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lunes 1 de marzo de 2010

Viva la mediocridad

La Argentina se ha convertido en un país condenado a una miseria igualitaria, que no aspira al progresos infinito de cada individuo sino a la pobreza controlada de todos.

“El socialismo es la filosofía del fracaso, el credo de la ignorancia y el evangelio de la envidia; su intrínseca virtud consiste en la equitativa distribución de la miseria.” Winston Churchill

“Pero si uno se acuerda –y discúlpenme, voy a tomar un ejemplo que a muchos no les va a gustar– pero por ejemplo vi crecer la Villa 31 desde 1995 porque fue la fecha en la que comencé a ser Legisladora Nacional. Entonces, todas las semanas, desde 1995 al año 2003, pasaba semanalmente desde Aeroparque para ir a mi casa y luego a la Legislatura Nacional por la Villa 31. Yo me acuerdo que era en su origen chaperío y cartón, prácticamente, y hoy, lo que es eso que a muchos tampoco les gusta, revela también como ha crecido la República Argentina.”

Este es un párrafo textual de parte de lo que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner dijo hace unos días en el acto por la apertura de sobres para la obra hidroeléctrica en Santa Cruz.

De los muchos monumentos discursivos a la mediocridad que hemos tenido en los últimos tiempos, éste debe ocupar uno de los lugares preponderantes entre las estelares palabras que alaban el conformismo y la miseria, en la medida en que sean generalizados.

Considerar un “avance” que el caserío conocido como Villa 31 ahora sea una construcción amorfa y cientos de veces más peligrosa que antes, toda vez que ha ganado en altura, sin ninguna norma de seguridad ni de urbanización que la rija, es tener en mente un perfil de país gris, condenado a una miseria igualitaria, que no aspire al progreso sino infinito de cada individuo sino a la pobreza controlada de todos.

“Tu casa ya no será de chapa, pero seguirás en la Villa”, ese es el mensaje oculta detrás de las palabras de la presidente. “Para que te asegure que el cartón mojado por la lluvia no se desplome en la cabeza a tus hijos, vas a tener que entregarme tu futuro, tus sueños y tu posibilidad de llegar adonde tu esfuerzo te lleve” Esa transacción vil, esa compra prostituta de la ilusión es el verdadero germen del socialismo. El erradicar de la mente de las personas -de las más humildes antes que ninguna otra- la creencia de que apoyados en su estima personal y en el manejo de las libertades civiles que asegura la Constitución, pueden llegar tan lejos como las lleven sus sueños, es el pecado más cruel del reglamentarismo estatista.

A la presidente le convendría ver la película “En busca de la felicidad”, protagonizada por Will Smith, que relata los hechos de la vida real de un joven negro norteamericano sin un céntimo en el bolsillo y que alcanza a ser uno de los personajes “Fortune 500”. Y que no se diga que ésa es una historia aislada de la que se dan una en un millón. Se da una en un millón en un país con las restricciones a la libertad que tiene la Argentina. Pero en un país como los Estados Unidos, en donde el “derecho a buscar la felicidad propia” fue uno de los tres (los otros dos son la libertad y la vida) cuyo atropello originó el episodio de la independencia, esos ejemplos se multiplican por millones. Sí, sí: por millones… Es más, la multiplicación de esas historias podría tomarse como relato de la historia del país. Allí el 85% de los millonarios y casi el 70% de los billonarios son casos de “self-made man”.

Pero hay que tener mucha fe en las capacidades del ser humano individual y, al contrario, hay que tener mucha humildad respecto de lo que puede hacerse desde la burocracia estatal para hacer eso. Aquellos engreídos que asumiéndose como semidioses venden el discurso de llegar a los sillones públicos para darle de comer en la boca a la gente producen una atrofia irremediable en la capacidad humana de soñar. De repente todo el mundo cree que el Sr o la Sra. le solucionaran su vida. Primero lo creen y luego lo exigen.

Por supuesto que la realidad es muy distinta. En ella, todo el mundo, (salvo el círculo de privilegiados del poder y sus amigos) cae en una pobreza gris, con la pretensión de que dicha escasez sea cada vez más igualitaria. Mientras, los que llegan al poder, con el verso de cobijar a todo el mundo bajo las bellezas del socialismo, son los que se llenan de oro manipulando los recursos públicos como si fueran propios y encima con la pretensión de que se los aplauda porque todo lo hacen en nombre de la “igualdad social”.

