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jueves 1 de junio de 2006

Yo, primera persona del plural

El hecho mismo de convocar al pluralismo implica, por definición, conversar con quienes tienen una visión diferente de la propia. Sin embargo, el presidente Kirchner y su equipo de gobierno han encontrado una nueva forma de definir el concepto.

El presidente Kirchner en el acto del 25 de mayo dijo que quería un país cada vez más plural. La expresión extrañó de inmediato viniendo de quien venía, un político entrenado en cercenar voces que no le agradan. Pero pronto todo volvió a la lógica normalidad.

El inefable ministro aclarador Aníbal Fernández dijo que el diálogo no incluía a López Murphy, Macri, Carrió y Sobisch. Podría haber dejado el exabrupto allí. Pero no pudo evitar profundizarlo. Continuó: “Con estos personajes no habrá posibilidad de concertar porque ellos tienen una vocación distinta de la mía”. ¡Gracias, Fernández, no sabía que el Universo había iluminado con la Luz de la Verdad exclusivamente su “vocación”, dejando a las demás en la oscuridad!

Salvo que el ministro haya encontrado una nueva manera de concertar entre quienes ya están de acuerdo, el hecho mismo de convocar al pluralismo implica, por definición, conversar con quienes tienen una visión diferente de la propia.

Pero el gobierno parece encaminado a constituir una especie de Comité de Salud Política de la República –a la manera del que encabezaba Robespierre en el desbarranque totalitario de la Revolución Francesa– para seleccionar a los que reúnan, según su solo arbitrio, las condiciones para conversar con ellos.

¿Y qué Luz Celestial ha iluminado a estos señores para decir que sus ideas son mejores que las de otros para resolver los problemas del país? Sería bueno que recuerden que manifestaciones igual de populosas a las del 25 de mayo recibió Carlos Menem para respaldar –supuestamente- metodologías opuestas a las actuales. También les sería conveniente recordar que, aún hoy, sus posturas no han recibido un respaldo en votos como el que obtuvo Menem en 1995, después de que todo el mundo ya sabía qué rumbo quería darle a su gobierno.

La aritmética más simple –porque no somos, después de todo, un país tan populoso- demuestra que los mismos que se desgañitaban por el riojano y su país de relaciones carnales en los 90, son los mismos que el 25 de mayo pasado decían dar la vida por el proyecto socialistoide de Kirchner.

Vale recordar que Menem, más allá de las barrabasadas de su segunda presidencia (propias de un enceguecido caudillo que ambicionaba alimentar su borrachera de poder) no cayó en tachaduras ideológicas. De hecho, Kirchner, siendo gobernador de Santa Cruz, jamás recibió una capitis diminutio de parte del poder central por tener ideas diferentes. (Aunque no sé sabe muy bien qué alcance tenían esas diferencias en ese momento. Baste recordar que Kirchner llamó a Menem “la personalidad más importante en pisar la Patagonia después de Sebastián Caboto”.)

Si uno tuviera que hacer un esfuerzo por encontrarle lógica a este mamarracho que, en su intento por aclarar, Aníbal Fernández no hizo otra cosa que oscurecer, debería analizar el posible trazo común que une a los ideológicamente deportados del diálogo por un lado y, por el otro, ver qué ideas tienen en común el gobierno con aquellos que serán bendecidos por el Comité de Salud Política.

Aclaramos que vamos a hacer esto con la convicción de que es una elaboración teórica que seguramente habrá estado muy lejos de las argumentaciones del gobierno, más cercanas al lenguaje de los carreros que a los finos análisis de las ideas.

La lucha ideológica global después de la Segunda Guerra Mundial puede reducirse a contestar la siguiente pregunta: ¿qué papel le asigna usted al individuo y a la autonomía de la voluntad en una sociedad determinada? A trazo grueso, el liberalismo reivindica la supremacía individual para decidir el propio plan de vida. El socialismo relega a las personas a un segundo lugar y hace ascender al primer plano a estructuras burocráticas que se arrogan el derecho de decidir el plan de vida ajeno.

Evidentemente, entre López Murphy, Macri y Sobisch pueden trazarse algunas líneas comunes que, a partir de ciertas posturas económicas, permiten inferir alguna posición respecto del papel del individuo en la sociedad. Con Carrió sucede algo distinto, pero, seguramente, su caso habrá merecido la tachadura del Comité de Salud Política porque la líder del ARI disputa con el gobierno el mismo arco electoral.

Lo cierto es que, de modo muy general, se puede decir que las posturas de López Murphy, Macri y Sobisch estimulan el radio de acción del individuo y de la autonomía de la voluntad. De modo que una primera conclusión (repetimos, si estas censuras se fueran a implementar en base a un análisis ideológico) sería que el gobierno actual sólo dialogará con aquellos que comparten con él la idea de que es una superestructura burocrática estatal la que debe dirigir la vida de la sociedad, eligiendo y decidiendo hasta en los más mínimos detalles (como a qué precio deben venderse los tomates) la vida de los individuos. En otras palabras, al “diálogo” sólo se sumaran las voces que ya compiten por coartar las libertades del individuo. Toda opinión que ose defenderlo deberá exilarse.

Una segunda conclusión, obvia, es que para ello no se necesita convocar a los cuatro vientos a un país “más plural” porque justamente en el campo de las ideas “plural” significa la aceptación de que en una sociedad puede haber más de una convicción respecto del filosófico posicionamiento del individuo.

Para saber que el señor Polino del Partido Socialista, o que el señor Echegaray del Partido Comunista o la señora Hebe de Bonafini de Madres de Plaza de Mayo pueden ponerse rápidamente de acuerdo con el gobierno del presidente Kirchner sobre el diseño de un perfil de país, no preciso citar a ninguna pluralidad. Ellos son el otro yo de verbos conjugados solo en singular.

Pero lo realmente patético de todo esto es que los individuos, las personas soberanas de carne y hueso que han llegado a este mundo con la inigualable potencialidad del ejercicio del libre albedrío y de decidir por sí mismas qué quieren hacer de sus vidas, presten atención a ideas cuyos cimientos consisten en convicciones que reducen a las personas a la servidumbre, que les hacen entregar a oscuros personajes la más sublime libertad con la que han nacido: la libertad de equivocarse y la libertad de acertar. © www.economiaparatodos.com.ar




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