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lunes 9 de enero de 2012

Reflexiones —ojalá— apresuradas

El desenlace de la operación de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner con la novedad de que no padece cáncer inevitablemente obliga a pensar en qué se dijo, cómo y por qué.

De no desentrañarse en forma inmediata que no deje lugar a dudas lo acontecido con la salud de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, la enfermedad no será un “falso positivo” más sino algo en demasía real, amenazando a toda la sociedad.

Se estiran los límites. Si bien es cierto que el kirchnerismo nunca ha demostrado un ajuste a las normas y menos aún a la ética, esta vez han traspasado una barrera infranqueable. La satisfacción que provoca la salud óptima de la Presidenta se opaca inevitablemente frente al enigma de un subrepticio cambio de diagnóstico y de planes.

Sin haber estudiado un ápice de medicina, sé que los médicos no determinan —o no determinaban hasta estos últimos días— una enfermedad con las características del cáncer hasta no tener prueba fidedigna que corrobore la misma. Toda cautela, además, se extrema cuando el paciente no es ni más ni menos que un primer mandatario. Tal es el caso de Cristina.

Hoy, el silencio de radio por parte de los profesionales se asemeja más a una orden que a un devenir espontáneo. Nadie va a lincharlos, el cuerpo humano no es matemático. Parece extraño que ninguna autoridad de los nosocomios donde se llevó a cabo el estudio aparezca explicando, simplemente explicando.

El cáncer, aún cuando no implica las mismas consecuencias que implicara antaño, sigue siendo un vocablo que abre mella no sólo en el paciente sino en su entorno familiar y entre sus afectos en general.

La historia tiene anales generosos en jurisprudencia donde pueden leerse las diferentes reacciones del ser humano frente a un diagnóstico que, en la mayoría de los casos, lamentablemente, nos ha arrebatado a alguien que amamos. Desde el llanto a la desesperación, pasando por la angustia aguda y la depresión hay un sinfín de situaciones que arroja la contundencia del dato.

Ahora bien, la mente humana pergeña acciones que son inexplicables. Creemos que podremos hacer frente a determinados temas y, sin embargo, cuán distinto reaccionamos a la hora de enfrentarlos sin teoría, como protagonistas. Una frase lo sintetiza: “Después supe… ¡Tantas cosas supe después! Todas las que hubiesen cambiado mi vida de haberlas sabido antes” (Silvina Bullrich).

En síntesis, ¿qué hubiera pasado si la Presidenta, ante la noticia, se hubiese hundido en el maremoto de emociones que provoca pensar en la espada de Damocles amenazando nuestra existencia? Ha habido casos en los cuales el paciente opta incluso por producir su propia muerte. De acuerdo: nada de eso ha sucedido en lo fáctico. Sin embargo, el silencio de los médicos, la falta de pedido de disculpas a la sociedad que se preocupó por ello, etcétera, abre un manto de dudas sobre cómo se dieron los acontecimientos.

Más allá del fin, importan los medios. Con la extirpación de la glándula tiroidea se ha extirpado también la escasa confianza que quedaba en la palabra oficial. Hay un síntoma de humanidad que impide manipular temas de una delicadeza extrema, la vida y la muerte son o deberían ser parte de ellas.

Si esta parafernalia del diagnóstico errado no es explicada detenidamente, las especulaciones sobre lo acontecido dejarán más marca en los argentinos de la que pudiera haber dejado el bisturí en el cuello de la “víctima” a quien visten con el misterio de “victimario”.

La alegría no cotiza, el dolor y la angustia también están devaluados, se juega con fuego delante de la nafta. Ni el hombre ni la palabra velan nada. Pero la sorpresa o el asombro tampoco deberían tener cabida ante estas circunstancias. ¿Qué valor se dio a los enfermos de cáncer cuando se descubrió que los medicamentos de la bancaria eran placebos? Sólo importó la interna sindical que arrojó todo ello. Ya no ha quedado ni siquiera un preso.

Cuando la vida es concebida como mercancía, cuando de ésta se saca rédito, cuando no hay explicación para un tema que genera tamaña confusión, el cáncer, a Dios gracias, puede no estar en un dirigente, pero inexpugnablemente está en la política. Y con metástasis incluida. © www.economiaparatodos.com.ar

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