Una guerra «entre vecinos»
Los recientes ataques del kirchnerismo a Daniel Scioli, delatan un autoritarismo cuasi marxista del Frente para la Victoria.
Según el “coro” de Cristina, la uniformidad entre los miembros de un gobierno es el único vehículo que “mueve” realmente a las masas que lo siguen y debería ser entendido de esta manera por todos los funcionarios que forman parte del mismo. Scioli debería transitar por la calle entonces enarbolando una gigantografía de la primera mandataria con la banda presidencial y un rociador de incienso que la perfume mientras camina.
Las periódicas declaraciones de los distintos súbditos de la Presidente, que parecen estar embriagados de euforia por su condición de funcionarios “todo terreno y para todo servicio” –Capitanich, Uribarri, Randazzo, De Vido, Aníbal Fernández y compañía-, tienen un solo objetivo y lo han expresado claramente: denotar la existencia de un muro que debiera separar “a los de adentro con los de afuera” (sic), excluyendo casi automáticamente a todos aquellos que de vez en cuando pretendiesen dar una vuelta a la manzana para compartir brevísimos interludios con quienes se acerquen a saludarlos.
La búsqueda de ciertos aires de libertad dentro del esquema centralizado y asfixiante del kirchnerismo por parte del Gobernador, es para la troika presidencial parte de un “ideal negativo” (sic) y debe ser combatido duramente.
Usando los códigos de una verdadera mafia, dan a entender que el funcionario que actúa –aunque no lo advierta ni lo desee expresamente-, causando la impresión que está sacando los pies del plato de sopa kirchnerista (que debe ser siempre sopa), queda condenado de por vida a subsistir como pueda, lejos de los favores “imperiales”.
Si algo bastara para tener una idea más clara de lo aberrante que resultan los códigos de este grupo de minúsculos fanáticos irredentos, sus continuas menciones a las “diferencias de categoría” con las que se conciben a sí mismos como “militantes del relato”, los pintan de cuerpo entero.
El novelista y dramaturgo austríaco Peter Handke ha dicho recientemente que la violencia verbal crece día a día en las pequeñas comunidades y en el mundo entre quienes no aceptan la diversidad, lo que está creando la existencia de una nueva era: la “guerra entre vecinos”. Nos parece de una síntesis creativa fenomenal.
Son aquellos habitantes de un mismo “barrio” (interprétese color político), que deberían compartir -siguiendo con la metáfora-, los mismos servicios públicos de limpieza, las mismas conexiones de aguas corrientes y las mismas reglas de seguridad comunitaria, empeñados en establecer diferencias y “categorías”, pero pretenden ignorar que, como ocurre en el ajedrez y las damas, habrá siempre fichas negras y fichas blancas, necesarias para configurar un “todo” que le de sentido al juego.
El gobierno cree firmemente que la democracia verdaderamente “progresista” (en los hechos “K” un populismo anacrónico), funciona mejor si está manejada por políticos que tienden más y más a ser “semejantes” entre sí (¿).
Mirando el asunto con humor, creemos que cuando hablan Capitanich, Randazzo y otros chupamedias en contra de los encuentros callejeros de Scioli, deberían ponerse al menos unos ruleros en la cabeza para desempeñar mejor el papel de comadronas de barrio que inician en la puerta de su casa la guerra entre vecinos del kirchnerismo.
En el concepto del gobierno, toda moderación o inocente libertad de pensamiento debe ser destruida, y un buen funcionario debería temblar siempre ante su propia sombra.
Todo esto no tiene nada que ver con que consideremos que Scioli .por razones muy distintas a las que esgrimen los K-, sería un pésimo candidato a Presidente. Está a la vista que su labor solo consistió en haber “flotado” en la gobernación de Buenos Aires, repitiendo constantemente escuetos monosílabos mientras cumplía una gestión paupérrima. Muy a tono, por qué no decirlo, con los desatinos de su “jefa espiritual” Cristina Fernández.
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