Tenemos a la vista adónde nos ha llevado esta mentalidad, estos discursos y estos métodos: el país del futuro en el año del Centenario, es el país de la Villa 31 en el año del Bicentenario. Uno está tentado de creer que adelantaríamos 200 años si atrasáramos 100.

Hasta que la sociedad no se convenza de que son las fuerzas individuales, en un contexto de civilización jurídica, las que producen progreso, las que hacen a los países multicolores y diferentes, la Argentina seguirá transitando este camino de medianía que ya no es de chapa ni de cartón, sino de ladrillos y cemento, materiales aun más fuertes para resistir la tentación de cambiar.

Y si nos hiciera falta un ejemplo veamos el reflejo que nos entrega quizás el costado más triste de la sociedad, el de los jubilados. Hoy más del 73% de los jubilados argentinos cobra “la mínima” que con el aumento recientemente otorgado pasará a ser de $ 893. Se trata de casi 4 millones de personas. Al finalizar 2002 quienes estaban en ese escalón más bajo eran aproximadamente un tercio del total. En diciembre de 2003, cuatro de cada diez cobraban la mínima y, a partir de allí -cuando Kirchner llegó al poder-, la proporción se fue elevando.

Se trata de otro de los notables logros del socialismo al que adhirió la Argentina. El socialismo ha inyectado en la sangre argentina la droga de la subestimación individual, del rechazo a la autoestima y de la desconsideración por la dignidad humana. También nos ha hecho creer que haciéndonos caer a todos en una miseria igualitaria es posible reducir las quejas y los dolores de la miseria. El socialismo se nutre en el refrán “mal de muchos, consuelo de tontos”. Y quizás sea, lo que ha ocurrido con las jubilaciones, el ejemplo más sintomático de lo que este despropósito le propone a la sociedad a la que toma como víctima. Allí puede verse con claridad cuál es el perfil que nos espera a todos si no dejamos de consumir esta droga.

El achatamiento fenomenal de los ingresos jubilatorios es otra prueba de esta filosofía del fracaso. Ha condenado a millones de personas a una igualdad ofensiva que no solo significa un divorcio de la diversidad de ocupaciones que esas personas tenían en su vida activa, sino que ha consagrado el principio de que vale lo mismo el que ha trabajado y aportado mucho, que el que no ha trabajado ni aportado nada.

La admisión en el sistema de personas que tenían muy pocos aportes o, incluso, absolutamente, ninguno, es la prueba más evidente del convencimiento filosófico del socialismo, que prefiere desmoronar el mérito y destruir el esfuerzo con tal de hacer demagogia con los que no hicieron nada para merecer un presente mejor.

¿Qué nivel de “desigualdades” se podían anotar en el paupérrimo y estafador sistema jubilatorio argentino, de todos modos? Aun los que cobraban jubilaciones más altas, también habían sufrido el robo de sus aportes y la absoluta degradación de su nivel de vida. Pero el socialismo no ha querido dejar ni eso en pie. Ahora son todos paupérrimos de $ 893.

Todos sabíamos –y sabemos- dónde estaban las desigualdades jubilatorias verdaderas. Estaban en manos de los que usufructúan este sistema de demagogia que además de robar los recursos públicos de nuestros bolsillos pretenden que los aplaudamos por ayudarnos a ser “iguales”. Ellos sí tienen jubilaciones de privilegio por sus insondables “servicios a la Patria”. Ahora, nosotros, que pagamos el puchero con el trabajo verdadero, estamos condenados a “la mínima”. ¡Lindo sistema el socialismo! Resulta francamente insultante que un país con las posibilidades de la Argentina haya adherido a esta filosofía del atraso y de la envidia.

No hay peor injusticia que tratar como iguales a los que no los son. Y tampoco camino más corto para que los que no son iguales a los demás pierdan sus pocas expectativas de imitarlos.

Con este tipo de mensajes, las mejores mentes y los mejores brazos se cansaran de ser utilizados como mano de obra esclava para beneficiar a quienes no transpiran su sudor y quienes no soportan sus presiones.

Esos costos son demasiado altos como para que, luego, las retribuciones de la vida sean iguales para todos por el imperio de la envidia socialista.

Y sin esos brazos y mentes brillantes no solo ellos sino todos estaremos condenados al fracaso de las villas de ladrillo y a los ingresos de 800 pesos. ¡Gracias socialismo por tu inconmensurable aporte a la miseria gris que todos (excepto tus privilegiados de siempre) compartimos por igual! © www.economiaparatodos.com.ar

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