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jueves 8 de septiembre de 2005

Y los demás, ¿qué hacen?

Mientras el peronismo se ocupó de entablar una relación utilitaria y demagógica con la sociedad argentina, la oposición ha brillado y brilla por su ausencia: en lugar de ofrecer una alternativa válida y proponer un esquema de valores diferente que nos ayudara a cambiar nuestro destino como país, en muchos casos se han convertido en una copia burda de las peores prácticas y costumbres políticas de aquellos a quienes dicen oponerse.

Las críticas merecidas al peronismo y a su poder disimulador de las diferencias ideológicas –que ha hecho confundir lo que en otras latitudes aparece como más claro- no deben hacer olvidar las responsabilidades de lo que aún puede llamarse oposición.

El peronismo le ha propuesto históricamente a la sociedad una relación utilitaria: “nosotros les decimos lo que ustedes quieren oír, les decimos que son maravillosos y que la culpa de sus males la tienen otros –nacionales o extranjeros, según las circunstancias- y ustedes nos dan el poder”. El peronismo nunca ha tenido una vocación docente. Jamás se vio seducido por el deber ser. Radiografió a la sociedad, la retrató hasta en sus más íntimos pliegues y se propuso profundizar esos perfiles. Nunca se propuso una cruzada superadora de los aspectos más negativos de nuestra cultura. Al contrario. Llevó adelante una tarea persistente de ahondamiento de todas aquellas características que no sólo deberían haberse mejorado, sino que se deberían haberse extirpado de las costumbres nacionales.

Pero el peronismo perseguía un objetivo utilitario: endulzar los oídos de la fuente del poder, sacralizar las costumbres de los que podían entregar las llaves de la riqueza permanente para muchos de sus dirigentes.

El peronismo, por su propia conveniencia, fue el defensor del “ser” argentino y, en especial, de esos costados descartables de nuestro espíritu.

¿Y la oposición qué? ¿Qué hicieron aquellos que sabían que ciertos hábitos argentinos eran resistentes al desarrollo y al bien de todos? ¿Qué tarea docente realizaron para hacernos dar cuenta de las cosas que debíamos cambiar para pasar a ser mejores? Nada. Sólo unas pocas excepciones pueden anotarse en un mar de ausencias.

Viendo el éxito notorio del peronismo en su demagógica tarea, no acertaron a enhebrar un discurso al mismo tiempo útil electoralmente y conveniente para los intereses superiores del país.

En lugar de ocupar el lugar del “deber ser” y de encarnar con el ejemplo los cambios consuetudinarios que la sociedad necesitaba, se transformaron en un “peronismo bis”, con todos los defectos del original pero sin fuerza del que hace las cosas sin escrúpulos.

Nadie se animó a enarbolar las banderas originales de los valores de la Constitución de 1853 y hacer de ellos, precisamente, las herramientas predilectas de los más pobres.

Cayeron en la trampa inteligentemente tendida por el peronismo de aparecer como los defensores de elites privilegiadas que defendían intereses propios. Ninguno supo explicar que aquellas ideas simples de Echeverría, Alberdi, Sarmiento y Gutiérrez eran los caminos adecuados para que los pobres salieran de la miseria, y que el escuchar la demagogia peronista sólo los hundiría más en la dependencia y la limosna.

Hoy, frente a las nuevas elecciones, el panorama miedoso y poco edificante de una oposición desmembrada y acéfala le entrega al peronismo una nueva oportunidad de adular, cosechar y reinar. No importa que alguien pregunte qué peronismo –pregunta adecuada dada la también inteligente táctica de convertir en “peronista” toda idea que ande suelta en la República-. Y no importa porque la ameba creada por Perón se encargará de repartir el queso entre ellos civilizada o incivilizadamente una vez que los votos hayan sido contados. Lo importante, en ese momento, será que una vez más la sociedad les habrá entregado las llaves del Estado a quienes lo utilizan para su provecho personal y no para mejorar al pueblo.

El país necesita con urgencia que alguien se ocupe de cambiarnos. Los males por los que la República no ha dejado de caer en los últimos 80 años se encuentran en nosotros mismos, en nuestros hábitos y costumbres. Alguien tendrá que encarnar la tarea de mejorarnos. Alguien deberá ocuparse del “deber ser”, aunque no sea inmediatamente redituable. Alguien deberá dejar de imitar al peronismo. Ya están ellos para adular los peores instintos nacionales. Los otros deben señalarlos con valentía e indicar un camino para modificarlos. De lo contrario su existencia carece de sentido. Es mejor cumplir un papel digno defendiendo una causa justa –que no es otra que volver a las ideas que fundaron este país- que intentar cumplir un papel electoral imitando al movimiento político que, si bien no inventó los males argentinos, no ha hecho otra cosa que profundizarlos. © www.economiaparatodos.com.ar




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