Se le está acabando la suerte a Argentina
La suerte de Argentina finalmente está empezando a esfumarse. Recientemente devaluó su moneda en un 15 por ciento, marcando el principio de una posible crisis económica, similar a aquellas que han llegado a caracterizar a Argentina. El problema de este país es que ha seguido la lógica del populismo por más de una década y que la presidenta Cristina Kirchner no muestra interés alguno en cambiar de dirección.
En la década de los noventa Argentina combinó reformas de mercado profundas aunque a veces defectuosas, culminando en su default del 2002 sobre una deuda de $81.000 millones —el default soberano más grande en la historia. El país desancló su moneda del dólar, experimentó una severa crisis económica e inició su actual período de políticas populistas.
Esas políticas incluían controles de precios de la energía doméstica, no respetar contratos con empresas extranjeras, impuestos sobre las exportaciones, más empleo en el sector público y un gasto público considerablemente mayor. Cuando no se pagan deudas masivas, se obtiene un alivio temporal, de manera que el crecimiento económico volvió. Los precios altos de las materias primas y las tasas de interés bajas a nivel global que aumentaron la demanda de exportaciones argentinas también ayudaron a generar crecimiento en la economía.
Pero el apetito del gobierno ha crecido consistentemente más rápido y, con la escasa habilidad de obtener préstamos en el extranjero, ha recurrido a otras fuentes de financiamiento. En 2008, Kirchner nacionalizó los fondos privados de pensiones que valían alrededor de $30.000 millones y desde ese entonces ha nacionalizado una aerolínea y una importante empresa petrolera. Conforme se gastó las reservas, el gobierno recurrió a imprimir dinero para financiarse y, falsificando la tasa de inflación, dice que ésta es de 11 por ciento, aunque analistas independientes calculan que es de alrededor de 28 por ciento. El economista Steve Hanke estima que es mucho mayor, de alrededor de 74 por ciento.
La imposición de controles de precios sobre ítems como los alimentos y la electricidad y los controles de capitales solo han producido escasez y el surgimiento de un tipo de cambio de mercado negro que valora el peso argentino en un 50 por ciento debajo del tipo de cambio oficial. En otras palabras, la gente aprecia la moneda mucho menos de lo que le gustaría al gobierno. La reciente devaluación parcial del peso argentino fue un esfuerzo por parte del gobierno de cerrar esa brecha y desalentar la especulación en contra de la moneda. Pero hasta ahora eso no ha ocurrido. El tipo de cambio en el mercado negro del peso cayó junto con la tasa oficial. Parece que la medida del gobierno erosionará la confianza en la economía argentina todavía más.
Podemos esperar cosas peores no solo debido a la forma arbitraria en que el gobierno argentino hace las políticas, esparciendo de esta manera incertidumbre, sino también por la razón más fundamental de que el régimen de Kirchner no ha mostrado interés alguno en controlar la inflación o el alto nivel de gasto que esta financia. De hecho, como el gráfico del economista argentino Luis Secco muestra, el tamaño del gobierno se ha disparado durante la última década. Secco calcula que el gasto público creció de 22 por ciento del PIB en 2002 a un estimado de 44 por ciento del PIB en 2013.
No es la primera vez que el gobierno ha gastado más allá de sus posibilidades. La última vez que lo hizo, el gasto público aumentó en un 97 por ciento entre 1991 y 2001, mientras que la economía creció solamente en un 57 por ciento. Los argentinos recuerdan como terminó ese episodio. Esta vez Argentina no tiene la opción de recurrir al financiamiento en el exterior. Mientras el gobierno argentino insista en un tamaño insostenible del Estado, la inflación y la fuga de capitales continuarán, ocurrirán más devaluaciones y el declive de Argentina se acelerará.
Este artículo fue publicado originalmente en Forbes.com (EE.UU.) el 31 de enero de 2014.
Fuente: www.elcato.org