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lunes 12 de noviembre de 2007

Prioridades trastrocadas: lo que viene es lo que hay

El hecho de que la dirigencia política se ocupe primero de sus internas de poder y recién después de los problemas que exigen solución urgente aleja a la sociedad cada vez más del interés por la cosa pública.

Días atrás, los diarios publicaron una extraña radiografía de la Argentina de la transición. Mientras ilustraban sus portadas con las fotos de la desnutrición en el Chaco y daban cuenta del aumento de indigentes viviendo en las calles (en el último año, creció un 30% la cantidad de gente que duerme a la intemperie en la ciudad), informaban sobre la última orden del presidente Néstor Kirchner a las Fuerzas Armadas: disponer de “todas las medidas que resulten conducentes” para lograr la recuperación de los restos de los guerrilleros Mario Roberto Santucho y Benito Urteaga, muertos el 19 de julio de 1976, o sea 31 años atrás. Como si se tratase de ubicar el paradero de Jorge Julio López, el primer mandatario daba a este pedido carácter de urgente.

Las Fuerzas Armadas deben haberse asombrado, porque desde que retornó la democracia al país esa orden se dio ya tres veces y nada se halló en ninguna excavación. Para la foto mediática, seguramente está bien. Efectista –aunque no efectiva– puede resultar la imagen de los uniformados excavando… Al mismo tiempo, para atacar el problema de las muertes por inanición, el Gobierno sólo informó a la Corte sobre la marcha de un plan asistencial que, considerando los resultados, no satisfizo ni a los jueces. Al parecer, este tema no reviste carácter de urgencia y la vida de muchos se consume entre polémicas y trámites judiciales que no son la solución.

Estas prioridades de la política hacen que el descrédito sea cada vez más grande y explican de algún modo la apatía que caracteriza al pueblo argentino. Mucho podría polemizarse acerca de las simetrías entre la dirigencia y la ciudadanía: hay un individualismo exacerbado en los últimos tiempos que impide mejorar la sociedad que tenemos. El ejemplo desde arriba no coopera: por el contrario, es en la máxima autoridad donde más se evidencia la falta de compromiso y la indiferencia hacia los demás. El mundo gira en torno al matrimonio presidencial y, a días de la coronación de Cristina, en Balcarce 50 solo hay discusiones internas. La prioridad son los preparativos para la “fiesta” que tendrá lugar el 10 de diciembre, cuando se entregue el país a modo de herencia tras una reelección encubierta.

Con ese fin, y para saldar los favores recibidos el 28 de octubre, se entregaron a las intendencias 140 millones de pesos y unos 80 más a las provincias. Desde el conurbano tendrán que venir, en consecuencia, a llenar la Plaza de los Dos Congresos para la asunción de la primera dama. Esos son los menesteres que preocupan a la Casa Rosada. Mientras se debaten los lugares donde han de acomodarse los funcionarios para rendir pleitesía a la futura mandataria, las internas muestran el detrás de escena del Frente para la Victoria. La unidad en los hombres del gabinete fue siempre un sofisma, hoy éste se agita aún más. La mesa chica está pronta a decidir quién se queda y quién se va. En el trance de la continuidad, las especulaciones se agigantan y el mérito de último momento parece pesar más que la experiencia de los cuatro años previos en la función. Esos son los desvelos de las autoridades argentinas. Todo, sin embargo, indica que Cristina tendrá un gabinete para la gente y otro que será en verdad el operativo, compuesto únicamente por su marido y alguno de los incondicionales, tengan o no despacho en Olivos o en Balcarce 50.

No despiertan la inquietud del Gobierno los paros docentes que se perpetúan ni los pasajeros varados por el no funcionamiento de las aerolíneas. Tampoco la inseguridad que sigue cobrándose víctimas sin pausa y con desmedida prisa. Apenas si se parpadea por el conflicto con Uruguay a causa de la instalación de la papela Botnia. Ahora se dieron cuenta de que el problema era real, pero la advertencia oficial ya no es para el país vecino ni para la planta de celulosa, sino para los asambleístas: hasta aquí llegó la paciencia. Y es que las elecciones pasaron y la demagogia, por el momento, ya no se necesita. Cristina quiere asumir con la casa en orden. Como el conflicto ya no puede ocultarse, aparece la firmeza en la posición gubernamental. No obstante, es tarde para imponer una disciplina cuando desde el mismísimo Gobierno se arengó el corte de ruta y la insurrección a la Constitución por parte de los asambleístas. La forma en que se manejó el conflicto por la pastera es el reflejo de cómo se maneja todo en la actual política.

A su vez, para que la senadora al asumir pueda manejarse con cierta calma y aplicar la metodología que utilizó Néstor Kirchner durante los últimos cuatro años, se requiere una suerte de autosubsidio para saldar el gasto que demandó ganar la elección. Si fue menester abrir la caja para que los comicios no depararan sorpresas amargas, ahora es imprescindible recuperar la inversión realizada. De ese modo, el campo debe aportar más al erario presidencial. Las retenciones, como se sabe, no son coparticipables, razón por la cual la plata queda en manos del gobierno nacional para uso discrecional. Lo cierto es que la suba de las alícuotas aumentará la recaudación en 1.300 millones de dólares el próximo año. A esta cifra hay que sumarle otros 800 millones de dólares por el incremento de los precios de las materias primas en los últimos tres meses. En definitiva, el campo logrará que el Gobierno regrese a un superávit fiscal que había perdido. Esa cifra, además, representa un monto similar al costo de las 1.400.000 nuevas jubilaciones entregadas por la ANSES –previo a los comicios– sin que se cumpliera con los requisitos mínimos para recibir ese haber.

Asimismo, el modo de paliar el déficit de los servicios públicos estará acompañado por el aumento de tarifas maquillado con acuerdos sociales y artilugios ya conocidos con resultados igualmente sabidos. Todo parece volver en el nuevo período, hasta es factible que nos encontremos con la garrafa social y el horario de las empresas e industrias reducido a fin de que no se note que la energía no alcanza para todos por igual. Las inversiones extranjeras piden lo que no hay: ni seguridad jurídica ni estabilidad real, menos aun reglas de juego claras e inamovibles.

Si el país no ha cambiado en los últimos cuatro años, ¿qué hace sospechar que pueda cambiar con una mandataria que representa y pregona la continuidad? En consecuencia, la ecuación se simplifica y anuncia que lo que viene es lo que hay. O lo que queda, en realidad. © www.economiaparatodos.com.ar

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