– Si se observa el comportamiento general del empresariado argentino, ¿no le da la sensación de que éste actúa de manera egoísta, buscando siempre de dónde puede sacar la mayor renta posible para beneficiarse, más allá de las consecuencias para el país?
– Esa es la historia argentina desde la segunda mitad del siglo XX. Yo creo que todo el problema de la Argentina es, justamente, que la gente no busca cómo adaptar nuevas tecnologías para ser más productivos y entonces crecer, sino cómo apropiarse de una ganancia extraordinaria, sacar lo que se pueda, salir volando del país y colocar el dinero afuera. El problema es que no está legitimizado un proceso de formación de capital en base a obtener ganancias extraordinarias porque las personas mismas que las obtienen no tienen ninguna seguridad sobre sus derechos de propiedad obtenidos de esa forma. Es decir, que al descontar el valor presente, no tienen la seguridad de que los flujos de ingresos futuros continúen así. Y, entonces, tratan de apropiarse de todo lo que puedan y sacarlo rápidamente de aquí. Desgraciadamente esa es la historia argentina.
– Lo que pasa es que no hay utilidad más endeble que la que depende de una decisión burocrática. Porque si mi ganancia depende de que alguien establezca una protección a mi favor, mañana me la puede retirar. ¿No es ahí donde erramos el concepto?
– Si se estableciera un régimen totalitario eficiente, el Estado totalitario eficiente le podría asegurar a alguien una ganancia extra. Pero en un país con los cambios políticos de la Argentina y con las características populistas que tenemos, el asegurarle la ganancia extraordinaria a alguien de una forma permanente no se ha dado nunca. Entonces, hay un contrasentido. Como acá tenemos una cierta democracia social, la lucha por la distribución del ingreso es tan fuerte que las ganancias extraordinarias que ciertos sectores muy corporativos de la sociedad argentina ha buscado —si las consiguieron— les han durado poco. Así, algunos han tratado de tomar la mayor porción de la torta y ponerla al resguardo en un sitio más seguro. Y eso nos ha llevado a la situación que tenemos hoy.
– ¿Cuáles son los temas económicos que están en la agenda del país en este momento?
– Sobre el tema de la sustitución de importaciones se ha dicho que el problema que detuvo el crecimiento ha sido la sobrevaluación del peso cuando estaba la relación con el dólar 1 a 1. Sin embargo, lo que hay que ver es que las exportaciones argentinas crecieron mucho más en el período de la convertibilidad que en el de la devaluación. La devaluación tuvo muy poco efecto, diría que casi nulo sobre las exportaciones.
– ¿Se refiere a las exportaciones industriales?
– Sí. Pero las exportaciones agrícolas también habían subido mucho más antes. Una cosa que la gente olvida es que las exportaciones agrícolas, así como pasó también a principios del siglo XX, aumentaron gracias a innovaciones tecnológicas. No es que se dio este fenómeno de la soja porque Dios lo creó y nos bendijo, sino porque un montón de tierra que no era apta para los cultivos agrícolas, se hizo apta gracias a la siembra directa. Los hombres de campo aprendieron una nueva tecnología que permitió que zonas desiertas de, por ejemplo Santiago del Estero, de pronto se volvieran como la Pampa Húmeda, zonas agrícolas. La Argentina llegó a una revolución agrícola que no tiene que ver con la demanda china de la soja, sino con un cambio tecnológico. Y eso es lo que tenemos que hacer. Tenemos que adaptarnos en todos los otros renglones de la producción para hacer exactamente lo mismo. Si bien es cierto que desde enero de 2002 no aumentaron las exportaciones industriales, en este período se dio la sustitución de importaciones, que es lógico también. La devaluación tiene un efecto protectivo y permitió que en vez de importar textiles, en vez de importar otras cosas, se produjeran acá. Pero el tema es que los procesos de sustitución de importaciones tienen muy corto alcance en la Argentina por la escala del país. No se puede hacer sustitución de importaciones en una economía pequeña. Quizás, aunque sea ineficiente, se puede llevar a cabo en Rusia, en Estados Unidos o en Brasil, no puede hacerse ni en Inglaterra, ni en Japón ni en la Argentina. Por ejemplo, miremos el caso reciente de los automotores. Los brasileños han producido para un mercado mucho más amplio…
– … un millón ochocientos mil por año. Nosotros producimos, en el mejor de los casos, 250 o 300 mil por año.
