Hablando sobre los políticos, alguna vez el frustrado dirigente soviético Nikita Krushev dijo, con absoluta razón: “Los políticos son siempre iguales. Prometen construir un puente incluso donde no hay río”. Macanean profesionalmente, quiso decir.
Por eso mismo es que otro europeo, esta vez el alemán Otto von Bismark, agregaba –complementariamente– algo que nosotros sabemos bien, por nuestra triste experiencia contemporánea: “El político sueña con la próxima elección; el estadista, con la próxima generación”. Ocurre que nos sobran políticos y nos faltan estadistas, es obvio. Y así nos va.
Un peligroso aparatito
Pero acaba de presentarse en sociedad, según nos cuenta Massimo Piattelli Palmarini desde las columnas del Corriere della Sera (el 31 de mayo pasado, en la página 17), un atractivo aparatito, que debiéramos utilizar con frecuencia con los políticos cuando llegan –mañosamente– al poder.
Para asegurarnos de que lo que hacen es lo que dicen y no otra cosa.
Me refiero al invento del norteamericano John Allen, un profesor de psicología de la Universidad de Arizona. Con él se pondrá en marcha una nueva técnica de detección de mentiras que se anuncia habrá de llamarse “brain finger printing”.
Con el aparato en cuestión, que seguramente tendrá alguna aplicación judicial –a la manera de su antecesor, el no siempre infalible “detector de mentiras” (o “polígrafo”, que fuera inventado por John A. Larsen)–, se pueden revelar el 95% de las mentiras. Es más, casi el 100% de los inocentes y aquellos que dicen la verdad pasarán la prueba a través de él, sin mayores inconvenientes, según se afirma.
Una técnica con mediciones múltiples
La nueva técnica empleada por el profesor Allen combina científicamente diversas mediciones que se registran simultáneamente en una computadora y que tienen que ver con varios factores. Esto es, con los movimientos musculares de la cara, las ondas que transmite el cerebro, el sudor, los tonos de la voz y el movimiento de los ojos (los bizcos pueden generar un problema, entonces). El conjunto de esos datos es lo que, debidamente medido, permitiría ahora detectar con precisión quién miente y quién no lo hace. Notable.
El problema es que su posible uso, respecto de los políticos, es muy poco probable.
Por una vieja y simple razón. La misma por la que posiblemente sigamos por muchos años con las infames “leyes secretas” que son lo contrario de la trasparencia, que permiten mantener cual “secreto de Estado” la mecánica con que se usan los “gastos reservados”. Porque son ellos, los políticos, quienes finalmente deciden, desde que se encargan –nada menos– que de la tarea de legislar. Y está meridianamente claro que no siempre todos ellos confieren prioridad a los intereses generales por sobre los que creen les son propios.
Es una vieja historia. Pero, quién sabe, a lo mejor algún día, en un futuro no muy lejano, habrá uno de los aparatitos inventados por Allen instalado en la puerta de la Casa Rosada y otro en el ingreso a las salas de ambas Cámaras del Congreso. Serían toda una garantía. Pero la verdad es que éste es un sueño que luce difícil, ¿no es cierto? © www.economiaparatodos.com.ar
Emilio Cárdenas es ex Representante Permanente de la Argentina ante la Organización de las Naciones Unidas. |