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lunes 22 de mayo de 2006

Cómo los peores llegan al poder

La condición previa al gobierno de los peores se explica porque en determinado momento, ante alguna crisis económica o política, la gente reclama que alguien ponga orden. Bajo esas circunstancias, la sociedad está dispuesta a sacrificar el respeto por las instituciones con tal de salir de la crisis en que está sumergida, sin advertir el peligro de semejante actitud.

En 1944, Friedrich August von Hayek publicó su conocido libro Camino de Servidumbre. Hayek escribió ese libro desde su exilio en Inglaterra para hacerle tomar conciencia a la gente sobre los peligros que el nacionalsocialismo y el fascismo implicaban para la libertad de los pueblos. En el capítulo 10, Hayek analiza por qué los peores llegan al poder.

Para Hayek, la condición previa al gobierno de los peores se explica porque en determinado momento, ante alguna crisis económica o política, la gente reclama que alguien ponga orden. Bajo esas circunstancias, la gente está dispuesta a sacrificar el respeto por las instituciones con tal de salir de la crisis en que está sumergida, sin advertir el peligro de semejante actitud.

Es en la crisis cuando suelen aparecer los autócratas que prometen reestablecer el orden y la prosperidad mediante discursos demagógicos.

Frente a la crisis, el autócrata aplica tres estrategias para ganarse el favor de la población. En primer lugar, halaga a las masas. El discurso típico en estos casos pasa por formular promesas incumplibles, prometer una distribución justa del ingreso y cosas por el estilo.

En segundo lugar, el autócrata tiene que convencer a los crédulos. Es decir, a aquellas personas que, si bien pueden tener algunas dudas sobre las promesas que se formulan, están dispuestas a darle una oportunidad al autócrata para ver si reestablece el orden.

Y, en tercer lugar, el punto más importante, es que el autócrata utiliza un discurso destructivo. Inventa un enemigo para encolumnar a la gente detrás suyo en la lucha contra los que quieren destruir al país. Por ejemplo, Hitler inventó a los judíos como los enemigos y los responsables de la crisis alemana. La idea central del autócrata es que es más fácil proponer programas negativos que formular propuestas constructivas. Por ejemplo, decirle a la gente que la oligarquía vacuna quiere ganar plata a costa del hambre del pueblo es una típica propuesta destructiva que genera adhesión en buena parte de la población. El autócrata convoca a la gente a luchar contra los “desalmados” productores ganaderos porque eso le produce réditos políticos, aunque la convocatoria esté vacía de toda veracidad.

Por el contrario, una propuesta constructiva consistiría en apostar al largo plazo para que la mayor rentabilidad de un sector atraiga inversiones y crezca la oferta de carne y, así, disponer en el largo plazo de abundante carne para el mercado interno y la exportación. Pero para el autócrata, que desea acumular poder inmediatamente, el largo plazo no existe y, por lo tanto, una propuesta constructiva no es útil a sus objetivos hegemónicos. Por el contrario, la propuesta destructiva de estar inventando enemigos todo el tiempo es mucho más funcional al objetivo autocrático.

El autócrata construye poder a partir del enfrentamiento. Y este enfrentamiento puede ser interno o externo. En lo interno, genera enfrentamientos sociales: unos sectores de la sociedad contra otros. En lo externo, inventa enemigos que supuestamente conspiran contra el país.

Ahora bien, Hayek también resalta que los gobiernos autocráticos están conformados por los peores elementos que pueden encontrarse en una sociedad porque el líder político necesita rodearse de gente que, por un lado, acate sus órdenes incondicionalmente, y, por otro lado, ese grupo de incondicionales tiene que estar dispuesto a cometer todo tipo de actos inmorales porque la autocracia se basa, justamente, en la falta de respeto a los derechos individuales y a los principios morales. Sólo los peores elementos de una sociedad reúnen esa doble condición de ser sumisos a su líder y de estar dispuestos a cometer cualquier tipo de atropello contra los derechos de la gente.

Es así que, mediante el discurso demagógico de alabar a las masas, formular proyectos negativos inventando enemigos y rodeándose de un grupo de inescrupulosos, el líder salvador llega al poder y se mantiene en el mismo a fuerza de aplicar la persecución y crear miedo en la gente que, al final, termina advirtiendo que los que tienen el poder pueden cometer cualquier barbaridad con tal de silenciar a quienes piensan diferente.

A la impecable descripción que hizo Hayek 60 años atrás, yo le agregaría que el autócrata, antes de llegar al poder, suele utilizar un discurso agresivo pero, al mismo tiempo, esconde buena parte de lo que piensa hacer una vez que sea votado por la gente. No dice todo lo que piensa hacer en materia de violación de los derechos porque eso podría generarle el rechazo de buena parte de la población, particularmente del segundo grupo, los crédulos que están dispuestos a apoyarlo para ver si soluciona el problema.

Claro, una vez que el líder, junto con su grupo de incondicionales inescrupulosos, tiene el monopolio de la fuerza que le otorga el Estado, despliega toda su agresividad y comienza la persecución implacable.

Primero la gente aplaude al autócrata, pero a medida que éste va siendo cada vez más violento e inmoral comienza a darse cuenta del error que cometió. Lamentablemente, cuando la gente descubre las verdaderas intenciones autocráticas del líder, ya es tarde. Este ya tiene todo el monopolio de la fuerza y pocos se animarán a enfrentarlo.

Así, los peores logran llegar al poder, destrozando el país a partir de sus proyectos destructivos, la inmoralidad y la falta de respeto por las instituciones. © www.economiaparatodos.com.ar




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