En 1992, se llevó a cabo una investigación, que nunca salió publicada, entre alumnos del último año de carrera de una universidad privada. Debían contestar un breve cuestionario con preguntas extraídas de los temarios oficiales de la educación secundaria, que no tuvieran que ver con su carrera universitaria. Así, a los inminentes ingenieros les tomaban temas de historia o biología y a los futuros abogados se les preguntaba sobre matemáticas o arte. Resultado: los que más recordaban contestaron correctamente el 10% de las preguntas, pero el 64% contestó adecuadamente sólo el 7% de lo preguntado. (Las preguntas eran del tenor de: “cite cuatro miembros de la Primera Junta de Gobierno”, “¿cuál es la inversa de 1/7” o “¿qué es un catalizador?”.)
Planteado en estos términos, uno podría preguntarse: si de la escuela no obtuvimos conocimientos, o al menos al cabo de 5 o 6 años los hemos olvidado en su mayoría, ¿qué nos llevamos, entonces, de la escuela?
Y la verdad es que nos llevamos muchas cosas, además de las que realmente debemos llevarnos, y esto puede llevar a confusiones.
En primer lugar, la mayoría de la gente suele decir que de la escuela salieron sus mejores amigos: esos con los que habitualmente uno continúa frecuentándose a pesar del paso de los años. Es decir, parece que la función socializadora de la escuela sí funciona y, con el paso del tiempo, cuando uno quiere definir la grandeza de una amistad suele decir que “nos conocemos desde el jardín de infantes”.
Pero también nos llevamos ejemplos de vida: muy probablemente hayamos entendido realmente qué era la justicia al ver el accionar de algunas maestras o profesores, más que por haber leído la definición de “dar a cada uno lo suyo” en algún manual de Instrucción Cívica, ERSA, Educación Democrática o Educación Ética y Ciudadana (esta fue una de las asignaturas que más ha cambiado de denominación a través de los años, como si el nombre fuera importante, de modo que uno puede calcular la edad aproximada de una persona en función de cómo llama a esta materia). Quizá entendimos qué era la pasión al ver brillar los ojos del profesor de lógica al exponer el “Modus Tollendo Ponens”. O averiguamos qué era la amistad cuando ese compañero que sabía más se quedaba en el recreo a enseñarnos matemáticas, porque nosotros no entendíamos.
Pero, también, a pesar de no recordar los contenidos específicos que nos sirvieron de materia para elaborar nuestro propio pensamiento, en la escuela aprendimos a observar, a separar variables, a clasificar, a ordenar, a sintetizar, a analizar, a debatir, a expresar oralmente o por escrito nuestras ideas, a extrapolar, a deducir, a sacar la idea principal de un texto, a plantear hipótesis y otro sinnúmero de habilidades intelectuales que fuimos construyendo con esos contenidos que nos daban y que hoy no recordamos. Si nos pusiéramos a estudiar la cantidad de veces que a lo largo de las clases fuimos aprendiendo, practicando o aplicando a otros ámbitos estas conductas intelectuales, entenderíamos que de la escuela también nos llevamos realmente aquello para lo que la escuela fue creada: conocimientos. Y los conocimientos realmente valederos, esos que nos van a servir en cualquier profesión, oficio o incluso para la vida social y familiar.
En esto último es donde realmente hay que poner el acento, pues es lo propio de la escuela. Un chico puede socializarse con gran éxito en un club o en un barrio. Uno puede tener ejemplos de vida en los medios de comunicación masiva, en su familia o en su núcleo de conocidos. Pero difícilmente desarrolle la cantidad de habilidades de la inteligencia que se desarrollan armónicamente en la escuela.
Y por este motivo no hay que confundir los roles: si por “escuela contenedora” se entiende un ámbito para que los chicos no estén en la calle, sería más fácil, económico y eficiente hacer un club. Si por “escuela de valores” se entiende un lugar donde la única preocupación es el desarrollo afectivo o espiritual y no el intelectual, nuevamente estamos ante la presencia de algo distinto a lo que debe ser una escuela.
Lo ideal es una escuela que abarque todos los aspectos, pero nunca olvidemos que el primero es la adquisición de conocimientos. © www.economiaparatodos.com.ar
Federico Johansen es Licenciado en Ciencias de la Educación (UBA). |