Según un reciente informe de CADAL sobre el grado de compromiso real de cada país con la defensa de los Derechos Humanos, la Argentina -misteriosamente y sin que, en un país que ha extraviado su política exterior y la ha subordinado a las “necesidades” de la “captación de votos” en el escenario doméstico jamás se haya explicado- se abstuvo de condenar al duro dictador de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, por sus reiteradas violaciones de los Derechos Humanos y las libertades civiles de su pueblo. Por razones que -reitero- permanecen ocultas.
Esta es la “transparencia” de nuestros políticos “serios”. Más de lo mismo, desde fines de 2001.
Esto pese a las constantes declamaciones que pretenden -engañosamente- sugerirnos que la defensa de los Derechos Humanos es la columna vertebral de nuestra “política exterior”, cuando -en los hechos- esto no es así. Para nada, según ha quedado ahora inequívocamente claro, en función del índice publicado.
Argentina, en el Índice de Cumplimiento de CADAL aparece vergonzosamente ubicada muy por detrás de México (el país que está mas comprometido con la defensa de los Derechos Humanos de toda la región), Brasil, Ecuador, Guatemala y Paraguay (cuyo índices de cumplimiento más que duplican al nuestro). Y está, en cambio, al mismo nivel (no se sorprenda lector, porque seguramente usted sabía de la identidad ideológica) de Cuba. Lo que es trágico, pero aleccionador.
Y, permítame lector, es evidente que nuestro “liderazgo” político se esfuerza además por desatar el concepto de los Derechos Humanos del de las libertades civiles, como si se pudiera cumplir con los primeros y violar descaradamente los segundos, sin mayores consecuencias. Lo que nos sugiere donde están -realmente- posicionados nuestros cada vez más populistas y autoritarios dirigentes, que están desfigurando a su gusto y paladar la estructura republicana de la Argentina. Con un Congreso dócil y sin que, a partir de noviembre próximo, cuando entre en vigor la nueva estructura del Consejo de la Magistratura (que somete a los jueces a los designios personales de los santacruceños que procuran asegurarse así la impunidad que en su momento también buscara el desteñido Carlos Menem), haya jueces realmente independientes. Y esto es, nos dicen, la “nueva” política, la etapa “seria”. Es más de lo mismo, obviamente. Pero más burdo.
Pero volvamos a Bielorrusia, el único país estalinista de Europa. Acaba de tener sus elecciones presidenciales. Por supuesto, allí como aquí, el presidente Lukashenko, un dictador de lo peor, desea (como otros) eternizarse en el poder que ya ha concentrado fuertemente en su derredor. Para ello, intimida y amenaza. Para ello, insulta y desprestigia. Para ello, acusa y miente. Para ello, reprime, directa o indirectamente. Sin reparar en fronteras de ningún tipo. Así dice haber obtenido el 80% de los sufragios.
La campaña fue para los opositores un campo minado. Uno de sus contendores, el opositor Alexander Kozulin, un académico de 50 años de extracción liberal y nacionalista, que estuvo activa y corajudamente en campaña, fue derribado al suelo y cobardemente golpeado por los piqueteros de Lukaschenko. Como aquí les sucediera a Roberto Alemann y a Ricardo López Murphy, que fueran víctimas de ataques y golpizas propinados por sospechosos forajidos presuntamente espontáneos.
Este incidente, sin embargo, le dio alguna publicidad a Kozulin en momentos en que nadie se ocupa de él, desde que los partidarios de Lukashenko controlan, de un modo u otro, todos los medios de comunicación masiva locales. Cuidado, una vez más hay paralelos. También en esto.
Comentando acerca de lo sucedido, el principal dirigente opositor (cuando no, la oposición también allí está dividida), Alexander Milinkevich, comentó que las elecciones degeneraron en una verdadera farsa. Porque todo, como en otras latitudes, estuvo cuidadosamente manipulado desde el poder.
¿Tenemos que mirar más de cerca al espejo que hoy nos provee Bielorrusia para advertir que, quizás, allí podemos ver hacia donde, lamentablemente, parecemos derrapar?
Es posible que sí.
Pero cuidado, amigos, hay entre los dos países una diferencia fundamental. Lukashenko tiene a su Bielorrusia con rienda corta. Nosotros, en cambio, vivimos en un país que -ex profeso- está ya visiblemente fuera de control; esto es, sin ley, sin justicia, con movimientos justicieros por todas partes y con muchos transformados en verdaderos patoteros profesionales: tomando fábricas, cortando rutas y puentes internacionales, escrachando, presionando a los jueces, tratando siempre de llenar, ellos mismos, el grave vacío que quienes juraron hacer cumplir la ley han producido, presumiblemente para generar un espacio de temor en el que, mañana, puedan aparecer como los únicos salvadores de la Patria.
Por esto último es que cabe el nerviosismo al advertir que, desde lo más alto del poder, se siembra la lucha de clases; crece el populismo; engorda el autoritarismo; se estimulan las divisiones entre los argentinos; se pretende modificar los valores tradicionales; y se alimenta, sin cesar, los resentimientos, sin -en cambio- salir a enfrentar decididamente, con el concurso de todos, a la miseria aberrante, sin esforzarse por generar ocupación y trabajo genuinos, para poder seguir distribuyendo dádivas y así mantener (o comprar) las lealtades, a la hora de las urnas. Sin atacar -en síntesis- los problemas de fondo.
El sólo tener que, en función del caos en que estamos, pensar así, es tremendo. Pero la realidad luce así. ¿O no?
¡Ojo, Bielorrusia, vamos en la dirección totalitaria que Uds. nos están señalando! De allí, quizás, las poco transparentes simpatías de la administración de Néstor Kirchner por la de Alexander Lukashenko, que derivaron en la actitud de negarse a condenarlo en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, hecho que, desde aquí al menos, comienza a verse como una suerte de espejo en el que se refleja, cada vez más claro, lo que (si no reaccionamos a tiempo) puede terminar siendo nuestro feo futuro. © www.economiaparatodos.com.ar |