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jueves 3 de junio de 2004

Salir del default no significa dejar de ser bárbaros

La concreción de la reestructuración de la deuda no es el remedio para todos los males que aquejan al país. Las causas de nuestra decadencia son más profundas y graves. El desafío no pasa sólo por pagarle a los acreedores, sino por reconstruir nuestra imagen de país civilizado y racional, hoy totalmente devaluada.

Finalmente el gobierno anunció su última (¿?) propuesta para salir del default. Con algunas mejoras porque, a diferencia de lo presentado en Dubai, ahora se pagarían los intereses caídos desde enero de 2002, con lo cual la quita terminaría siendo menor, aunque el gobierno se esmere por mostrar que no se movió del 75 por ciento. No vaya a ser cosa que la izquierda criolla termine acusando al gobierno de Kirchner de neoliberal. El peor insulto que podría recibir el ex gobernador de Santa Cruz.

\"\"Pero al margen del monto de la quita, que por cierto será significativo si los acreedores terminan aceptando la propuesta, me parece importante resaltar que, por más que se llegue a un acuerdo con los acreedores y la Argentina termine con su default, no por ello, al otro día, saldremos catapultados al crecimiento ni tampoco tenemos que esperar que, tanto argentinos como extranjeros, vayan a venir con carretillas llenas de plata a nuestro país a invertir en todo tipo de activo.

Con esto no estoy negando el avance que, en todo caso, significaría salir del default. Pero sí creo importante resaltar que la salida del default es condición necesaria pero no suficiente para poder crecer. ¿Cuáles son las otras condiciones para salir de la crisis? La adopción de políticas públicas de largo plazo que sean eficientes.

El principal pasivo que hoy tiene Argentina para poder salir de su constante decadencia no es solamente el no haber pagado la deuda, sino el haber cometido tantas aberraciones desde el punto de vista de las políticas públicas, que lograr que los inversores vuelva a creer en la racionalidad de sus gobernantes es una de las tareas más complicadas a resolver.

Son tantas las chanchadas que se hicieron en los últimos dos años y medio (pesificación, pesificación asimétrica, default, corralito, corralón, incumplimiento de contratos con países vecinos, incumplimientos de contratos con el sector privado, entre otros) que lograr tener una imagen civilizada es el desafío hacia el futuro.

Nadie va a venir a invertir en la Argentina por más que se llegue a un acuerdo con los acreedores. ¿Quién puede invertir en un país con esta carga tributaria, con esta legislación laboral, con el grado de arbitrariedad con que los gobiernos se manejan y con la mínima integración económica al mundo que tenemos? ¿Quién puede invertir en un país en el que los políticos están con los cuchillos entre los dientes esperando a que alguien saque la cabeza a flote para pegarle una buena rebanada ni bien asome la nariz fuera del agua?

En la Argentina las personas y las empresas son máquinas de pagar impuestos para satisfacer las insaciables necesidades de fondos que tienen los populistas. Necesitan que a algún sector le vaya relativamente bien para que ellos puedan apropiarse de sus utilidades y así repartir el dinero ajeno entre sus seguidores. ¿Cómo van a poder seguir haciendo populismo si alguien no produce y paga impuestos?

\"\"Nuestra decadencia no empezó con el default. En todo caso se acentuó luego de otros defaults anteriores. Nuestra decadencia tiene raíces mucho más profundas que se reflejan en el delirante festejo de buena parte de la dirigencia política que aplaudió de pie a Adolfo Rodríguez Saá cuando anunció el no pago de la deuda. No fue la suspensión del pago de la deuda lo más grave. Lo realmente grave fue el tono festivo con que se tomó semejante situación.

Es ese comportamiento, típico de los pueblos bárbaros, el que le causa espanto a cualquier ser racional que quiera invertir en la Argentina. Cualquiera puede tener problemas financieros en forma transitoria. La cuestión no es hacer un carnaval de esos problemas. Disfrutar como si fuera un acto de soberanía el no respetar los compromisos asumidos, insultar a los acreedores y “patotear” a cuanto organismo multilateral de crédito existe es mucho más delicado que no pagar la deuda por un tiempo.

Nuestro principal pasivo no es la deuda pública. Nuestro principal pasivo es la existencia de una dirigencia política que hace gala de su ignorancia y, encima, es aplaudida y votada por una población que, por momentos, se asemeja muchísimo a sus gobernantes.

Por eso no tenemos que ser ingenuos. Mientras los argentinos tengamos tan trastrocados nuestros valores, mientras sigamos creyendo que el mundo tiene que adaptarse a nuestras ridículas reglas de juego, es impensable entrar en una senda de crecimiento y prosperidad. Porque nuestro problema no es la deuda pública. Nuestro problema es la ignorancia en la que estamos sumergidos. Gobernantes y gobernados.

El mundo podrá condonarnos toda la deuda externa, pero si seguimos comportándonos como pueblos bárbaros e incivilizados, no vamos a cosechar otra cosa más que pobreza y decadencia, porque la prosperidad no se construye únicamente con dinero, sino que se construye con inteligencia, sentido común y credibilidad en nuestros actos.
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