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lunes 1 de marzo de 2010

Tampoco Kirchner nos va a defraudar

Si hay alguien que en los últimos años ha demostrado manejar a pie juntillas los relojes de la política ha sido Néstor Kirchner.

Si acaso es cierto que la vida da sorpresas, mucho más las da la política. Si encima se trata de la Argentina es factible sostener que no existen imposibles a la hora de prever el devenir político del país. En ese sentido, no hay demasiado margen para el asombro aunque parezca contradictorio: todos los que debieron irse por pedido del pueblo, a quien se supone representan, en el 2001 son paradójicamente los que protagonizan la escena y se proyectan a futuro.
 
De ese modo, Daniel Scioli piensa en la presidencia y la imagen negativa de la gestión kirchnerista no es óbice para impedir al matrimonio sus afanes de permanecer más allá del 2011 en el poder. Eduardo Duhalde, Roberto Lavagna, Carlos Reutemann, Felipe Solá y tantos más son insólitamente, las “caras nuevas”…
 
Ahora bien, aquello que alteró el panorama la última semana presenta, sin embargo, aristas diferentes. No se trata de regresos aunque muchos así lo crean. Carlos Menem nunca se fue de la política. No sólo gobernó la Argentina durante diez años consecutivos, sino que ocupa la banca de senador por la provincia de La Rioja y su voto en la Cámara Alta contabiliza. Se olvidaron cómo se hacen las cuentas. Y todo ello no son detalles menores a la hora de prever quién tiene el poder.
 
La ausencia del ex mandatario generó una serie de críticas, explicaciones y suspicacias que no pasan del rumor y consecuentemente, no aportan nada a lo trascendente del tema. La realidad es inexpugnable: Menem hizo valer el prefijo “ex”, pero más allá de ello puso al descubierto la endeble mayoría opositora en el Congreso. Aquello que se puede discutir es acaso el condimento ético de la banca vacía cuando se requería su presencia para limitar el poder hegemónico del oficialismo en el recinto, pero no mucho más. Y el dato, en el contexto en que se encuentra la Argentina, es anécdotico en demasía.
 
Del mismo modo lo es escuchar a Cristina Kirchner confesar su desilusión con Barack Obama, y creer que los Estados Unidos por ello, se hacen algún drama… Hace tiempo que estamos fuera del mapa. Y si de comparaciones se trata, oir a Michel Bachelet agradecer a los medios de comunicación y a las Fuerzas Armadas su labor ante la tragedia que los sacudió causa estupor en un país dónde la prédica oficial se basa en echar la culpa afuera, el mal trato y la agresión.
 
Lo cierto es que no puede hablarse de una oposición victoriosa cuando su superioridad pasa por un voto teñido de ideología sustancialmente distinta al resto. El error es festejar a destiempo.
 
Los tiempos en política no se rigen por la común cronología. Los días superan las 24 horas, y las ansiedades nunca son compartidas. Si hay alguien que en los últimos años ha demostrado manejar a pie juntillas los relojes de la política ha sido Néstor Kirchner. Se adelantó siempre aún cuando ciertas anticipaciones han sido de una amoralidad indiscutida.
 
La llamada oposición no ha podido, hasta la fecha, ganar la partida. Hay una ingenuidad exacerbada en ella que se manifestó con notoriedad cuando el gobierno, tras la derrota electoral, convocó a un diálogo con intermediarios sin capacidad de definir un ápice para establecer una transición ordenada, pero también hay impericia.
 
El pasado miércoles, esa ingenuidad volvió a hacerse notar. Las traiciones no son novedad, lo son, en todo caso, las lealtades pues no las hubo ni las hay. Es tarde ya para rasgarse las vestiduras, y nadie está dispuesto a tirar la primera piedra a la hora de evaluar quién ha sido fiel a principios y liderazgos en los últimos años.
 
Más allá de condenas y quejas que no aportan nada al análisis, y sin que interese en definitiva si Menem hizo bien o hizo mal, lo rescatable del episodio vivido en el seno del Congreso Nacional debe dar una imagen cabal de cómo se ha de manejar el gobierno en lo sucesivo frente a un Poder Legislativo que le es, en apariencia más que en realidad, adverso.
 
El pedido de garantías que hiciera la líder de la Coalición Cívica, Elisa Carrió es un gesto más que no hallará correlato del otro lado del mostrador. Pueden prometer pero la palabra oficial es ya fábula sin ningún dejo de credibilidad.
 
El último atropello institucional que tuvo lugar en el Congreso es, en realidad, una continuidad de los tantos desdenes que se han hecho a las instituciones desde el mismo momento en que los Kirchner llegaron al gobierno. La metodología kirchnerista actúa en forma inversamente proporcional al poder del matrimonio presidencial: cuanto más debilidad ostentan éstos, mayor es la artillería que han de desplegar. Es de esperar que ahora se agudicen más todavía los aprietes, compra-venta de voluntades, planes alternativos por vías no legales, canje con provincias, carpetas de singular bajeza, etc., etc. Son las armas con que se valen en Balcarce 50. No hay otro plan.
 
Si se tiene en cuenta la apreciación pública que se hizo de la figura de Carlos Menem a través de muchos medios de comunicación y de adversarios a su política, es factible sostener que no ha defraudado en demasía. ¿Desde cuando se espera la salvación de parte de quién es considerado el hacedor de los males que acechan pese al tiempo que ha pasado desde que culminó su gestión? Menem no defraudó, pero tampoco lo ha hecho ni lo hará Néstor Kirchner: implementará los métodos más violentos del llamado “estilo K” harto conocidos en definitiva por la ciudadanía y la clase dirigente, sea o no política.
 
Verlo languidecer frente a una oposición débil como ya ha quedado demostrado que lo es, no es la mejor de las actitudes que se puede tener. La fragilidad del gobierno es grande pero también lo es su saña para dañar aún más a todo aquel que no piense igual. La prevención en Argentina es una palabra eufemística pero bueno sería acatarla para saber que no habrá aceptación ciega de una derrota, y que se redoblarán apuestas aunque para el envido no se llegue a sumar.