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jueves 25 de mayo de 2006

Una bendición caribeña

St Maarten, la isla compartida por Holanda y Francia en el corazón del Mar Caribe, combina sol, playas soñadas, gastronomía insuperable, estilo europeo y ritmo caliente.

La historia cuenta que después de que España y Gran Bretaña renunciaron a luchar por la isla, sólo quedaron las pretensiones de Holanda y Francia. De pronto llegaron al original acuerdo de dividir el territorio pacífica pero competitivamente. Designaron a dos corredores que partieron desde el mismo lugar y en direcciones opuestas. El punto de encuentro, unido imaginariamente al de partida, sería la demarcación final. Dicen que el holandés tomaba ginebra y el francés, vino. El primero durmió más que el segundo en su recorrido y Holanda quedó, desde allí, con la porción más chica de la isla.

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St Maarten (así se escribe y pronuncia en holandés, St Martin es su nombre en francés) tiene más de 35 playas, 300 restaurantes y mucha diversión. Phillisburg es la capital del lado holandés, Marigot, la del lado francés. Cada una con sus tipicidades, los dos pueblos son una entronización de Europa en América.

En Phillisburg recientemente han terminado un veredón peatonal que bordea la arena de la Great Bay, en el centro comercial de la ciudad. Sobre ese paseo descansan una interminable red de restaurantes, pubs, hoteles y lugares de diversión entre los que se puede elegir para pasar un rato agradable con la puesta de sol o los ruidos y sabores de la noche. Detrás, sobre Front Street, los turistas se encuentran con un emporio de compras de puerto libre, sin impuestos, que hacen del lugar el ideal para las compras de aparatos electrónicos, perfumes, alcohol y tabaco. Todos los días por la tarde, con el desembarco de los pasajeros de los cruceros, miles de personas deambulan entre los aromas de los puros en busca de la mejor oferta.

La ciudad es también el centro de la diversión, así como el lado francés lo es del buen gusto y de la buena mesa. Phillisburg es la sede de los 14 casinos de la isla y del lugar más frecuentado por los propios holandeses de la noche: Green House, con buena música hasta la madrugada.

Al salir de Phillisburg por la misma carretera que rodea toda la isla, se impone una parada en la Cole Bay, donde se encuentra uno de los sitios más peculiares. Se trata de un antiguo micro, convertido en cafetería, ambientado como en los años 50, que Harold Jack, propietario y músico, se encarga de animar personalmente.

Es sólo una parada para tomar algo y continuar con muy buenas vistas de Simpson Bay, que realmente valen la pena. Sobre esta última bahía se encuentra el Aeropuerto Princess Juliana, que está siendo objeto de una ampliación monumental y cuya apertura se prepara para fines de este año.

Cerca de allí se encuentra la única cancha de golf de la isla. Parte hasta hace unos años de uno de los hoteles más lujosos, quedó ahora con una operación independiente, desde que el condominio fue arrasado por un huracán en 1998. A unas cuadras, el Sonesta Maho es uno de los principales hoteles de la isla, con una playa propia y una impresionante área de piscina. A metros, Mullet Bay es, quizás, la belleza salvaje más notable del lado holandés.

Siguiendo el mismo camino y atravesando las llamadas Tierras Bajas, se ingresa en el lado francés y allí se observan las mansiones más espectaculares que puedan imaginarse. Muchas de ellas son casas de más de 20 dormitorios cuyos propietarios las usan una vez al año. El resto las alquilan por unos U$S 20.000 semanales.

La capital francesa se reduce a un puñado de manzanas. Pero de las realmente jugosas. Allí hay tiendas, restaurantes y mercados, todos caracterizados por una clase y un savoir-faire que inmediatamente traslada el imaginario a una lujosa villa del Mediterráneo. Sobre lo alto, aún se conserva el Ft St Louis, una fortificación defensiva que data de 1789 y desde donde se tiene una vista insuperable de la isla y del mar que la rodea. El centro comercial más moderno, inaugurado hace 4 años, fue diseñado por un arquitecto argentino residente de la isla y todo el mármol de sus paredes fue llevado desde aquí.

La mejor opción para conocer la isla es alquilar un auto. Una única ruta, Union Road, rodea la isla y es muy sencillo recorrerla ya que está bien señalizada. Por ella se llega a la intersección de un camino angosto y empinado que lleva a Pic Paradis (424 m), el punto más elevado del lugar y desde donde la vista, acompañada por el silencio, es espectacular. Siguiendo por Union Road se accede a la capital gastronómica del Caribe: Grand Case. Allí la oferta de platos es tan interminable como cara. Un poco más al norte, se halla el acceso a la que quizás es su playa más famosa, Baie Orientale, en donde el club del mismo nombre ofrece la opción “naturista” (nudismo) a sus huéspedes.

Desde Buenos Aires, la mejor opción es Delta Airlines (si es su Business Elite, mejor) vía Atlanta en conexión directa con el aeropuerto de Phillisburg. © www.economiaparatodos.com.ar

 
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