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jueves 10 de diciembre de 2009

Volver a usar zapatos

Los argentinos perdimos la costumbre de ajustar nuestro pie a una horma: un país que no respeta las leyes es una nación que anda descalza.

El pie se explaya cuando anda descalzo. Liberado de las incomodidades del calzado, cree que esa guasada sin límites lo beneficia. Ignora que ha comenzado un lento proceso de deformación, de agrandamiento anormal y de aplanamiento. Todas esas consecuencias repercutirán luego en el organismo. La columna sentirá los efectos de la falta de amortiguación en el caminar y eso seguramente traerá efectos en las vértebras y en el haz de nervios que la entrelazan. Ante la consulta a un especialista, llegará la pregunta insospechada “¿cuánto hace que anda descalzo?”.

El volver a usar zapatos será incómodo. Creeremos que ya no podremos volver a hacerlo. Nos sentiremos prisioneros de una horma, apretados entre límites precisos. Pero al lado de esa incomodidad comenzará un proceso de mejora postural. La nueva amortiguación de nuestras plantas llevará alivio a la columna y ésta (si aun está a tiempo) lo trasmitirá a las vértebras que, probablemente, dejen de interesar los nervios que nos hacían ver las estrellas.

Algo parecido les ocurre a los países con la ley. La ley es incómoda. Pone límites, establece reglas, permite y prohíbe; entrega un orden. Cuando las sociedades se alejan de la ley y entran en el reinado de la acción directa y del “vale todo” -siempre que la fuerza con la que contamos sea suficiente para imponernos al que nos ofrece una fuerza opuesta- pareciera que las incomodidades de la ley se hacen a un lado: si logro hacerme lo suficientemente fuerte me llevaré todo por delante. Pero al lado de esta “liberación” habrá comenzado un proceso de degeneración social que pronto tornará insostenible la convivencia. El permanente choque de fuertes contra débiles o de más fuertes contra menos fuertes producirá un desquicio social solo arreglable con violencia. En ese clima, aun los pacíficos y los honrados deberán admitir cierto grado de prostitución de sus personas para poder sobrevivir al clima de pelea constante. Apartarse de ley será poco menos que obligatorio para perdurar, incluso en los negocios y en el trabajo.

Pronto las “alegrías” que parecía tener un país sin reglas se derrumban en medio del desasosiego, de la falta de futuro, de la ausencia de seguridad, del imperio del atropello y de la vigencia de las reglas del más fuerte.

A ese país nos acostumbraron los Kirchner en los últimos (casi) siete años. El predominio de un matonismo prepotente apoyado en una tiranía de los números les permitió evadirse de la ley y gobernar por la fuerza. Ese ejemplo bajo sin esfuerzo a la sociedad, que copió sus maneras crispadas, sus métodos violentos y sus formas mal educadas. Todo daba lo mismo si tenía la fuerza para imponerlo.

Pero ese alejamiento de la ley nos produjo un enorme daño a la salud. Un especialista nos preguntaría “¿cuánto hace que andan descalzos?”. Hace mucho. Mucho más tiempo del recomendable.

Algunos, lejos de elogiar la Convertibilidad como método efectivo para terminar con la inflación, llegaron a decir que más que una pauta económica, aquella ley fue una pauta social, una columna inconmovible que nos servía de guía. Como es lógico esas pautas no sirven si están solas y no se hacen otras cosas para acompañarlas. Sería lo mismo que andar calzado pero desnudo: tendríamos buenas posturas, pero en invierno moriríamos de pulmonía.

Pero, no caben dudas de que la Convertibilidad trazó una base que, aun haciendo los desaguisados que hicimos, nos dio 10 años de estabilidad. Por no hacer las cosas que su rígida “incomodidad” nos imponía preferimos hacerla estallar. Fue el momento en que nos sacamos los zapatos y sentimos un gran alivio al ver nuestros pies libres de semejante brete.

Pero hoy, otros 10 años después, todo es un desquicio. A la Argentina le va a costar volver a usar zapatos; volver a la ley. No me refiero ya a la de Convertibilidad. Me refiero a la ley, lisa y llana. Volver a acostumbrar a los dioses de la acción directa y del “vale todo” a sujetarse a un conjunto mínimo de normas que tornen respirable este país será una tarea ardua. El cambio del Congreso puede ser el comienzo de este regreso a la vigencia del Derecho; a volver a usar zapatos. Dios quiera que así sea porque además de asegurarnos la salud, seremos más elegantes. Y la elegancia es algo que la Argentina también olvidó durante la vulgaridad de la era K. © www.economiaparatodos.com.ar

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