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jueves 3 de noviembre de 2005

Compromiso de todos

Es difícil que la escuela pueda cumplir con su función de educar si el resto de la sociedad no acompaña esa tarea a través de hechos concretos que creen las condiciones para que el proceso de enseñanza-aprendizaje se pueda llevar a cabo con éxito.

Reconozco que de vez en cuando me atacan una suerte de “depresiones profesionales”. Básicamente, lo que siento es que hagamos lo que hagamos los docentes, nada sirve y nada tiene sentido frente a la enormidad de ejemplos contrarios a los que la sociedad dice sostener. Lo que les mostramos a los chicos en las escuelas, la calle, la familia y los medios de comunicación masiva en general atenta contra lo que la misma sociedad pide, y contra lo que se le reclama a la escuela.

No quiero aturdirlos con una serie de ejemplos en los que claramente se ve que entre los objetivos que se reclaman y los medios que se ponen a disposición para tratar de alcanzarlos hay un abismo. Pero voy a centrarme –al menos hoy- en dos temáticas: sueño y atención.

Es una obviedad decir que para que alguien aprenda (o trabaje) debe estar bien dormido. Que es imposible la ardua tarea intelectual que supone un aprendizaje efectivo si uno se encuentra en un estado de modorra, o semiconsciencia. Que existen prerrequisitos para cualquier actividad (por ejemplo, para correr hay que estar parado) y, en el caso del aprendizaje, el estar en condiciones intelectuales es un requisito indispensable.

Pues bien, por muy obvio que parezca, da la sensación de que esto a nadie le importa. Los medios de comunicación masiva, con la complicidad de un Estado que ni siquiera se ha enterado –o no se quiere enterar- que esto es un problema, pasan programas para adolescentes que terminan a cualquier hora de la noche. Muchos padres no logran ejercer la autoridad suficiente como para que los chicos se acuesten en un horario razonable. Y las escuelas permitimos que los chicos, más o menos disimuladamente, duerman en la clase, ya que no se le pueden “pedir peras al olmo”. En el mismo sentido, las fiestas de egresados se hacen durante la semana, sin un poder de policía por parte del Estado que lo prohíba, sin unos padres que se opongan y sin unas escuelas que manden de nuevo a su casa a aquellos alumnos que llegan “directamente de la fiesta”, es decir sin dormir y, muchas veces, con alguna copa de más. Por supuesto que el Estado no es fachista si ordena (como de hecho lo hace) a qué hora pueden comenzar o terminar las clases en escuelas, si hay que dar dos o tres horas de Geografía, o si el nivel inicial debe durar 3 o 4 horas, pero sí es fachista, discriminador y atenta contra la libertad si prohíbe que los boliches abran para escolares los días de semana. ¿Esto no tiene que ver con la educación?

Otro tema que me preocupa es el de la atención. Nuevamente, es una obviedad decir que para aprender hay que estar atento a lo que se aprende. Los períodos de atención de los alumnos son cada vez menores. Y, nuevamente, las acciones de los demás agentes educativos deben ser asumidas por la escuela. Independientemente del zapping o de los videoclips, las escenas de las series y películas son cada vez de menor duración. Los escritos en los manuales escolares son cada vez más breves y hasta la comida familiar no puede durar más de 10 minutos, pues una vez que el niño ingirió sus alimentos debe levantarse porque si no “se aburre”. Y ese mismo chico se supone que debe estar 90 minutos delante de una docente aprendiendo el algoritmo de la división, o le pedimos que “lea silenciosamente” durante 40 minutos un “clásico”, y encima en blanco y negro y sin figuritas.

A la hora de encontrar las respuestas a estos problemas –los problemas existen, algo hay que hacer- hay dos opciones. O aceptamos que esto es incambiable y en lo sucesivo hacemos que los chicos entren en las escuelas a la 11 de la mañana y ponemos recreos cada 20 minutos, o tomamos el compromiso social de revertir lentamente estas cosas.

Si optamos por la primera solución, intuyo que alguno de mis hijos se encontrará en 30 años sugiriendo que las clases comiencen a las 5 de la tarde y que los recreos sean cada 8 minutos.

Si optamos por la segunda, creo que alguno de mis hijos se encontrará dentro de 30 años escribiendo algo, pues muchos podrán leerlo.

Asumir el compromiso es difícil, pero no imposible. Empecemos por nosotros mismos y exijámoslo a nuestros representantes y a los medios de comunicación. © www.economiaparatodos.com.ar



Federico Johansen es docente, director general del Colegio Los Robles (Pilar) y profesor de Política Educativa en la Escuela de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la UCA (Universidad Católica Argentina).




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