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lunes 7 de febrero de 2011

Un 2011 sin elecciones

Sin verdaderas alternativas para optar, todo indica que este año tendremos comicios pero no un verdadero ejercicio democrático.

Año electoral: planteo que, sin dejar de cierto, muestra a las claras hasta qué punto la incongruencia se erige como la característica intrínseca de todo cuanto acontece en lo político. Habrá comicios, pero difícilmente halla elección. Esta afirmación, que en apariencia surge como un juego de palabras sin asidero, encuentra su confirmación y verosimilitud en el cavilar de la mayoría de la sociedad.

Suponiendo que tomemos como cierta la teoría que endilga aproximadamente un 30 por ciento de votos cautivos al oficialismo, más allá de la gestión o desgaste que haya sufrido, el resto se encarga de desmitificar a la democracia como sinónimo de un domingo donde las urnas reciben sobres, supuestamente, emanados del libre arbitrio.

Para que haya realmente un proceso electoral deben existir, inexorablemente, las alternativas para optar, la posibilidad de escoger qué es aquello que se va a ensobrar. Hoy por hoy, el caudal de ciudadanos que se sienten huérfanos frente a las “ofertas” de candidatos gana la calle y, de poder votarse a favor de la orfandad, ésta sería al día de la fecha la verdadera opción electa.

Hay, desde luego, un porcentaje de habitantes que emitirán un voto negativo, por llamar de alguna manera el favorecer a una fórmula –cualquiera que esta sea– con tal de hacer sombra al mentado “proyecto K”, cuya profundización es un eufemismo como lo es la pretensión de establecer la existencia de un proyecto cuando la realidad indica que sólo hay improvisaciones sueltas simulando una administración que esconde negocios, impericia y corrupción al por mayor.

Hay o habrá alguna coherencia en ciertas filas que por antecedentes demasiado maniqueos, sin embargo, no lograrán captar la atención de mayorías como para imponerse en los resultados. Y hay una incertidumbre que socava toda expectativa.

Si bien la indecisión no es un mal síntoma porque pone en evidencia un ejercicio de juicio crítico, siempre bienvenido y preferible frente a la desidia o el autismo, en el contexto actual presupone una incertidumbre que impide el desarrollo individual y el real creamiento del país, si por tal entendemos un alza en la calidad de vida de los habitantes y en la respuesta concreta a las demandas básicas del pueblo que siguen intactas desde tiempo atrás.

La credibilidad perdida es justa en gran medida: no hay voz que se guíe por el sentido común, no es políticamente correcto ofrecer respuestas que serán censuradas y cuestionadas por el sólo hecho de vivir en la falacia de un reinado falaz de derechos humanos manipulados. ¿Es muy difícil definir qué pretende que le dé un candidato al argentino promedio actual?

Si alguno de los aspirantes al sillón de Rivadavia ofreciera orden, sin adjetivar, seguridad y una aplicación aunque sea mediocre de una teoría económica milenaria –no revolucionaria ni estrafalaria– que establezca un mecanismo de control de inflación comprobada con anterioridad (porque los experimentos nos hacen sentir más como cobayos que como seres humanos), el voto de la mayoría tendría su dueño ya.

Para el orden y la seguridad, las recetas no son muy disparatadas: alcanza con regresar a las jerarquías que por manipular el concepto de democracia se vetaron creyendo que eran autoritarias. Es decir, aplicar la ley e instaurar un sistema coherente de premios y castigos sin privilegios (ahora llamados “garantismo”) de ningún tipo. Garantizar sí la igualdad: los que delinquen igualados en condena, y alejados de aquellos con respeto y honestidad.

Si a esta simplista propuesta de paz y convivencia ciudadana acaso se la tilda como “mano dura”, esto no será sino otro eufemismo para desequilibrar la psiquis social, sin darle a la ciudadanía certeza de cambio en uno de los aspectos esenciales que se reclama en vano por la indiferencia dirigencial.

La inflación requiere, por su parte, conocimiento cabal de cuáles son sus causales: abunda la bibliografía al respecto. No hace falta ser muy probo como para saber que su origen radica en dos variables fundamentales: la emisión monetaria y el gasto descontrolado. La letra chica de la teoría la dejo, pues, a los economistas.

No es mucho más lo que demanda la gente. Por el contrario, hasta puede decirse que somos en extremo básicos a la hora de poner requisitos para un cargo que por su importancia debiera exigir más capacitación que aquella que comúnmente se exigen en los clasificados para calificar a un puesto gerencial.

Lo cierto es que ante este escenario pensar en elecciones es un ejercicio vano. Habrá una resignación hacia lo menos malo, como sucedió en un sinfín de casos pasados, pero nada más. Lo triste, quizás, es la aceptación ciega que hacemos de ello como si no tuviéramos derecho a pedir cambios fácticos no mágicos.

La indefinición de la oposición radica, más que en estrategias o en la formalidad del llamado a internas, en la postura que ha de tomar Cristina Fernández con respecto a su rol. Si bien el temor a Néstor Kirchner desapareció o parece haber desaparecido con su muerte, todavía hay una caterva de situaciones que generan una cautela un tanto exagerada porque le otorgan ventaja a quien, a juzgar por cómo se vive en la Argentina de 2011, no debería tener chance para aspirar a otra reelección más.

¿Es acaso el kirchnerismo una realidad sin Kirchner manejando los hilos? No es una fuerza partidaria por más empeño en un endiosamiento al líder que ya no está, es apenas un conglomerado de intereses espurios que buscan permanecer para no quedar librados al azar o a una Justicia capaz de resucitar de las ruinas en las que está.

Al mediático “operativo clamor” se suma pues, esta necesidad de continuar recibiendo ciertos beneficios y, en caso de imponderables, poder sortearlos sin tener que soltarse del hilo aunque el titiritero ya no esté entre ellos. La orfandad también se mueve como un fantasma en la Rosada. La Presidenta, mientras tanto, va tanteando el humor general de una sociedad volátil por demás. Hasta se da el lujo de establecer con sus ataques y frenos a sus contrincantes: no es casualidad que Daniel Scioli y Mauricio Macri estén en la agenda de prioridades a la hora de vigilar.

Ahora bien, si se teme a una competencia tan efímera como asustadiza que es la que presenta el oficialismo con sus severas internas entre peronistas “en serio” y montoneros “aggiornados” al momento, estemos seguros de que no habrá otra vereda capaz de ofrecer, no una Suiza americana sino tan sólo un país vivible para que se cumpla el primer párrafo del preámbulo de la Constitución Nacional. Es decir, constituir la unión nacional, afianzar la justicia, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad…

Hoy, en este escenario, nada esta garantizado, ni siquiera la paz. © www.economiaparatodos.com.ar

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