La reciente IV Cumbre de las Américas, realizada en Mar del Plata, supuso más de un duro revés para el presidente Kirchner.
El más visible fue, ciertamente, el que -a costa de enemistarse con los Estados Unidos, a cuyo presidente se agravió en público- no logró evitar el “entierro del ALCA” que habían proclamado en disonante dúo Hugo Chávez y Diego Maradona (en nombre y representación de lo que presumiblemente quería Kirchner, cual “mandantes ocultos”). Kirchner, que tenía la responsabilidad propia del anfitrión, había estimulado el rechazo del ALCA a través del acto organizado por el diputado Bonasso, uno de los hombres de mayor confianza de nuestro presidente, a quien le debe su banca en la Cámara Baja que lo inmuniza -por ahora- de las acciones judiciales que alguna vez puede llegar a enfrentar con relación a sus vinculaciones violentas, de la década del 70.
Pero hubo -para Kirchner- otros fracasos. Algo menos visibles, quizás. Pero igual de duros. Como el que debió soportar en silencio al ver como Uruguay -pese a las presiones de todo tipo que hicieron Kirchner y “Lula”- terminó suscribiendo el “Tratado de Protección de Inversiones” con los Estados Unidos, por decisión del propio Tabaré Vázquez, pese al evidente disgusto de su propio canciller, el mediocre Reinaldo Gargano.
Este crucial tratado fue negociado en su momento por el ex presidente Jorge Batlle, a fines de su mandato, pero no fue entonces ratificado por el Parlamento oriental.
En septiembre pasado, en su visita a Washington, Tabaré Vázquez solicitó -educadamente y sin altisonancias, y naturalmente obtuvo- algunas modificaciones al texto anterior del acuerdo.
La principal discrepancia consistió en que el viejo texto del artículo 17 del tratado confería a los Estados Unidos la posibilidad de impedir que la protección de las inversiones alcanzara a países con los que Estados Unidos no tiene relaciones diplomáticas. Esto se resolvió confiriendo a Uruguay el mismo derecho, en espejo.
Otra de las diferencias fue respecto de la cláusula arbitral, que permaneció tal cual estaba, en el mecanismo de solución de controversias del Banco Mundial (el tan odiado por nuestro actual gobierno: CIADI). Solamente se precisó que, en caso de no haber acuerdo respecto de la designación del árbitro tercero en algún caso puntual, el mismo será designado por el presidente de ese organismo y no por su secretario general. En momentos en los que, en nuestro medio, algunos (como el jurista Héctor Masnatta) están empeñados en hacer resucitar a Carlos Calvo, lo de Uruguay es para aplaudir.
La última modificación convenida tuvo que ver con poner en claro que el tratado no afecta los convenios que Uruguay tiene con el MERCOSUR, lo que se hizo. Esto para evitar que Estados Unidos se “beneficiara” con el trato fiscal o arancelario convenido por Uruguay con sus socios del MERCOSUR.
Así las cosas, Uruguay suscribió el acuerdo.
Tabaré Vázquez calificó al hecho, con razón, como “histórico”. Porque para hacerlo debió dejar de lado las “presiones” indebidas que le hicieron Argentina y Brasil, por igual. Las de los “grandes” vecinos.
Al suscribir el tratado, en uno de los salones del bien remozado Hotel Hermitage, la concurrencia estalló en un aplauso liderado por el propio Francisco Bustillo, el embajador de Uruguay en la Argentina, a quien tanto se ha agredido por el tema de las tres enormes papeleras que, con inversores de primera línea provenientes de tres países europeos -España, Finlandia y Suecia-, se construyen en la margen oriental del río Uruguay. La Argentina -apuntamos- no consiguió atraer a ninguna de ellas. Las “miró al pasar”.
Las intimidaciones, uso político, amenazas e intromisiones de todo color del desairado gobernador Busti, de Entre Ríos (recientemente receptor del rechazo de un joven que protestó -con un lamentable escupitajo- por la “compra” de votos del “justicialismo”), en la conducción de la política exterior argentina (en manifiesta violación de la distribución de competencias que hace la Constitución Nacional) seguramente han tenido que ver con las “preferencias” de los inversores extranjeros. El clima de inseguridad personal y jurídica que prevalece en la Argentina, también. De allí los consejos de un fastidiado Bush a un resentido Kirchner de volver al extraviado “imperio de la ley”, lo antes posible. Antes de que sea tarde.
La decisión de Tabaré Vázquez parece la correcta para su país. La izquierda “dura” oriental, la que está siempre sumergida en el odio, condenó ruidosamente esa decisión. Como suele suceder. © www.economiaparatodos.com.ar |