Si hay algo que aprendieron los dirigentes políticos que rinden culto al populismo redistribucionista es que un descalabro monetario y financiero o una hiperinflación pueden acabar inmediatamente con un gobierno. El populismo de Alfonsín derivó en la hiperinflación y lo obligó a abandonar anticipadamente el gobierno. La fuga de capitales de 2001 ante la ineptitud de De la Rúa para gobernar terminó en una crisis financiera que también lo obligó a dejar anticipadamente el gobierno.
De lo anterior se desprende que cuando a la gente le tocan el bolsillo (ya sea con la hiperinflación o con una confiscación de depósitos), el que está como presidente corre serios riesgos de perder su trabajo.
Si bien hoy la Argentina está sumergida en un gobierno con fuertes inclinaciones progresistas y populistas, los responsables de aplicar estas políticas corren con la ventaja de contar con recursos para no caer, todavía, en una profunda crisis económica. Sin ir más lejos, Chávez acaba de ganar las elecciones en Venezuela gracias a que el barril de petróleo alcanzó un récord histórico, permitiéndole repartir dinero a mano suelta. El mismo Perón pudo hacer populismo y ganar popularidad gracias a las reservas que había heredado de gobiernos anteriores. Hasta que se le acabó la plata y tuvo que dar marcha atrás en su política económica, aunque puso reversa un poco tarde porque su gobierno ya había caída en una despiadada dictadura.
Es decir, el populismo puede subsistir mientras tiene qué repartir, dado que ignora las políticas que permiten generar riqueza. Es más, los populistas desprecian las inversiones porque generan puestos de trabajo. Y esos puestos de trabajo les quitan clientela política porque la gente puede valerse por sí misma. A los populistas les encanta que la gente sea pobre para que ellos puedan aparecer como sus benefactores. Los populistas necesitan de la pobreza para subsistir como defensores de los humildes. Si se acaba la pobreza y la miseria, los populistas se quedan sin “negocio”.
En sus 15 meses de mandato, Kirchner no se ha ocupado de incentivar el crecimiento económico vía la inversión. Toda su política económica se ha centrado en aprovechar el buen precio que tuvo la soja durante meses y en insistir que la riqueza de unos es causa de la pobreza de otros, lo que crea resentimiento entre los argentinos.
Pero el gran interrogante que se presenta hacia el futuro es si en esta oportunidad su trabajo de presidente puede correr riesgo, no ya a partir de una crisis económica, sino a partir de una crisis de desorden público y de inseguridad. Lo que estoy diciendo es que hoy la Argentina no tiene un estallido económico, pero sí tiene un estallido de desorden público y de inseguridad.
Desde el punto de vista estrictamente económico, Kirchner ha establecido un rumbo que nos está aislando del mundo. Nuestros únicos puntos de contacto con el mundo exterior parecen ser la Venezuela de un demagogo y la Cuba de un sanguinario dictador. De manera que, de continuar en este rumbo, asistiremos a una persistente decadencia económica, hasta llegar a niveles que los argentinos jamás habíamos pensado que podíamos llegar. De la misma forma que jamás pensamos que podríamos llegar al punto de pobreza, desorden y delincuencia que hoy padecemos.
Claro que, si la soja continúa bajando de precio, lo que tendrá Kirchner para repartir será cada vez menos y su política populista entrará en conflicto con su permanencia en el poder. Si, ante una fuerte caída en el precio de la soja, pretende seguir poniendo el acento en la redistribución y continuar ignorando la inversión y el crecimiento sostenido, colapsará igual que Alfonsín.
Sin embargo, en los próximos meses asistiremos a una prueba ácida fundamental para conocer cuáles son los valores que privilegia la sociedad argentina. Si en las próximas elecciones la situación económica se mantiene relativamente estable gracias a la soja y los candidatos de Kirchner ganan las elecciones, querrá decir que a la gente le importan un pepino el orden público y la seguridad siempre y cuando tenga alguna estabilidad económica, aunque sea precaria.
Por el contrario, si a pesar de una precaria estabilidad económica y algunos pesos en el bolsillo, los candidatos de Kirchner pierden las elecciones, querrá decir que la gente no está dispuesta a ser humillada y amenazada constantemente por patotas políticas disfrazadas de movimientos sociales. Y también estará diciendo que no sólo quiere tener algo de estabilidad económica sino que además desea un país en el cual sus hijos no sean presas de los delincuentes ante un Estado pasivo que sólo parece utilizar el monopolio de la fuerza para expoliar al contribuyente con más y más impuestos o para custodiar a las patotas piqueteras para que nadie los moleste en su actos de violación a los derechos individuales del resto de los ciudadanos.
Aunque no nos guste aceptarlo, la Argentina vive un creciente enfrentamiento entre sus ciudadanos. El cartonero mira con desprecio al automovilista que transita por las calles. El piquetero amenaza al ciudadano común. El gobierno incentiva el odio a todo lo que es extranjero, enfrenta a la sociedad con la policía diciendo que son gatillo fácil, insiste con reinvidicar a bandas de delincuentes armados que, en los ’70, pretendieron imponer una dictadura stalinista en el país y acusa de estar vendido a intereses oscuros a todo aquél que piensa distinto. Todo esto tiene como telón de fondo un nivel de delincuencia que jamás se ha vivido.
Veremos si los argentinos, en las próximas elecciones, mayoritariamente expresan con su voto la intención de no vivir en forma indigna a cambio de unas pocas y miserables migajas que el Estado populista reparte entre los habitantes.
Del populismo demagógico no podemos esperar nada. Del resentimiento del pasado tampoco podemos pretender nada constructivo. Sólo podemos esperar que la sociedad reaccione a la humillación diaria a la que es sometida. © www.economiaparatodos.com.ar |