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lunes 15 de agosto de 2005

¿Quién vio un dólar?

El Gobierno quiere convencer a los argentinos de que el precio del dólar no nos afecta porque vivimos y consumimos en el país. No sólo es mentira que todas nuestras necesidades se puedan satisfacer con productos y servicios producidos exclusivamente en la Argentina, sino que esta falacia esconde hábilmente los costos de mantener un tipo de cambio artificialmente alto.

País organizado, Argentina. Un piquetero que toma comisarías queda libre sin ningún tipo de sanción. Otro piquetero que toma lugares públicos y privados, violando el derecho de propiedad, es dejado en libertad porque hace una huelga de hambre. Y mientras dirigentes sindicales les rompen los tímpanos a los chicos internados en el Garrahan (hospital público que, por cierto, no tiene internados a hijos de familias pudientes) e impiden la normal atención de criaturas de familias pobres de toda pobreza, una jueza ordena que puedan seguir haciendo sus felonías sin que nadie los estorbe. La verdad es que pagar impuestos para que el Estado brinde este tipo de “bienes públicos” es como sentirse estafado.

Mientras tanto, el ministro de Economía no tuvo mejor idea que afirmar que el dólar alto no tiene como contrapartida salarios bajos porque la inmensa mayoría de los argentinos no viven en Suiza o en Estados Unidos. Que está frase la hubiese dicho Kirchner o alguno de los Fernández no me hubiera sorprendido, pero que la dijera Lavagna, que es alguien que tiene formación económica, demuestra el grado de confusión en que vivimos los argentinos.

Según Lavagna, el empleado argentino no tiene problema de tener un salario bajo medido en dólares porque consume en la Argentina. ¿Es verdad este argumento? ¿Tiene algún grado de solidez económica? Veamos. Si la Argentina produjera absolutamente todos los bienes que consume un asalariado argentino y, además, esos productos fueran hechos con insumos sólo fabricados localmente y con bienes de capital sólo producidos aquí, entonces Lavagna estaría en lo cierto (con la aclaración de que, en ese caso, seríamos un país totalmente aislado del mundo). Pero resulta que ni siquiera para el caso de los bienes no transables es válido el argumento de Lavagna.

Tomemos el caso de alguien que tiene que hacerse un diagnóstico médico de alta complejidad. La mano de obra (médicos, asistentes, entre otros) puede ser en pesos, pero el capital (equipo para diagnosticar) es importado y, como tal, se paga en dólares. Por lo tanto, si bien un empleado argentino consume un servicio producido localmente, el bien de capital necesario para brindarle ese servicio se compra en dólares. Como el salario de la gente es bajo en dólares, difícilmente los centros de diagnóstico puedan asumir una inversión en dólares de ese calibre, siendo que el flujo de ingresos que les permitirá pagar esa inversión proviene de salarios en pesos que pueden comprar pocos dólares. Por lo tanto, lo que uno tendría que esperar es que el consumidor argentino cada vez tenga menos acceso a este tipo de servicios o bien se encuentre con servicios de menor calidad, hasta llegar a un punto en que habrá que recurrir al brujo de la tribu para que le quite los malos espíritus de su interior. Una regresión tecnológica típica del modelo de sustitución de importaciones.

Por supuesto que con los bajos salarios en dólares la gente no podrá comprar otros productos importados como computadoras (ahora inventaron la computadora económica como en la época de Alfonsín se quiso fabricar el auto económico), cámaras digitales, televisores, heladeras. Es decir, en todo caso podrá comprar estos productos si se los fabrica localmente, pero siempre con tecnología de baja calidad y a precios siderales. De manera que la calidad de vida de la gente sí se ve afectada por el tipo de cambio alto.

Pero hay otro tema que, hábilmente, Lavagna pasó por alto. Me refiero a los costos que tiene el mantenimiento de un tipo de cambio artificialmente alto. En efecto, para poder sostener artificialmente alto el tipo de cambio, el Banco Central (BCRA) tiene que salir a comprar dólares todos los días. Esos dólares los compra con emisión monetaria. Ahora bien, esa emisión monetaria para comprar los dólares tiene dos contrapartidas. Una, que parte de esa emisión va a parar al mercado y genera inflación. Es decir, el Gobierno le está aplicando el impuesto inflacionario a la gente para sostener alto el tipo de cambio, con lo cual tenemos una política económica que redistribuye ingresos de los asalariados y jubilados hacia los que sustituyen importaciones. Y esta redistribución del ingreso lleva a una concentración del mismo, dado que los que pagan el impuesto inflacionario son muchos y los que se benefician, muy pocos.

No es casualidad que la tasa de inflación esté ubicándose ahora en el 10% anual. La culpa de la caída del salario real no es del bife de chorizo, de los lácteos, del cemento o de los pollos. La culpa del creciente proceso inflacionario es de una política económica que quiere sostener alto el tipo de cambio y para ello tiene que aplicarle a la gente un creciente impuesto inflacionario.

El otro costo para sostener alto el tipo de cambio viene del creciente endeudamiento en que tiene que incurrir el Banco Central para absorber parte de la emisión monetaria para que no le genere un caos hiperinflacionario. Así, el BCRA emite pesos para comprar dólares y luego retira parte de esos pesos emitidos colocando deuda en el mercado. Entrega bonos y recibe pesos. ¿Cuál es el resultado de esta política? Que el Banco Central termina desplazando al sector privado del mercado de crédito, haciendo que éste sea cada vez más caro e inaccesible para la población y las PyMEs. De esta manera, nuestros gobiernos populistas y progresistas (que son muy patriotas porque siempre le dan vida a la patria sindical, a la patria financiera y a la patria contratista) quieren convencer a la gente de que no se preocupen de lo que cuestan los productos en otros países porque ellos viven en la Argentina y consumen en la Argentina, lo que en términos más directos quiere decir que la gente está condenada a no tener un ingreso en dólares que le permita conocer el mundo.

En su momento, cuando el dólar no paraba de subir por efecto de la inflación, el dictador Perón dijo: “¿Quién de ustedes vio un dólar?”. Hoy Lavagna vuelve a decirle a la gente más pobre más o menos lo mismo. ¿A quien le importa cuánto cuesta un dólar? Confórmese con recibir los pesos depreciados que emite el BCRA y no proteste, que acá hay uno pocos tipos que están haciendo fortuna gracias a que al dólar lo mantenemos alto. Usted pague la fiesta de unos pocos y confórmese con poder llegar a fin de mes. El modelo productivo así lo exige. © www.economiaparatodos.com.ar




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