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jueves 13 de diciembre de 2007

Una meditación sobre el cinismo

El doble discurso de los argentinos es una epidemia cada vez más extendida que atenta contra nuestras posibilidades de convertirnos en un país desarrollado.

Las patentes “G” se multiplican. Los modelos de automóviles también. Platales de cuatro ruedas cubren el espacio de la Argentina en un muestrario de los diseños internacionales.

Si bien algo apaciguado en los últimos meses, el ritmo de venta inmobiliaria se concentra en los superdesarrollos de las últimas modas del urbanismo.

Todos los destinos internacionales caídos después de la crisis han recuperado gran parte de sus visitantes argentinos. Los centros preferidos del fashionismo local están llenos de las mismas personas que compran autos, inmuebles y que viajan.

A este segmento de la sociedad le va bien, quizás mejor que nunca. Pero este mismo segmento no soporta a Kirchner. En privado, cuando la confianza de los que los rodean les permite presumir que no serán desenmascarados, hablan pestes de él y de su mujer. Fue el segmento social que votó contra Cristina el 28 de octubre. Aprovechan la volada de uno de los sistemas más regresivos que el país haya conocido y disfrutan el mientras tanto, pero la mismísimas personas del matrimonio presidencial les causa escozor. Otros llevan el cinismo a un estadio superior e incluso votan por Kirchner después de haberlo defenestrado en la mesa de café.

En el otro extremo, millones de pobres empiezan a ver como papelitos de colores cada vez más volátiles pasan rápidamente por sus bolsillos. Tal vez sean más que antes, pero duran menos y se pueden hacer menos cosas con ellos. Sin embargo, como encandilados por la cantidad, aman a Kirchner y creen ver en él –y seguramente también en Cristina- a un restaurador de la justicia social. No advierten el espiral que gira alrededor de ellos hacia la repetición de los traumas del pasado. Han hecho un pacto silencioso: mientras puedan tirar está todo bien.

La relación de la sociedad argentina con el bienestar material es paradójica por donde se la mire. El país se cuenta a sí mismo un cuento de hadas que lo ubica entre los defensores del romanticismo; entre los que creen que la sociedad debe ser un conjunto humano cálido y solidario que resigna el consumo de materialidades a cambio del humanismo y la “cultura”. Pero en realidad esa sociedad está dispuesta a pactar con cualquiera que le ponga un billete en el bolsillo.

Como busca el billete por el billete mismo, -sin creer en ningún sistema racional que lo produzca en abundancia y genuinamente-, por lo general termina envuelta en tremendas convulsiones que le hacen retroceder todos los casilleros que cínicamente había creído ganar.

Este podría ser un balance de lo que la Argentina vive desde que Néstor Kirchner asumió el poder, hace cuatro años y medio.

El deterioro institucional, la vida agresiva, el aislacionismo, la falta de proyección, parecen haberse jugado a un disfrute espontáneo y actual. Nadie conoce la fecha del final de la historia, pero como todos la presumen por la experiencia del país, todo el mundo parecería estar lanzado a un goce instantáneo.

El gobierno también ha vendido su alma a la fugacidad. Sabe que hecha diatribas de cartón hacia los sectores a los que está beneficiando a carradas. Estos, a su vez, aceptan los insultos a cambio de que en la siguiente hora sigan lloviendo los billetes como en la anterior. No les interesa tener una riqueza perdurable. Solo aspiran a gastar lo que el viento de cola les trae.

Por el lado de los pobres, el gobierno los adula y dice que trabaja para ellos. Pero los engaña envileciendo la moneda, hundiendo la educación, hacinándolos en villas, usándolos como carne de cañón electoral. Estos, a su vez, prefieren eso a que el país adopte – ¡Dios no lo permita!- un sistema por el cual haya que trabajar seriamente y en donde la fuerza del número no sea una opción a la razón.

Toda la sociedad sabe que vive inmersa en un monumental cinismo, insustentable por definición. La mentira que desafía la realidad no perdura eternamente. Y todos lo sabemos.

Por ello el país parece correr como si el tiempo se comiera a 120 segundos por minuto. Es difícil encontrar a alguien que no reúna las condiciones del hombre apurado. Uno no podría sacarle una explicación convincente a los motivos de su urgencia, pero ella está allí, delante de todo el que quiera notarla. Es que la idea de no perder tiempo “improductivo” en el aprovechamiento de lo que cada uno sabe que se acaba, no deja de sonar por detrás de cada uno de nuestros cerebros. “Rápido, rápido, que mañana esto puede terminar”, parece ser el lema de cada mañana.

¿Por qué no organizar, entonces, usando la misma energía que dilapidamos en la urgencia del instante, un sistema social que le permita a cada uno organizar su vida sobre bases perdurables? Seguramente presumiremos que esa tarea nos distraería del aprovechamiento del hoy. También debemos tener la sospecha de que muchos privilegios con los que vivimos hoy no serían posibles bajo el nuevo esquema. Quizás con la vigencia de esos parámetros nunca se hubiera inventado la expresión ¡¡qué país generoso!!

La Argentina ha elegido vivir bajo el cinismo. Echemos un vistazo a los sinónimos de “cínico”. Un simple diccionario nos entrega: “descarado, insolente, desvergonzado, procaz, atrevido, satírico”. ¿Sería alocado trazar un perfil del argentino que salpicara la descripción con esas palabras? © www.economiaparatodos.com.ar

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