«Todos unidos triunfaremos»
Si bien el fin de ciclo se ha convertido en un slogan que poco o nada aporta a la realidad nacional, hay ciertos reacomodamientos que comienzan a caracterizar la agonía kirchnerista. El asunto es observar que no la revivan
Para los funcionarios, después de once años, es muy difícil pararse en el escenario y confesar que nunca han pertenecido al kirchnerismo, aún cuando es probable que veamos a varios intentando esa proeza. La desvergüenza los catapulta y el caradurismo hace mella. Son políticos, y son argentinos…
Lo cierto es que el peronismo vuelve a ser, de una u otra manera, el protagonista de esta comedia. La cuestión se torna compleja si admitimos que hoy más que nunca, Cristina lo necesita pero paradójicamente o no, éste lo que menos necesita es a Cristina.
La Presidente se ha transformado en un salvavidas de plomo para el movimiento Justicialista. “Nos habíamos amado tanto“, podría llamarse también esta película.
Las banderas de la transversalidad yacen marchitas, no dio resultado. El Frente para la Victoria viene de derrota en derrota, demasiado caro para ser un sello de goma. Así es como la mandataria canta “Volver”, mientras Anibal Fernández busca borrar de los almanaques aquel día en que, defendiendo a Néstor, mandó a “meterse la marchita en el…. “, a todas y todos.
No es casual que una semana atrás, José Manuel De La Sota sostuviera que “este gobierno es chavista no peronista“. Y con esa sentencia abriera el juego en el cual todos los argentinos nos veremos inmersos. Siempre convidados de piedra en una película ajena pero regada con el sudor y la sangre nuestra.
En recientes declaraciones, Roberto Lavagna aseguró que “ni Menem ni Kirchner son peronistas“. Parece que de la noche a la mañana las identidades cambian. “La vergüenza de haber sido o el dolor de ya no ser”, algo así o parecido…
Posiblemente, a esta altura de las circunstancias nadie sea nada, y todos comulguen con el único “ismo” que los iguala: el oportunismo. Sin embargo, la mayoría ha vivido colgada de la marcha, el bombo y la parafernalia de la unidad básica.
Pero también es cierto que en política, si la ocasión lo amerita, puede negarse hasta a la madre sin titubeos ni arrepentimientos. Incluso no debería asombrar si de pronto, el peronismo sale a decir que en realidad nunca ha gobernado pues Menem fue menemista, Duhalde, duhaldista y Kirchner, kirchnerista. O mismo pueden salir Luis D’Elía, Andrés Larroque o Diana Conti, sin ningún prurito, a declararse “nacionales y populares” pero independientes del modelo que vistieron. Eso pasa en Argentina. Eso es peronismo en el siglo XXI al menos.
Pareciera que ser oficialista es no creer en nada y estar dispuesto a todo. En ese caso sí, oficialismo son todos. Por eso es quizás más importante pensar en quién nos va a gobernar a partir del 2015 que en el final del kirchnerismo devenido mito. O habrá que modificar la sentencia y admitir que ‘para un peronista no hay nada mejor que la sociedad argentina’. Amén del juego de palabras, el ciclo puede reciclarse.
Nadie duda que se van, al menos en su apariencia actual pero debería haber cautela respecto a su mimetización y sus caretas. El riesgo a la empatía es tan grande como la tentación a soltarse justo cuando el avión cae, jamás antes. En ese sentido habría que preguntarse de qué manera el peronismo se sucederá a sí mismo, y después en todo caso, ver si puede o no hablarse de fin de ciclo.
En la oratoria las diferencias son pocas. Todos traerán una propuesta moderada, de unión nacional, republicana, respetuosa y constitucional. Ya se sabe, del dicho al hecho hay un largo trecho. Néstor nos traía un sueño, y Cristina diplomacia y un país a imagen y semejanza de Alemania…
Lamentablemente, el futuro suele forjarse con la madera del mismo árbol que se ha podado. A Juan Manuel de Rosas, por citar un ejemplo, no lo derrotó un unitario sino un caudillo salido de sus propias filas. El afán revisionista parece llevarnos nuevamente hacia el pasado. Los fantasmas deambulan dentro del mismo molde donde los Kirchner nos han cocinado.
Daniel Scioli ha especulado con ello desde el vamos, pasó de ser kirchnerista de la primera hora a ser oposición por arte de magia, o tal vez por una oposición que nunca terminó de organizarse. Hay que estar muy mal para ver la alternativa en quién fuera vicepresidente de la primera gestión, y asumiera luego la gobernación con el mismo logo y bastón. Pero el sayo le cabe también a Sergio Massa y a tantos más que sueñan con el sillón de Rivadavia.
El peronismo está organizándose, a su modo claro, como suele decirse, en su bolsa de gatos. Sin doctrina, sin prejuicios (todos son bienvenidos), y sin más lealtad que el bolsillo. A fin de cuentas, “todos unidos triunfaremos” aunque para algunos el triunfo sea volverse a casa sin las esposas puestas y la condena firmada.