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lunes 28 de julio de 2008

Todo pasa y todo queda

La llegada de Sergio Massa al gobierno nacional parece ser nada más que un cambio de caras, no una verdadera renovación de ideas ni una oxigenación del gabinete.

“Pero no era la felicidad, era tan sólo una tregua.”
Mario Benedetti

Ante todo, debería aclarar que estas líneas no pueden considerarse sino como un aporte al gobierno nacional. De no ser interpretadas de ese modo, entonces, basta decir que son apenas “conjeturas” que no intimidan y mucho menos desestabilizan (ver, al respecto, reciente jurisprudencia).

¿Por qué esta aclaración? Pues porque cualquier opinión manifiesta que no concuerde con el deseo del matrimonio que ocupa la presidencia, parece tener acceso directo a alguna lista donde el oficialismo aglutina conspiradores, desestabilizadores, etc. Lista que por cierto, es cada vez más extensa. En breve, poca será la diferencia entre esta y la guía, sumando claro está, las páginas blancas, las doradas y las páginas amarillas…

Entre tanto, “todo pasa y todo queda”, como dice el poeta. La mejor exégesis del llamado “nuevo” escenario político nacional, la da una sola imagen ratificando aquello que suele decirse cuando se le adjudica mayor definición que mil palabras: a escasos minutos de la asunción, el flamante Jefe de Gabinete, se sentó entre medio de Julio De Vido y Ricardo Jaime. Una perfecta fotografía de la realidad. Más allá de sus manifiestas buenas voluntades, que en política lamentablemente no gravitan, Sergio Massa inauguró su asenso con una suerte de cátedra sobre los beneficios de la nacionalización de Aerolíneas Argentinas. Como si el cargo no lo hubiera sorprendido, como si hubiese estado estudiando el libreto a recitar con antelación a aquello que se presentó a la ciudadanía como medida sorpresiva ante un “portazo” inesperado para quienes habitan la residencia de Olivos. En algún momento habrá que detenerse a analizar por qué todo cuanto sucede tiene un tufillo diferente a cómo se lo vende…

La llamada “oxigenación” pedida por diferentes sectores de la sociedad tras la, ahora asumida, derrota del kirchnerismo en el Senado derivó en la salida del inefable Alberto Fernández capaz de conmover peligrosamente, aunque sea por un instante, con su crítica sagaz a ciertos des-manejos de los últimos conflictos en el seno del poder, dilatados pero no resueltos, es decir, tratados al mejor “estilo K”. Estilo que sigue en su apogeo sin que se lo haya abandonado jamás.

Ahora bien, el primer síntoma a tener en cuenta es la desmedida algarabía por una partida, (posiblemente maquillada o furtiva), y el arribo de Sergio Massa como si este llegara con una varita mágica a renovar en forma inmediata la función pública. Es obvio que los argentinos necesitan aferrarse a una esperanza con desesperación casi malsana. Basta observar cómo el vicepresidente, Julio Cobos, se transformó en héroe de la noche a la mañana, para entender la conducta social característica de un pueblo sumido en la carencia, y anoticiado tardíamente del fraude que representó votar a Cristina Fernández si daba lo mismo no votar, y que Néstor Kirchner siguiera, como sigue, en su lugar.

Los signos de madurez que, de tanto en tanto, algunas manifestaciones populares dejan aflorar, no terminan de afianzarse, y se pasa raudamente de la crisis a la naturalidad. Es cierto que los procesos de transformación social siempre fueron largos, con un sinfín de vaivenes en el medio de la trama donde se suelen gestar. En ese sentido es injusto juzgar cuando los cambios aún no se han producido y hay asignaturas pendientes que saldar.

Este reemplazo de un funcionario o dos, con amenazas de algunos más que se supone, antes o después, también se irán es superficial frente al reclamo de “oxigenación”. Y es que el problema central no son los nombres sino la permanencia de un modelo de hacer política, basado en la confrontación, el apriete y la división social, que se perpetúa sin que nada lo haya alterado y sin que la experiencia enseñe o el fracaso convoque a la reflexión en vez de asentar la porfía del error. No es Guillermo Moreno ni siquiera Luis D’Elía el problema. El problema es la metodología kirchnerista cualquiera sea quien la ejecute más abajo o más arriba. Ni el INDEC, ni las retenciones, ni las tarifas o la nacionalización de Aerolíneas son conflictivos por sí mismos.

Las demandas perentorias de la gente desoídas, los inocultables traspiés, el visible rumbo cuesta abajo en el que vamos no han generado reacciones consecuentes con un cambio. Posiblemente, pretender que la sociedad política y conyugal que dirige a la Argentina, reaccione frente a lo evidente es pedir una transformación estructural, para la cual han demostrado, innumerablemente, absoluta incapacidad y desgano soberano.

Ante el estallido del conflicto, apenas si responden con un retiro “espiritual” en El Calafate, un silencio que dura entre 48 y 72 horas no más, y la ratificación del “estilo K” con redoblada apuesta a un modo de gobernar y de vivir, el cual si se quiere es aún más complicado y difícil de alterar. La crispación, la altanería y la estrategia del as en la manga mantienen a la ciudadanía en un estado de incertidumbre que no le permite definir si creer y apostar, regresar al hastío o mantenerse alerta porque puede llegar, en el momento menos pensado, la estocada final.

Lo cierto es que, en el mientras tanto, “todo pasa y todo queda”. Pasó la glorificación de Alfredo De Angeli cuyo paradero ni siquiera se sabe ya, pasó la ausencia en el escenario de Néstor Kirchner generando una inexplicable sensación de regreso al llano, situación impensable tratándose, nada más ni nada menos, que del artífice del “estilo K”, pasó el festejo del campo al tamizar que, sin política agropecuaria con reglas de juego definidas y respetadas, no hay forma de progresar, pasó el vendaval de oxígeno y excitación que provocó en el Senado una oratoria sin gritos ni agravios desempatando a favor del reclamo social…

Pasó tanto en realidad que los almanaques parece que hubiesen dejado caer hojas en cantidad, y sin embargo, fueron pocos días, un par de semanas, nada más. Y todo está maquillado pero esencialmente igual. No se trata de pesimismo ni de profecía porque definir lo que vendrá es casi un enigma, un rompecabezas con fichas que no encastran para avizorar un escenario de progreso y paz u otro de conflictividad que derive en una nueva batalla campal.

Lo cierto es que, el sector agropecuario, aportó mucho más que un reclamo sectorial. Legó una radiografía sin distorsión de la metodología kirchnerista incapaz de variar por su naturaleza intrínseca. Si las voces que se sumaron al grito rural acallan creyendo que, alterando nombres en un gabinete que no gestionó jamás, las soluciones ya están; antes de lo pensado volveremos a encontrarnos señalados, etiquetados y vueltos a convertir en enemigos desprevenidos en medio de una guerra que sólo en apariencia había cesado. Sino, ¿por qué, en Balcarce 50, sigue acumulándose arsenal? Se disparan entre ellos con agravios, y afanosamente se busca la figura capaz de devolver alguna suerte de unidad que sólo la mentada “caja” oficial, cuando estuvo abultada, pudo conquistar. © www.economiaparatodos.com.ar

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