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jueves 23 de julio de 2015

¿Tendremos que abandonar toda esperanza?

¿Tendremos que abandonar toda esperanza?

Después de las primarias de agosto y las elecciones presidenciales de octubre, se abrirá para todos nosotros un dilema crucial: ¿La recuperación de una Argentina amable y digna de ser vivida, será mera ficción o una realidad? ¿Podemos alentar un porfiado optimismo o tendremos que resignar toda esperanza?

Más que tejemanejes políticos, disquisiciones sobre el cepo cambiario o prolijas proyecciones macroeconómicas, lo único auténticamente decisivo reposará en la lucidez mental y los genuinos sentimientos que los argentinos logremos conservar -el día de las elecciones- en nuestra inteligencia y el fondo de los corazones.

 

LASCIATE OGNI SPERANZA, VOI CH’INTRATE.

 

A este respecto, quizás no exista otra descripción tan apropiada sobre los sentimientos que el famoso Canto Tercero escrito por Dante Alighieri en la Divina Comedia.

En esa obra inmortal, el Dante describe el drama de los seres humanos que, por haberse desviado del recto camino, en la mitad de la vida se encuentran de repente en medio de una intimidante selva oscura.

El sendero tortuoso que los ha conducido a este escenario de tinieblas, donde crujen punzantes lamentos y rechinan los dientes, es consecuencia de una vida estéril y desvariada.

Del frenesí por disfrutar egoísticamente de las cosas. De la falta de compasión por los semejantes. De la avaricia y angurria por el dinero. De la guaranguería en el lenguaje cotidiano. Del narcisismo en creerse el centro del universo. De la arrogancia en el trato con los demás. De la petulancia en sentirse vivo y sagaz. De la prepotencia al usar el poder concedido. De la avidez de ir por todo, a cualquier precio y de cualquier manera. De utilizar la mentira para encubrir patrañas y chanchullos.

El ciudadano, hombre común que transita la vida como un viajero, aparece en el Canto Tercero, frente a la puerta del Infierno. Está conducido por Publio Virgilio, el gran poeta romano, maestro sublime que representa la cultura y el buen gusto.

El pórtico del Infierno está cerrado. Pero con una simple decisión de su voluntad el ciudadano puede abrirlo y atravesar el umbral, en nuestro caso mediante el voto consciente o irreflexivo.

Si lo hace, ingresará a un tiempo y espacio desconocidos.

Por fortuna, advierte que en el dintel de la puerta están escritas las palabras más dramáticas que jamás haya leído: “Lasciate ogni speranza, voi ch’intrate”. ¡Oh, vosotros que aquí entráis, abandonad toda esperanza!

. Es un alerta roja dirigido a su inteligencia, para que ella guíe la voluntad y no a la inversa, que sus antojos condicionen a la razón. Por eso, el ciudadano detiene su marcha y alterando la comodidad de su rutina dice a Virgilio: ¡Maestro, estas palabras me asustan y me causan profunda pena!

El poeta latino, como hombre sabio y prudente, aconseja a su amigo y contesta: “Debes abandonar tus temores, aquí termina tu cobardía. Obra como un ser libre e inteligente. Has llegado al instante en que debes reflexionar y darte cuenta de que puedes lanzarte al abismo, si perdiendo la facultad de la inteligencia te manejas con venganza y resentimiento”.

Detrás de la puerta cerrada, el ciudadano siente horribles aullidos, gritos de horror y coros incomprensibles. Horrorizado pregunta: “Maestro ¿quiénes son estas gentes, qué dicen sus estribillos, porqué aplauden doblegados por el dolor?”

Virgilio le responde: “Esta miserable suerte les está reservada porque vivieron sin pena ni gloria; están mezclados con un perverso grupo de gente que no fueron rebeldes ni leales, sino que sólo vivieron para sí. El Cielo los vomitó no por ser malos, sino por buscar su disfrute sin preocuparse por los demás. Y el Infierno no quiere recibirlos porque podrían causar zozobra a los verdaderos culpables”.

El ciudadano repregunta: “¿Y cuál es el dolor tan cruel que les hace lamentarse tanto?” Virgilio le contesta: “Te lo diré brevemente. Éstos no esperaban sufrir, sino gozar. Pero su ceguera es tanta, que están envidiosos de otros condenados más privilegiados. El país los menosprecia, la justicia los desampara, nadie habla de ellos y todos pasan sin mirarlos”

Apenas Virgilio hubo terminado de hablar, tembló tan fuertemente la sombría campiña, que el espanto le inundó la frente de sudor. De aquella tierra de lágrimas salió un viento que produjo rojizos relámpagos, perdió el sentido y cayó como un animal sorprendido por el sueño.

 

LAMENTOS Y ALARIDOS DETRÁS DE LA PUERTA ELECTORAL

 

Al poner el voto en la urna eleccionaria de agosto y octubre, habremos decidido nuestra suerte: abrir o cerrar la puerta del Infierno, atravesar el umbral o alejarnos del peligro.

Por una vez en la vida, debemos asumir la conciencia del riesgo y de la propia seguridad.

No votaremos nombres ni rostros carilindos. Tampoco votaremos banalidades y frases publicitarias. Votaremos conductas, ideas acertadas o equivocadas, abriremos la puerta del Infierno o la puerta del Paraíso. Porque son tres las cuestiones que estarán en juego de una vez y por muchísimos años:

 

1º La restauración del espíritu de las leyes, entendidas como normas generales de recta conducta que obligan por igual a los gobernantes y ciudadanos o el mantenimiento de la ley como un arma deleznable para perseguir al adversario, vigilarlo en su vida privada y compelerlo a hacer lo que quiera el déspota de turno.

 

2º La reforma del sistema tributario para que los impuestos vuelvan a ser razonables, no sean usados para expoliar al pueblo, ni para aumentar el número de pobres o acomodar a los militantes en puestos públicos y comprar la sumisión mediante migajas contenidas en las asignaciones universales o planes clientelares que pagan los mismos beneficiados.

 

3º La recuperación del espíritu de iniciativa individual para todos los actores sociales, sin regulaciones ridículas, sin controles ni trabas y obstáculos para que el potencial que encierra cada uno pueda ser desplegado al máximo que le permitan su inteligencia y voluntad.

Este destino de grandeza sólo se conseguirá mediante una conducta digna, el comportamiento honorable y el ejercicio de la libertad responsable, entendida como la facultad de poder elegir por sí mismo, sin ser obligados a obrar o no obrar por ninguna fuerza despótica externa, salvo la recta conciencia.

La libertad permite conseguir un orden social respetuoso de los derechos del prójimo y lograr una vida dirigida a la búsqueda del propio destino para podamos “ser lo que debamos ser o no seremos nada”. Esto es lo que estará en juego en las próximas elecciones primarias de agosto y presidenciales de octubre.

¿ Recordaremos las palabras del poeta supremo, el gran Dante Alighieri ? LASCIATE OGNI SPERANZA, VOI CH’INTRATE.