– Estados Unidos produce 12 millones por año. Acá en el MERCOSUR uno se encuentra con que con las mismas condiciones, los brasileños van a especializarse en la producción de automotores y nosotros quedaríamos como productores primarios. Entonces, lo que deberíamos hacer los argentinos, de una buena vez, es buscar dónde y cómo uno puede ser más productivo y más eficiente. Dónde crear riqueza sobre la base del ingenio, sobre la base de adaptarse a los nuevos mercados y producir nuevas tecnologías. Y no de sacarle a otro. De salirnos de este juego de que yo me hago rico porque le saco al otro y el otro se hace rico porque me saca a mí. Aquí no hay nadie que produzca. Todos se roban unos a otros.
– Usted hablaba de buscar dónde tenemos las ventajas comparativas. Argentina tuvo en el pasado la Pampa Húmeda como gran ventaja, pero eso no desapareció, estuvo antes de Rosas y después siguió estando.
– Sí, la tierra no desapareció, lo que fue necesitando cambiar siempre fue la tecnología. En un momento había que traer ferrocarriles porque sin transporte la Pampa Húmeda era inútil. El transporte de cereales por carreta era tan imposible que nosotros importábamos trigo de Chile y de Estados Unidos hasta 1876. Entonces, tuvieron que decir: “señores hagamos una Constitución en la que aseguremos a todos los extranjeros que les vamos a cuidar sus capitales y sus ingresos de trabajo y pongamos en producción esta tierra”. No fue un milagro. No fue sólo obra de la gracia de Dios. Él sin duda ayudó mucho, pero fuimos nosotros los que nos arremangamos.
– Hubo instituciones fuertes que dieron la garantía para que los inversores quisieran poner sus capitales en la Argentina.
– Por supuesto. Eso ya lo tenía claro Alberdi y Sarmiento: aseguraron en la Constitución el derecho a la propiedad. Después se buscó establecer una justicia independiente, una justicia federal. Uno sabía que llegaba a la Argentina y que su trabajo valía. Cuando era chico e iba al colegio primario en 1938, la idea que existía en la Argentina era que había gente más rica y gente más pobre, pero que si uno se esforzaba y trabajaba, se podía progresar.
– Esos valores ya no existen.
– No, desparecieron, se perdieron.
– La Pampa Húmeda nos dio ventajas comparativas en un momento, pero ahora, con todos los avances tecnológicos que se están produciendo, se puede hacer la soja en el cajón del escritorio, más o menos. Las ventajas comparativas ya ni siquiera están en los recursos naturales. Entonces, ni siquiera por eso somos atractivos.
– El principal factor de desarrollo hoy es el capital humano, que no tiene límites. Mientras el capital físico tiene rendimientos decrecientes, el capital humano, no. Y el elemento fundamental de este capital es su capacidad de adaptarse, por eso daba el ejemplo de la soja. Cuando yo empecé a trabajar en estos temas se hablaba de la frontera agropecuaria, no se podía ir más allá. Después apareció una nueva tecnología y cambió todo en pocos años. El problema es estar atento a estos cambios y adaptarse. Usar el propio capital humano. Ahora, si uno observa que la educación está en decadencia, si en vez de capacitar a los profesionales se manda a los idóneos afuera, entonces vamos a tener un país que va a estar en ruina siempre.
– Cuando se dio el paso de las empresas del Estado a las privadas, muchos no pudieron adaptarse al nuevo mercado laboral porque estaban acostumbrados al viejo modelo. Con un esquema de sustitución de importaciones también se crea una cierta cultura laboral que luego puede resultar muy difícil de adaptar a nuevas estructuras de trabajo.
– Pero eso nos ha pasado siempre. Nosotros teníamos unos genios mecánicos que con un alambrecito arreglaban un auto. Pero eso no nos servía para un modelo de producción en masa. Por eso, en los años 60, frente a las fábricas de automotores o de autopartes en Brasil y en Europa, la Argentina parecía chiste al lado de ellas. Cuando uno le enseña a alguien a trabajar en esta forma ya no sirve para otra cosa. Yo he estado en Berlín después de la caída del muro y me llevaron a fábrica de Mercedes Benz. Allí me explicaban que tenían un problema terrible por la cultura de trabajo que tenían los de la parte oriental. El ingeniero me decía: “acá cuando se les dobla un clavo, agarran un martillos y tratan de enderezarlo. Cuando lo que hay que hacer es tirar el clavo porque el costo de tiempo es mayor que el del clavo nuevo”. Y aquí nos pasa lo mismo. Ese tipo de comportamiento, si bien demuestra las capacidades de los trabajadores, no sirve para realizar una producción en masa eficiente y a gran escala. © www.economiaparatodos.com.ar |