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lunes 12 de mayo de 2008

Y los padres, ¿qué posteamos?

Frente a la violencia adolescente y la diversión descontrolada, es necesario repensar nuestro rol como adultos, qué les ofrecemos y qué les mostramos.

La adolescencia como momento evolutivo ha sido siempre motivo de fuertes interrogantes de los padres y docentes, como así también fuente de cierto nivel de conmoción afectiva en todos los que han convivido de alguna manera con ella.

Uno puede teorizar acerca de las características que presenta esta etapa: la búsqueda de la identidad y, en ese camino, la necesaria oposición a las figuras de los padres; el despertar sexual, que se tramita no sólo a través de las nuevas sensaciones físicas, sino en todo lo que implica el vínculo afectivo; y una tendencia, por momentos indomable, de desplazar los límites, cuestionar al adulto y dar vía libre a lo que se impone desde el sentir y desear.

En realidad, en mayor o menor medida, estos son los rasgos más sobresalientes de lo que uno puede denominar adolescencia. Y que, en el mejor de los casos, se instaura acompañada de figuras parentales que se implican en un fuerte vínculo de ambivalencia e inseguridad debido a los cuestionamientos de los hijos, propios de este período, y la férrea esperanza de los padres, que suelen consolarse con un “ya va a pasar”.

Hoy en día, en cambio, pareciera que asistimos a una coyuntura muy diferente. Como padres y como docentes nos encontramos frente a una adolescencia que trae en su estilo, en sus códigos y en su manera de expresión diferencias abismales respecto de lo que habitualmente creíamos que deberíamos encontrar en nuestros hijos y alumnos.

La diversión asociada al alcohol, al descontrol, a la violencia. Las cargadas sin límite, el maltrato público y el anónimo a través de la red. La sexualidad en acción, en algunos precipitada, en oportunidades sin la posibilidad de anticipar consecuencias y, muchas veces, muy lejos de un vínculo afectivo. Todas prácticas habituales en los chicos que nos ponen en un estado de alerta y que, a veces, nos hacen sentir que estamos decodificando un mensaje de peligro inminente.

Si bien por momentos solemos sorprendernos hasta el horror cuando nos enteramos de las terribles noticias acerca de cómo se divierten nuestros adolescentes, es bueno que dejemos de ser ingenuos frente a las variables que se presentan en estos tiempos que vivimos y de las cuales, quizás sin darnos cuenta, también hemos sido hacedores.

Sin tener el ánimo de buscar culpas o responsabilidades, creo que se vuelve imprescindible achicar la distancia con nuestros hijos con el objetivo de reencontrarnos a partir de las diferencias y de las asimetrías naturales y necesarias que da la experiencia.

Como padres, estamos preocupados ya que sabemos que esa diversión está muy cerca de ellos y se les ofrece de manera cotidiana porque es un gran negocio para algunos. Además, lamentablemente se ha impuesto de tal manera que para ellos “está bueno emborracharse” y “fumar un porro es sólo para joder”, actividades todas que realizan sin apreciar lo que tienen de riesgoso y que nosotros, los adultos, podemos inferir.

Es que la moda que se ha instalado los seduce, les ofrece la posibilidad de desinhibirse y se les impone como una marca de identidad que les da “carta de ciudadanía” para pertenecer a un grupo. Así, los adolescentes terminan sintiendo este invite como obligatorio, porque es así y no puede ser de otra manera, porque ésa y no otra es la forma de divertirse.

Es muy difícil para nuestros hijos estar a salvo de una propuesta tan bien vendida, globalizada y con tan buen marketing. Es tan fuerte que produce identidad y los engloba en un circuito de pertenencia. Los chicos se definen a través de estas acciones, son ellos.

Se podría pensar que esta manera tan extrema que tienen los adolescentes de mostrarse, tan al borde a veces de la vida y de la muerte, es un llamado extremo. Es decir, si para definirse en la identidad un adolescente tiene que confrontar con los valores y la propuesta paterna, ¿será que nuestros adolescentes hoy deben realizar actos cada vez más serios y llamativos para diferenciarse de adultos desdibujados e, incluso, hasta adolescentizados?

Por otro lado, ¿no son ellos mismos a través de sus actos la denuncia de un estado mundial que sufre de violencia, de irritabilidad y de obstáculos para pensar y vincularse con el otro desde las diferencias que cada ser humano como único posee, sin la barrera del prejuicio?

¿Su comportamiento tendrá por objetivo que los adultos veamos claramente lo que están sufriendo? Me pregunto, nosotros como adultos: ¿qué les mostramos? O, en términos cibernéticos: ¿qué les posteamos?

Entonces, frente a estas nuevas prácticas que responden a la época en la que vivimos, pero que acordamos no están del lado de la vida y de la salud, ¿qué podemos hacer los padres? Ésa es la pregunta: ¿qué estamos posteando como adultos?

¿Qué posibilidades tenemos hoy los padres de ofrecerles otra opción? Una opción que no vaya en contra de la autoconservación y que, además, pondere las necesidades y gustos de los adolescentes, el deseo de divertirse y de buscar su identidad.

La violencia implica dificultad en el proceso de pensamiento y la ausencia de la palabra. Nuestro rol implica establecer la posibilidad de poner palabras, de animarse a confrontar con un adolescente que desea imponerse desde su más vehemente naturaleza y afectividad.

A veces se observan padres que ya no saben qué hacer, que se conforman con la respuesta inmediata de los hijos, que no se animan a confrontar ni a mirar qué está pasando. Sin embargo, creo que, hoy en día, la posibilidad pasa por apostar a lo que les damos, a los recursos afectivos que podemos brindarles, a ayudarlos a establecer la diferencia desde la mirada diferencial para que ellos mismas aprendan a diferenciarse de la moda o de lo que se les vende.

La maternidad y la paternidad son experiencias únicas. Como dicen las abuelas, nadie enseña a ser mamá o papá. Aunque valen los consejos. Por eso, hay que tener en cuenta que una comunicación cercana con nuestros hijos, el respeto por las diferencias generacionales, las reglas de convivencia claras y una mirada afectiva –no ingenua– sobre los tiempos que les tocan vivir a nuestros hijos pueden ser herramientas para favorecer el desarrollo sano de un hijo adolescente. © www.economiaparatodos.com.ar

Aclaración: La palabra “postear” es una españolización del verbo “to post”, que en inglés quiere decir enviar, publicar, mandar. Hoy en día, “postear” se refiera a la acción de enviar un mensaje a un grupo de noticias o newsgroup. Los mensajes incluidos en el servidor son llamados “post” (mensaje, artículo).

La licenciada María Elena Prenafeta es miembro del equipo de profesionales de la Fundación Proyecto Padres.

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