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martes 6 de mayo de 2014

Un país hecho de títulos y portadas

Un país hecho de títulos y portadas

Últimamente hay dos formas de encarar un análisis político. Puede hacerse desde la óptica de la dirigencia o desde la perspectiva de la gente. El problema es que así se terminan plasmando dos escenarios literalmente diferentes

Esto sucede porque cada vez es más grande la brecha que separa los intereses de la dirigencia y las necesidades de la sociedad. Mientras unos atienden el calendario electoral, otros tratan de armar un almanaque propio donde fin de mes no llegue el 20 ó el 21…

Y al hablar de dirigencia no sólo referimos a la política. Sin ir más lejos, pocas veces estuvo el sindicalismo más alejado de los asuntos que competen al obrero. Los habitantes de Quilmes, por ejemplo, están lejísimos, a años luz de entender o pretender entender el negocio de la recolección de basura. Simplemente quiere vivir de manera decente, de ser posible, con las calles limpias y no abarrotadas de bolsas de residuos y desperdicios. Pero el debate sindical sigue pasando por las cajas que quedan para manejar y la medición del poder de cada gremio para convocar por si fuese necesario movilizarse o apoyar aquí o allá. Nunca se sabe.

Los 16 millones al año que se gastan en la Legislatura provincial, en este contexto, no es un problema a solucionar sino apenas un titular. Usted lo leyó, se indignó, suficiente. Hoy hay otro título para el debate fútil que nace y muere en menos de 24 horas sin dejar nada útil, mucho menos soluciones.

Esa es la dialéctica de la política nacional: un bombardeo permanente de asuntos sin resolución que pasan pero, antes o después, inevitablemente vuelven a pasar.
De nada sirvió debatir el porcentaje de pobreza que desvelaba hace una semana y que el Ministro de Economía ocultaba, porque hoy ya ha dejado de interesar. No cesó la discusión porque surgió una solución que comenzó a ser aplicada, no. Cesó la polémica sólo porque tenemos otra nueva. Y capaz que le toca el turno a la pelea entre Luis Ventura y Beto Casella.

Argentina es un país que no aprende de la experiencia, no aprende de la historia, por eso podemos despertarnos una mañana y descubrir que el tema del día es otra vez la colimba… ¿Y las consecuencias? ¿Y el soldado Carrasco? A nadie le interesa, la sangre seca rápido. Si no fuera porque este planteo surgió apenas como cortina de humo para distraer, mientras se maneja tras bambalina la estructura de jueces federales que mañana deberán resolverle las causas por malversación de fondos y fraude a los actuales funcionarios, estaríamos peor de lo que estamos… Nos venden pescado podrido y nosotros lo compramos.

Así se pasan los días. Así se pasa la vida en Argentina. Somos una eterna coyuntura, una enfermedad crónica. Somos el Chino Maidana el fin de semana, Lionel Messi mañana, y Marcelo Tinelli alguna noche en la semana. Somos el “aquí y ahora”, sin pasado, sin futuro pero lo que quizás sea más duro, sin presente que encause y modifique “la vergüenza de haber sido, el dolor de ya no ser” Títeres de la misma marioneta una y otra vez.

Somos las manos de Torrico la semana que pasó y las de Chichizola de este domingo. Es verdad: con el fútbol se explica todo, con el fútbol también se diluye todo. Y en un mes seremos 40 millones de gran DT corrigiendo a Alejandro Sabella que puede terminar convertido en héroe o en el ser más soez. Tenemos pedestales inestables. Todo cuanto hoy se llama Nestor Kirchner, mañana podrá llamarse Sergio Massa o Daniel Scioli porque así es el cabaret político argentino. Adorados y adoradores que cambian de Dios pero no no de destino.

Sin embargo, este también ha sido un país signado por imponderables. Todo lo que hoy parece seguro, puede desaparecer en décimas de segundo. El gobernador bonaerense puede jugar fútbol con Tinelli y encabezar encuestas, pero si días antes de los comicios se repite una inundación como la de abril de 2013, el paso de favorito a denostado será inmediato. ¿Por qué sucede esto? Porque nada se ha hecho. La Plata puede volver a inundarse. Los anuncios, las caras adustas, las pecheras repartiendo donaciones fueron apenas “show para la gilada”, escenografía de unos días.

Hoy, lamentablemente, también puede volver a explotar el edificio de la AMIA porque tampoco tras esa tragedia se ha hecho ni aprendido nada. La inteligencia en Argentina se ocupa de pinchar teléfonos de quienes piensan distinto a la mandataria, pero no tiene idea de quién atraviesa fronteras. Cualquiera entra o sale de aquí. Florencio Randazzo le da pasaporte y DNI sin problema. Este repetir el horror no es patrimonio exclusivo del kirchnerismo, claro. En los noventa, con Monzer Al Kazzar, pasó lo mismo.

A su vez, en cualquier momento puede desaparecer un edificio entero como sucediera en Rosario hace un año, porque tras la indignación de momento, tras la visita proselitista que hiciera Cristina, no se estableció una agenda de controles efectivos de las instalaciones de gas ni de electricidad. Por eso, el próximo verano volveremos a estar a oscuras golpeando cacerolas en las esquinas, y Julio De Vido saldrá a decirnos que el suministro está garantizado, que quizás falte luz momentáneamente, en uno o dos barrios. En ese sentido, la Presidente tenía razón: “nada nuevo bajo el sol”

Argentina parece ser un país hecho de titulares y portadas. Cada mañana uno nuevo se instala pero después de 24 horas pasa hasta regresar en cualquier momento como novedad impensada.

Así, los linchamientos parecen que fueron hace años, la devaluación otro tanto, los tomates brasileños se reemplazaron por la yerba Amanda y los precios cuidados, y la zanahoria que desvela ahora, será desplazada en breve por peras o manzanas… Todo pasa. En ese sentido, el gobierno ha hecho empatía con Julio Grondona, el demócrata de la pelota.

De la misma forma, así como ayer, en familia, establecimos cómo entrar a casa después del trabajo para zafar de una entradera, hoy vemos cómo hacemos si acaso nos llaman a media noche para decirnos que a alguno de los nuestros lo tienen secuestrado…

Esa parece ser nuestra función como ciudadanos: pagar impuestos por servicios que no tenemos, y convertirnos en policías, maestros o jueces porque el Estado, el Estado ha sido víctima también de un secuestro – pero no virtual -, hace más de diez años.