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martes 25 de junio de 2013

Una autocracia sin pudor.

Una autocracia sin pudor.

No es novedad que los adalides del populismo demagógico hayan llegado al poder con la encubierta intención de apropiarse de él por tiempo indefinido. A estas alturas no quedan dudas de que, no creen en la democracia, sino que solo la utilizan para acceder al poder y la exacerban temporalmente porque les permite cierta legitimación que les ayuda a guardar las formas.

No es novedad que los adalides del populismo demagógico hayan llegado al poder con la encubierta intención de apropiarse de él por tiempo indefinido. A estas alturas no quedan dudas de que, no creen en la democracia, sino que solo la utilizan para acceder al poder y la exacerban temporalmente porque les permite cierta legitimación que les ayuda a guardar las formas.

Cuando los apoyos populares empiezan a mermar, cuando el acompañamiento electoral disminuye progresivamente y la sociedad percibe la presencia de un incipiente esquema autoritario, intentan prolongar su presencia en el poder, quebrando la esencia del equilibrio republicano.

En ese momento buscan inclinar su capital electoral hacia atractivas transformaciones profundas que suenan interesantes a los oídos de muchos, pero que esconden sus verdaderas pretensiones de consolidar su arraigada vocación hegemónica, de poder concentrado y control absoluto.

Es bueno recordar que se trata de los mismos personajes que defendieron, en el pasado, inaceptables métodos de llegada al poder en otras naciones, convalidando la violencia como dinámica política y festejando la actitud de quienes detestan la democracia y apuestan a las armas como sistema.

Nunca ocultaron su adhesión por esas ideas y se ocuparon de tergiversar la historia para maquillar su posición. Antes lo decían en privado y ahora lo hacen a cara descubierta. Aplauden a los que usaron metodología violenta décadas atrás, elogian a quienes asesinaron a cualquiera que se interpusiera en su recorrido, olvidando que esos pretendían tomar el poder, inclusive luchando contra gobiernos elegidos democráticamente. No creen en la democracia, la conciben solo como un medio, ya no para dirimir diferencias circunstanciales, sino para lograr sus perversos fines.

Son déspotas por convicción, solo pretenden conformar una autocracia, donde puedan controlar la totalidad del sistema. Es el camino inevitable al que conduce el socialismo o cualquier otra forma totalitaria.

Durante algún tiempo pueden compartir poder y convivir en ese contexto, pero luego, para sostenerse, precisan monopolizarlo. Eso explica cómo se van quedando con todo, con la economía primero, pero luego con los medios de comunicación, el control de la gente, sus acciones y libertades.

El sistema que engendran los empuja invariablemente hacia allí. De otro modo el régimen no se puede sustentar en el tiempo. Ellos lo saben, solo que mienten descaradamente para imponer su modelo gradualmente, usando la democracia cuando les sirve y los mecanismos dictatoriales cuando ya no alcanzan los anteriores.

Este perverso presente que combina caudillos sin escrúpulos, que intentan acumular poder, pero al mismo tiempo riquezas personales, con discursos de izquierda, aparentemente preocupados por los más pobres, pero que en el fondo generan más pobreza, son la moda del momento y proliferan en tiempos de abundancia económica lograda bajo escenarios favorables.

Las sociedades en las que vivimos, pagarán demasiado caro este tipo de decisiones políticas colectivas. Creer en las bondades de un régimen que no las tiene, que simula lo que no es, con una hipocresía cada vez más evidente que se confirma a diario en cada acción, tiene un final predecible.

Definitivamente van por todo, y ahora incorporan una dinámica adicional, la de la pérdida del decoro, del recato, de la vergüenza. Se han convertido en un régimen ya no solo autocrático, sino plagado de impudicia, ingresando a una fase en la que ya no disimulan ni sus modos, ni sus inmorales intenciones.

No son republicanos y no lo pueden disimular más. Tampoco son demócratas. No quieren disidencia alguna, solo pretenden discurso único. Por eso les sirve cualquier mecanismo que acalle a los que piensan diferente. Hasta hace algún tiempo atrás, al menos guardaban las formas y les quedaba algo de recato, pero lo viene perdiendo y la careta desaparece, para mostrar su verdadero rostro, cruel y fundamentalmente despótico.

La máscara de la democracia popular, les servía para simular lo que no eran. Hoy ya no les resulta suficiente y no les queda otro sendero posible que ir por todo, porque no solo precisan seguir por más, sino que si no profundizan este proceso, el mismo puede convertirse en su enemigo.

Ahora es el turno de la impunidad, por eso necesitan un poder centralizado, donde lo ejecutivo, legislativo y judicial sean lo mismo, del mismo color. Si no lo logran, corren el riesgo de que lo engendrado se vuelva en su contra.

Ya no se puede dudar ni de sus pérfidos métodos, ni de sus voraces propósitos. Empezaron a mostrar su costado más autoritario, menos prolijo y más burdo, el de decir lo que realmente piensan. Quieren la Justicia porque la necesitan para seguir adelante con sus fechorías y cuentan, por ahora, con la complicidad de una sociedad que no despierta, que no reacciona y que aun cree ingenuamente en su retorica lineal y emotiva.

La dictadura busca perfeccionarse. La tiranía precisa de más ingredientes. Ahora ya perdieron el decoro y por eso van por una autocracia sin pudor.