Scioli, ¿Un hombre mediocre que invita a soñar con la resignación?
Hay individuos a quienes puede identificarse fácilmente por un espíritu estrecho que no les permite vivir más que en su propia “atmósfera”, lo que los deposita finalmente en la mediocridad más absoluta.
Daniel Scioli ha adoptado siempre una actitud muy ambigua respecto de los temas sobre los que ha sido interrogado una y otra vez, acaso con la ilusión de alcanzar el que pareciera ser su único objetivo: convencernos que es algo así “como un bálsamo similar al soplo refrescante que viene de un lugar apacible” (Nietzsche).
Con su visible estrechez intelectual se presenta a sí mismo como propietario de una pretendida fortaleza, que estaría supuestamente oculta bajo la máscara “pacífica” de quien intenta ubicarse más allá de controversias y enfrentamientos, insinuando a sus interlocutores que la severidad de sus pretensiones para proveer al bien común aumentará apenas sea elegido Presidente de la Nación.
Nos preguntamos con curiosidad: ¿para ocuparse de lo que nunca pudo resolver durante los años que tuvo a su cargo el gobierno de la Provincia de Buenos Aires?
Mientras tanto, se refiere a “su tiempo” –el de la motonáutica y los primeros años políticos con Carlos Menem y Adolfo Rodríguez Sá-, exhibiendo cara de esfinge y usando términos muy vagos, a la par que promete, con un lenguaje casi monosilábico, que en caso de ser elegido Presidente concentrará sus energías para transformar “lo que falta” (¿).
Un galimatías digno del “enano ágil” que describe Nietzsche, cuando define a los hombres que gustan embanderarse detrás de algunas ideas “pequeñas” que representan un remordimiento de conciencia nacido de sus limitaciones.
Sus spots de campaña pretenden causar la impresión de que estamos en presencia de un cíclope que entiende muy bien los padecimientos sociales. Un “duro” frente a la adversidad, que no acierta a explicarnos por qué jamás pudo dar respuesta a las necesidades populares mientras fue gobernador, tiempo en el cual –según constancias que van apareciendo-, pudo convertir su patrimonio personal negativo en una gran fortuna NO DECLARADA. Desde 2007 al menos.
Hay algo desolado en su rostro con una suerte de “grisura” que parecería provenir de un cerebro “lavado”, que nos mueve a preguntarnos: ¿no será que la democracia significa para él vivir impulsando “in aeternum” proyectos que no puede cumplir porque está “empantanado” en las calles sin asfaltar del mismo conurbano al que contribuyó a condenar a la pobreza por su incapacidad?
La circunspección de la que se rodea, ¿no consistirá entonces en una hipocresía cuyo único objetivo es que se le considere un “compañero” fiel en el que se puede confiar? Y en este caso, ¿confiar en qué? ¿En la continuidad de su solemne ineficiencia?
¿Vivimos tan ausentes de la realidad como para que podamos imaginar que convenga considerar como posible Presidente a quien nos dice que vale la pena “rescatar lo bueno” (¿) de los que abandonan el gobierno dejando todo patas para arriba?
A quienes dudan aún sobre entregarle su voto, les sugerimos que recuerden los sabios consejos de Nietzsche: “cuando te ocurre algo, debes abandonar el hecho por un instante y cerrar los ojos deteniendo así tu observación, pues ésta estropearía la buena digestión del mismo y en lugar de adquirir experiencia cogerías una indigestión”.
No hay mucho más que pueda decirse de un individuo que intenta corregir sus malos argumentos haciendo “como algunos jugadores de billar que, después de haber tirado, tratan de dirigir la bola con gestos y aspavientos” (siempre Nietzsche).
Una persona que ha viajado recientemente a Cuba –para congraciarse con La Cámpora y Cristina Fernández con claras intenciones electoralistas- y felicitar a Raúl Castro por la “apertura democrática” de la isla en la que nadie cree (ni el mismo Castro). Y a quien solo le ha faltado alargar un poco más el viaje (¿por falta de tiempo?) y abrazarse con Maduro; lo que probablemente no ha podido cumplir porque el bolivariano ha estado muy concentrado en partidas de billar que le permitieran olvidar los saqueos a supermercados por parte de venezolanos que no tienen algodón para restañar sus heridas, ni leche para alimentar a sus niños.
Las ilusiones son a veces placeres costosos, PERO LA DESTRUCCIÓN DE LAS MISMAS RESULTA SER ALGO MÁS COSTOSO AÚN. Aquellos que se sientan tentados a aceptar la falta de sustancia del “compañero” Daniel y pensaran en darle su voto casi resignadamente, deberían preguntarse a sí mismos si no han comenzado a sufrir una suerte de síndrome de Estocolmo, del estilo al que se vive hoy en la República Bolivariana Socialista del Siglo XXI y en la Cuba de Fidel.
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