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jueves 30 de octubre de 2014

Un punto a favor

Un punto a favor

Nadie sabrá nunca lo que estaría dispuesta Cristina Fernández a dar de cuanto posee con tal de parecerse hoy a Evo Morales o a Dilma Rousseff. Cuando junto a su marido soñaron longevidades en el poder, imaginando entonces —no sin alguna razón— que, puesto en funcionamiento el dispositivo de sucesión rotativa entre uno y otro, podían quedarse a vivir en la Quinta de Olivos, nunca pensaron en volver a su casa. La casa de los Kirchner era Olivos. Si hubiese que hacer una comparación al respecto, cabría decir que el ideal que perseguían se parecía más al que está protagonizando el jefe de estado boliviano —o el que, en su momento, encabezó Hugo Chávez— que a cualquiera otro de los ensayados por sus actuales pares latinoamericanos. El proyecto hegemónico que construyeron a partir de 2003 era inequívoco: perpetuarse en el poder.

Pero el destino le jugó una mala pasada al santacruceño y el mecanismo de recambio vertebrado por primera vez en 2007 aguantó sólo hasta 2011. Muerto el jefe del clan, la única posibilidad de la presidente de prolongar su estadía en Balcarce 50 pasaba por la reforma de la Constitución y ello, a su vez, requería un número de representantes en las dos cámaras del Congreso Nacional que la victoria electoral de Sergio Massa hizo imposible.

Ella movió Cielo y Tierra a los efectos de no abandonar el mando de la Argentina. Hasta donde pudo. Tras lo cual aceptó la derrota de su proyecto de máxima y está dispuesta a volver al llano. Es que no tiene otra opción. La empresa que ahora la anima no es un secreto: consolidar su liderazgo sobre lo que quede del movimiento surgido alrededor de la figura de su marido.

Por eso, el espejo en el que le gusta mirarse es el de Michelle Bachelet. ¿Por qué no? Al fin y al cabo soñar no cuesta nada y, después de todo, si acaso ganase Mauricio Macri —algo que bien podría suceder— imaginar que estaría en condiciones de liderar a parte del peronismo y de regresar a la Rosada en 2019, es gratis. Suponer que se va a conformar con tejer escarpines para sus nietos o que le cabe la figura de la ex–mandataria que recorre el mundo dando discursos y cobrando sumas suculentas por ello, implicaría desconocer la esencia de su personalidad.

Como quiera que sea, sus aspiraciones están a la orden del día, intactas, y no hay semana que pase en la cual el tema de su futuro no se halle presente en las especulaciones que teje y en las decisiones de gobierno que toma. Cristina Fernández ocupa el centro de la escena política y no piensa dar un tranco de pollo al costado. La señora sabe que la condición necesaria —no la suficiente, que depende de muchos otros factores— para mantener vigencia después de ponerle la banda y entregarle el bastón de mando a su sucesor es, por un lado, terminar el mandato y, por otro, reivindicar con éxito hasta diciembre del año próximo el poder que detenta de cara a propios y a extraños.

Se dio por vencida en la aspiración de un tercer período presidencial consecutivo pero no está en sus planes retirarse a cuarteles de invierno con el objeto de lamerse las heridas y maldecir a sus enemigos. Piensa regresar, sólo que —para lograrlo— antes debe cuidar de que no vuele por los aires la economía o que se incendie el país en diciembre. El objetivo no es de realización sencilla aunque de momento, como en tantas oportunidades pasadas, ha logrado meterle la duda en la cabeza a parte de sus adversarios, convencidos a esta altura del partido —a más de cinco años de distancia del eventual regreso de Cristina Fernández a la Rosada— que bien podría conseguirlo. Más aun, no faltan quienes —dejándose llevar vaya uno a saber por cuáles razones— temen que el kirchnerismo pueda triunfar llevando como mascarón de proa en la boleta electoral del FPV a Daniel Scioli.

Si se toma conciencia de la magnitud de los problemas que aquejan a la administración de la señora Fernández, el solo hecho de que exista gente temerosa de su poder y de las posibilidades de éxito que tiene por delante no deja de resultar una demostración de cuánto ha calado en el imaginario colectivo la propaganda del régimen. En el momento de sus mayores dificultades; cuando no tiene el gobierno soluciones que ofrecer y adolece de un candidato de su riñón; cuando la inflación supera 40 % anual y la recesión hace estragos, todavía hay personas que compran a tranquera cerrada los cuentos de los encuestadores oficialistas o creen en las ideas–fuerza que echan a correr las usinas intelectuales del oficialismo.

Como punto de partida no está nada mal eso de convencer a sus adversarios que ella conserva un envidiable margen de maniobra y un enorme poder de fuego. Sobre todo en atención a que ni aquél es demasiado amplio ni éste haría pestañar a nadie bien plantado. Pero aquí no importa tanto rebatir la idea de un kirchnerismo capaz de transformarse en el fantasma del próximo gobierno, como apuntar el hecho de que no son pocos los que hoy consideran que eso es no sólo posible sino también probable.

En la medida que Cristina Fernández —fruto del poder que todavía ejerce y de los temores que aun suscita su figura en ciertos sectores— logre sostener la idea de que su estrategia es consistente y de que no sería de extrañar que volviese por sus fueros y se instalase nuevamente en el sillón de Rivadavia, habrá obtenido un triunfo significativo en lo que podría denominarse —a falta de mejor término— la guerra de imágenes. Véase el logro: no sabe si va a terminar su mandato y en caso de hacerlo tampoco sabe en qué estado quedará y, sin embargo, ya se la visualiza como candidata de fuste para 2019.

Si se analizan, con un mínimo de rigor, los supuestos implícitos en la ecuación del kirchnerismo, cualquiera caerá en la cuenta de que el desafío que tiene por delante no es moco de pavo. Enumerado en clave telegráfica, tratando de no dejar ningún elemento de consideración sin mencionar: deberá sortear los obstáculos, de toda índole, que se levantan en su camino hasta diciembre de 2015; deberá lograr, para retener una masa considerable de diputados nacionales, que Scioli o quien fuese el candidato del FPV, orille al menos el 35 % de los votos en la primera vuelta; necesitará, para conservar su peso en la cámara alta del Congreso, que el presidente electo no haga valer ante los gobernadores el peso decisivo del unitarismo fiscal; deberá rogar que no gane Sergio Massa para así evitar una fuga masiva de los diputados, senadores y gobernadores peronistas que todavía le responden hacia la nueva administración; deberá compensar, de alguna manera, el hecho de que no tendrá el manejo de la caja, de los timbres y de los nombramientos por espacio de cuatro años; y, por ultimo, necesitará que la gestión de su sucesor sea un fracaso. Y, así y todo, si se diesen los supuestos enumerados antes, Cristina Fernández no tendría asegurado, ni mucho menos, la vuelta a Balcarce 50. Pero la idea está instalada y ello constituye un punto a su favor. Hasta la próxima semana.

Fuente: Massot / Monteverde & Asoc.