente y precisa en la ciudadanía. Nos quedamos con la banal sensación de ser ajenos, sin implicancia en el por qué, el cómo, y el hasta cuándo de los acontecimientos.
 
Este mecanismo, aunque pueda ser fruto de los cambios tecnológicos, es bienvenido por muchos, máxime por el Gobierno. Pese a las insólitas batallas, que libra contra los grandes medios de comunicación, sabe que éstos pueden seguir siendo funcionales al status quo que requiere su proyección. En primer lugar, hay a quién echar culpas, y en consecuencia desligarse de responsabilidades. En segundo término, la sustitución de una imagen por otra que la supere en significación, hará que la anterior se diluya. Frente al espectáculo, no hay posibilidad de centrar la atención en lo que importa: evitar su reiteración. La escenografía monopoliza nuestros sentidos.  
 
Así es como el asesinato de Candela Rodríguez, el choque de un colectivo con un tren, la impávida cara de un parricida declarando aún más horror, y hasta el juicio donde recientemente se liberó de toda culpa y cargo a Carlos Menem, se viven como escenas de un film que dura lo que dura su proyección. Cuantas más imágenes consumimos, más dispersión de la trama. Nos quedamos en lo increíble del momento donde el tren arrolla al vehículo, en la inexpresión de Sergio Schoklender al referirse a la corrupción, en el primer plano del ex presidente escuchando que es inocente (como si ni él mismo lo pudiese creer realmente)
 
En definitiva, no podemos llegar al verdadero eje de atención: por qué suceden accidentes de esa magnitud, y de qué manera han de evitarse o prevenirse en lo sucesivo; cómo llegamos a que un parricida se convierta en administrador de fondos de la Nación; de qué manera se ha sustituido a la Justicia por una parodia digna de ser transmitida como un culebrón por los distintos canales de televisión.
 
La indignación por el crimen de la menor menguó desde el momento en que se mostrara a la madre reconociendo el cuerpo en una bolsa de residuos junto al gobernador. Esa imagen fue crucial. Perjudicial –sólo en apariencia-, para la percepción de la figura del funcionario, pero necesaria para evitar más asombro y reacción. ¿Qué más puede sorprender después del dolor que se ha mostrado masivamente? Es preferible que el pueblo se quede en esa cuestión polemizando sobre el método de reconocimiento implementado, a que se siga indagando en quiénes son los responsables, y demandando explicaciones y soluciones a quién no tiene respuesta para darle. Por eso aceptamos y no cuestionamos siquiera el postrer silencio y desaparición de Daniel Scioli, cómo si el estar en ese momento fuese suficiente para que no se reiteren acontecimientos de ese tenor. Él ya actuó.
 
El primer plano de Menem, a su vez, nubló lo central de la cuestión: la Justicia es una anatema sustituida por la negociación previa. No se discute de qué manera volver a un Poder Judicial independiente, quedamos en la bronca de ver -a quién primero se votó y luego se odió-, libre en televisión. Incluso puede observarse de qué manera ese suceso hizo olvidar otro anterior: la salida de tribunales de Alan y William Schenkler tras haber sido condenados a presión perpetua (incluso más allá de la existencia fáctica de pruebas)   
 
Los argentinos nos acostamos con una imagen y amanecemos con otra que suple a la anterior. Cuanto mayor es el consumo de información, menor es el conocimiento al que accedemos. La televisión es sin duda un extraordinario invento, pero su utilización como herramienta de manipulación es un mecanismo siniestro. Para entenderlo en toda su dimensión, cabe recordar precisamente una película cinematográfica llamada “Más allá de una duda razonable” donde el protagonista (Michel Douglas) es un fiscal de distrito que programa con antelación las imágenes que presentará como pruebas, a sabiendas que éstas terminan por imponerse dada su capacidad de atención y distracción simultáneamente. Finalmente, el desenlace inesperado del film, muestra también cómo una imagen puede despertarnos cuando hay voluntad para ver las partes, además del todo en el cuadro. Es decir, qué tipo de participación queremos tener en lo que sucede depende de nosotros.
 
Hasta ahora, nada parece importar demasiado. La corrupción enquistada en el poder es vista como una secuencia más. Hay un adormecimiento total de la moral ciudadana. Aquello que este denuncia, pasa desapercibido frente a la contundencia de la expresión yerta del parricida. En su figura muere pues, el interés por su oratoria.  
 
De este modo, lo que hemos visto (y lo que no) la semana que pasó, volverá a sucederse inevitablemente. Cuando los hechos son apenas flashes que importan para captar más televidentes, en lugar de servir para el análisis de la prevención, estemos seguros que un tren volverá a arrollar un automóvil en breve, que a un secuestro seguirá el cadáver, que un criminal volverá a dar cátedra de caridad, y qué un ex -o una futura ex Presidente-, estará sentada en el banquillo de los acusados, aunque de allí salga caminando libremente…
 
Hay una complicidad extraña al optar por ser espectador donde se requiere interacción. El efecto 3D no ha llegado aún para que haya más noción de hasta qué punto, la imagen también nos roza. No puede aceptarse que esta supla esencial aunque de ese modo, claro está, acentúa la comodidad de vivir mirando por televisión aquello que deberíamos vivir protagonizando. José Ingenieros decía que en la vida se es protagonista, timonel o galeote. Los argentinos parece que ya hemos optado concientes de que mañana será otra la película. En esa pasividad, todo da igual, a no ser que surja un nuevo dispositivo como el LCD o el plasma para mirar qué pasa. Entonces sí, se ha de reaccionar…